netflix paradoja eleccion


Vuelvo a la carga con esos problemas del primer mundo que tanto nos molestan. Y esta vez, de paso, lo hago con argumentos de sobra para defenderme.

La situación es por todos conocida. Te sientas delante del televisor, y empiezas a decidir qué quieres ver en el Netflix de turno. Y al final pasas alrededor de unos cuantos minutos perdidos entre su catálogo, intentando dilucidar cuál es la elección más adecuada.

Si para colmo la decisión no depende únicamente de ti, la cosa se complica al extremo.

Es entonces cuando, ya cansado de tanta búsqueda, te quedas con una de las que más te ha llamado la atención. Empiezas a verla, y después de un rato te das cuenta de que no cumple con tus expectativas.

A esto es lo que se le llama la paradoja de la elección, y aunque parezca una gilipollez (un problema del primer mundo, ya ves tú), es una de las razones de que no seamos felices.

Tal cual cómo lo oyes.

La libertad de elección es esclavitud

Aquí está el primer punto al que quería llegar. Lo curioso del tema es que teóricamente asociamos libertad con capacidad de elección, cuando en la práctica no tiene por qué estar intrínsecamente relacionado.


Lo contaba ya hace unos cuantos años el psicólogo Barry Schwartz (EN) en una charla TED, y en su libro homólogo, que enlazaré a continuación.

Está claro que la posibilidad de elegir entre diferentes alternativas es un elemento de libertad interesante. El problema surge cuando el número de alternativas crece hasta un valor inasumible a nivel de capacidad comparativa.

Cuando elegimos qué contenido ver en Netflix, lo hacemos a sabiendas que hay muchísimo más contenido allí que estamos obviando, y eso hace que las expectativas de haber elegido bien sean mayores, y que la realidad (normalmente mediocre) nos penalice.

Que la culpa de haber elegido mal, de haber perdido tiempo en un contenido que no merece la pena, es solo nuestra. Nos hemos equivocado. Es nuestro error, no el de la plataforma.

Ergo, menos felicidad.

Ahora trásladalo también al momento de elegir qué marca de leche compramos en el supermercado, a en qué pagina consultar esa pregunta que nos ha surgido de todo el listado que nos ofrece Google, a la hora de decidirnos entre el centenar de planes que nos sugiere el servicio de turno para este fin de semana, y comprenderás que lo que a priori parece la queja de un ciudadano occidental afortunado, es a todas luces un problema que llega a afectar significativamente a nivel económico, de salud y social a todos los países desarrollados. Menos felicidad por tener mayor capacidad de elección.

¡Manda cojones!


Volvamos a derroteros digitales

Empezaba hablando de Netflix, y lo hago precisamente porque la base de su negocio se asienta en el catálogo.

Antes de la irrupción de Netflix, la batalla del entretenimiento se centraba en la calidad. Ahí tenemos a HBO, que ha sido ejemplo de productor de entretenimiento basado en dicha premisa. Pocas producciones, de una calidad más que adecuada, mimando por igual a la audiencia y a la industria.

Pero ese modelo de negocio en Internet ya no funciona de la misma manera. Aunque sea inconscientemente (la mayoría no nos damos cuenta de lo que supone pedir algo), estoy seguro que todos en la sala han dicho alguna vez eso de:

Joder, estoy pagando Netflix, HBO, Amazon Prime Video y VodafoneTV, y pese a todo, hay contenido que tengo que buscar fuera.

El contar con un catálogo mucho más extenso parece, a priori, que dota de mayor “calidad” al servicio, cuando en la práctica no es así. Netflix gasta alrededor de 8.000 millones de dólares al año (ES) en producciones (8 veces más que HBO), lo que le asegura un torrente continuo de nuevos títulos en su plataforma, y tendrás que reconocerme que quitando unos pocos, la mayoría del catálogo es más bien malo tirando a pésimo.

Para colmo, todas, absolutamente todas las plataformas digitales, pecan de ofrecer un buscador, y un sistema de recomendación, totalmente ineficiente. No hay cosa que más joda que ponerte a buscar una peli y darte cuenta de que no la tienen, y que para colmo te intente ofrecer alternativas basadas en criterios tan absurdos como coincidencia de titulares, o tan genéricos como contenido sugerido en base a tu “perfil”.

Eso sin olvidarnos que los vaivenes de licencias hacen que de pronto, un contenido que estaba disponible, deje de estarlo, cortando por la mitad series (me pasó en su día, por ejemplo, con Fariña en AtresPlayer) y películas (la última que me he encontrado ha sido en Netflix, que solo tiene disponibles las dos últimas de las cinco de Underworld).


¿Qué “alternativas” nos quedan?

Cuando el bueno de Barry escribió el libro, Netflix era un servicio más de alquiler de películas físicas. Pero ya en ese momento dio algunos tips a considerar, siendo el primero el más obvio y el más complicado de cumplir:

Tenemos que aprender a tener expectativas más bajas.

A entender en qué entorno nos movemos, con todas las limitaciones que tiene, y obrar en consecuencia. En un entorno tan rico en opciones como es el digital, en el que el contenido compite en igualdad de oportunidades a tan solo un click de distancia, y en el que la calidad se mide por criterios que son puramente simplistas, debemos aprender a delegar la responsabilidad adecuada en la plataforma, y no en nuestra persona.

La razón por la que Netflix no nos ofrece el entretenimiento al nivel que esperábamos, se debe a que su negocio se basa en aumentar el catálogo a toda costa, generando una suerte de dependencia que jamás llega a cumplirse. La razón de por qué la leche que hemos comprado no está tan buena como esperábamos, se debe a que realmente casi toda la leche que nos ofrece el supermercado es la misma mierda con diferente nombre y precio. Si al final decidimos irnos de escapada a X hotel, y no a X otro, nos va a tocar disfrutar de la experiencia sin compararla con la expectativa de experiencia que teníamos en base al tiempo invertido en tomar la decisión, siendo conscientes de que no había elección correcta o incorrecta.

Que a veces, menos es más. Y puesto que pedir menos opciones parece que rema en contra “del interés popular”, al menos apliquémoslo a la toma de decisión: O bien vamos con una idea ya específica de lo que queremos encontrar, o bien dedicamos el tiempo justo en tomar la decisión, sin darle mayor importancia.

Lo que me lleva a la parte reivindicativa de esta pieza.

¿Y si empezamos a exigir calidad sobre cantidad?

Una persona es capaz de hacer comparaciones lógicas entre dos o tres elementos, cuatro a lo sumo. Más opciones no suman, restan.

El mejor servicio de streaming no es aquel nos ofrece millones de horas de consumo que jamás vamos a poder disfrutar, con un flujo constante de nuevo contenido de baja calidad. Es uno que saca dos o tres grandes producciones por temporada, poniendo todos los huevos en el asador, y que es capaz de conseguir las licencias de esas dos o tres grandes producciones de terceros. Punto.

Porque a este paso me veo dentro de un año echando de menos la televisión tradicional. Esa que no me daba opción de elegir nada, eligiendo ellos qué cartelera van a ofrecer, y forzándonos a estar delante de la caja tonta a una hora específica si queremos disfrutar de ese producto.

Espero que no llegue el día, con toda la bilis que he vertido sobre ellos en los últimos años… Será que me voy haciendo viejo, y que cada vez tengo más claro que en el equilibrio está el éxito.

Afortunadamente, parece que hasta ahora HBO apuesta más por seguir esta estrategia, y este nuevo servicio de Disney (EN) parece que va por los mismos derroteros. Pero claro, el grande, el exitoso, es Netflix, y temo que ahora todos quieran parecerse al que parece ser el caballo ganador.

Ojalá me equivoque.

Dejo para terminar el vídeo que inspiran estas palabras. Que lo disfrutes:

Ver en Youtube (EN)

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