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Este año, paradójicamente, nos está dejando bastantes prendas muy interesantes de eso que en su día definimos como el nuevo valor bursátil.
A saber, tres noticas de esta misma semana pasada:
- El acuerdo del G20 para reformar fiscalmente el impuesto de sociedades en todo el mundo.
- El cambio de rumbo de EEUU, históricamente considerada un paraíso liberal, y viniendo precisamente de Biden, que muy socialista como que no parece que sea.
- Ese “comunismo” Chino haciendo las veces, cada vez más, de un sistema hipercapitalista profundamente arraigado en el control del Estado.
Vamos a analizar estos tres movimientos por separado.
Para empezar, como decía, el G20 (es decir, las veinte economías más grandes del mundo) ha llegado a un acuerdo por el que plantea crear un impuesto de sociedades global y unitario (ES), para combatir los excesos que, durante décadas, han llevado a multinacionales como Google, Facebook o Amazon a apenas pagar impuestos en los países donde operan.
¿La razón? Simplemente, y de forma totalmente legal (otra cosa es que fuera ético o no), podían hacer ingeniería fiscal entre países, cobrándose los servicios como si de una empresa externa se tratase entre diferentes partes del mismo negocio, y asegurar no tener apenas beneficios, cuando no directamente pérdidas, allí donde el impuesto de sociedades fuera más grande.
En el caso europeo, es por todos sabido que la mayor parte de multinacionales tributan desde Irlanda, por eso de ser Irlanda el país con el impuesto para multinacionales más bajo de todos.
Hablamos, de hecho, de cerca de 10.000 empresas, que son las que superan los 750 millones de euros anuales de ingresos. Y de salir adelante, supondría para zonas como Europa una inyección anual de varios miles de millones de dólares que actualmente se “pierden” en estas estrategias fiscales.
Este acuerdo, de hecho, llega tras un acuerdo semejante al que llegaban hace unas semanas en una reunión del G7 más la UE.
Y es más: Hablamos de que, por primera vez en la historia, estamos ante un movimiento global de transparencia económica que afectará a quien más tiene que afectar, que son las multinacionales, y que ayudará además a simplificar la tributación internacional, por eso de que ya no tendrá sentido generar esa suerte de absurdos canon como el que en España tenemos con la Tasa Google o el de Netflix con la industria local cinematográfica de varios países.
Precisamente, a colación de esto, las declaraciones del actual presidente de EEUU (EN) son un soplo de aire fresco que apuntan hacia esa posible relectura del capitalismo:
“Hace cuarenta años, elegimos el camino equivocado, en mi opinión, siguiendo la filosofía errónea de personas como Robert Bork, y dejamos de hacer cumplir las leyes que servían para promover la competencia. Ahora llevamos 40 años en el experimento de permitir que corporaciones gigantes acumulen cada vez más poder. ¿Y qué hemos sacado de él? Menos crecimiento, inversión debilitada, menos pequeñas empresas. Demasiados estadounidenses que se sienten abandonados. Demasiadas personas que son más pobres que sus padres. Creo que el experimento falló.“
Biden habló de la necesidad de enfrentarse a las Big Tech, las Big Pharma y las Big Ag, e incluso citó textualmente a Roosevelt para referirse a una declaración de derechos económicos, con el objetivo de garantizar el «derecho de todo empresario, grande y pequeño, a comerciar en un atmósfera libre de competencia desleal y dominio de monopolios en el país o en el extranjero».
Tras estas palabras, la intención del gobierno norteamericano de volver a instaurar la neutralidad de la red, la creación de un derecho de todo ciudadano a arreglar sus propios dispositivos (algo de lo que en Europa ya llevamos la delantera) y, sobre todo, la persecución de cualquier conglomerado empresarial que amenace la libre competencia.
Ese tweet que publicaba estos días con un claro y conciso “Sin competencia, el capitalismo es explotación”, proveniente de un neoliberal que está a los mandos de la Casa Blanca, es casi hasta para enmarcar:
Por contrapartida, tenemos a China, que frente a todo pronóstico se ha vuelto el ejemplo perfecto del capitalismo rancio de nuestra era.
Su rabiosa persecución hacia todo lo relacionado con el Bitcoin y las criptomonedas en particular, que busca no proteger a sus ciudadanos, sino allanar el camino para que cuando el yuan digital llegue, no haya competencia, o esa guerra que está teniendo últimamente con empresas patrias como Didi (CH) cuando estas intentan abrirse camino en el mercado internacional alegando supuestos abusos de privacidad hacia sus usuarios (o, dicho de otro modo, como represalia ante la negativa de la compañía de compartir algunos datos de usuario con el gobierno), dibujan un escenario contrario a la tendencia económica occidental.
Mientras unos buscan mayor competencia, otros sueñan con erradicarla y defender a ultranza sus propios monopolios. Enormes conglomerados que atrás dejaron ya la figura pública del comunismo, y abrazan sin miedo la empresa privada… siempre y cuando, claro, vayan alineados a los intereses gubernamentales.
Quizás, solo quizás, de aquí a un tiempo podamos vivir en un mundo en el que los que más producen, más aporten también.
O, por el contrario, acabemos sumidos en la histeria de un amor incondicional a la madre patria.
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