Hace unos meses escribía un artículo sobre cómo la evolución de las TIC, y la ruptura de barreras de acceso a la información, estaban mermando la “necesidad” social de la religión.


ciberyihad

Quien postula esto se considera ateo, aunque ha recibido una educación cristiana completa, y bajo esta humilde opinión la religión tiene cabida allí donde existe un vacío de conocimiento, lo que ha permitido (y aún permite) disfrutar de una vida plena, y afrontar la muerte de la mejor manera posible.

Ahora bien, conforme el acceso a la información es mayor, esos vacíos se van llenando. La sociedad conectada, como veíamos recientemente, tiene una conciencia de lo que está ocurriendo ya no solo en su entorno cercano, sino en el resto del mundo. Esto influye en que a la gente le sea ahora más sencillo descubrir nuevas creencias que antaño estaban limitadas geográficamente, y a que se pregunte qué hay más allá del criterio que le han impuesto.

Realizando la investigación previa a la publicación del quinto especial suscriptores, que como bien sabe, gira en torno a la transformación digital de la sociedad (si está ahora mismo sufriendo por no estar todavía suscrito a la lista de correo y habérselo perdido, tranquilo, que este domingo podrá consumirlo en la sección Archivo de esta misma web), llegué a un informe publicado por el ICSR (Centro Internacional para el estudio de la Radicalización) y la BBC sobre la influencia de las redes sociales en la radicalización religiosa (EN).

Y como me gusta llevarme la contraria, voy a exponer un caso en el que una buena gestión de las TIC está conllevando un aumento de fieles, aunque lamentablemente, y sin que sirva de pretexto para generalizar, sea con fines nocivos.

La Ciberyihad

Dos sucesos recientes: Por un lado, el atentado a los dibujantes del periódico satírico francés Charlie Hebdo. Por otro, el hackeo de la cuenta de Twitter y Youtube del Centro de Mando Americano. Los dos recogidos en su momento bajo el paraguas del CIGTR (ES).

¿Qué tienen en común? Los dos son ataques realizados por discrepancias religiosas, y han llegado a producirse “gracias” al tercer entorno.


Me pilló el segundo comprando la comida en el supermercado, y corrí raudo y veloz a corregir a algunos medios que se habían hecho eco del hackeo al Pentágono (sí, era lo que se decía en ese momento, 😛).

El caso es que el objetivo de ese hackeo (además de la desacreditación de EEUU), es la pura propaganda. Trasladado al mundo real, es como cuando el romano pintaba un slogan libertario en una de las paredes de la Plaza Mayor, cuando el niño graffitea su nombre en la calle.

El grupo detrás del ataque no quería “hackear” el Pentágono (y aunque quisieran seguramente no les hubiera resultado posible). Lo que querían era promocionarse, y qué mejor manera que atacando a una cuenta pública en redes sociales, que lo van a ver todos sus seguidores, y que acabará acaparando portadas en los medios generalistas (es mucho más sencillo explicar que @CENTCOM ha sido hackeado, que explicar que la red interna del Pentágono ha sufrido una filtración). El discurso es el mismo, el daño parece para el grueso de la sociedad semejante, pero lo primero es muuuucho más sencillo de realizar y llega antes a oídos del público, que para colmo lo entiende mejor.

Hablamos de una guerra de desgaste, y un campo de batalla que es digital. Los perfiles de redes sociales son los blancos más rápidos y sencillos para causar revuelo, para que una acción se propague en la red y atraiga la atención del público, entre los que se encuentran posibles candidatos a futuros extremistas religiosos.

Volviendo al estudio antes mencionado, en él se investigaron 190 perfiles de conocidos combatientes occidentales, para darse cuenta de varios patrones interesantes:

  • La mayoría de yihadistas seguían a varios perfiles que podríamos considerar “influencers”. En el estudio se refieren a ellos como Diseminadores, y son personas “normales” (con esto quiero decir que no piense en una persona con capucha negra y arma en mano) con tiempo suficiente para publicar en varios idiomas contenido audiovisual (¿recuerda que hace poco debatíamos sobre el audiovisual como nuevo lenguaje imperante en la red?) afín a los intereses del movimiento. Viajan de un lado a otro (o tienen satélites que les envían las fotos o vídeos), y hacen de cronistas de cómo se vive “la guerra” en la calle. ShamiwitnessAbusiqr serían dos de los perfiles más seguidos.
  • Por encima de estos, hay varios perfiles de celebrities, que tienen la particularidad de no estar directamente relacionados con la yihad, pero que con su labia y sus creencias sirven de inspiración y ofrecen un debate occidental que puede servir de gancho para futuros extremistas. Ahmad Musa Jibril y Musa Cerantonio, reconocidos ponentes con un discurso elaborado y potente sobre el porqué de la guerra, ofrecen el debate que seguramente (en mayor o menor medida) muchos abrazaríamos como aceptable.
  • Y por supuesto, los canales habituales de la yihad y el islamismo.

Es decir, un sistema de adoctrinamiento en varios niveles que aprovecha la capacidad de atracción de las redes sociales para reclutar fieles. Muchos entrarán atraídos por los beneficios y la ideología del islam, algunos serán firmes devotos de la yihad, y unos pocos se volverán extremistas y acabarán (quizás) cometiendo alguna atrocidad.


Hablo en este caso de la yihad, por ser quizás el mejor ejemplo empoderamiento negativo de las TIC, pero en la práctica coja lo expuesto y trasládelo a otras religiones, a otros movimientos políticos o incluso culturales (¿Hola fanboys de Apple/Android? ¿Hola radicales del software libre/Microsiervos?).

El funcionamiento es exactamente el mismo. Una arquitectura discursiva diseminada. Varias celebrities que seguramente ni siquiera postulan con ese radicalismo. Unos cuantos influencers que atraerán las miradas de aquellos que quieren un poco más, y cuando te das cuenta, estás metido en una ciberbanda, intentando hackear el perfil de la corporación X mediante ingeniería social al community manager que está detrás. Eso en el mejor de los casos…

Ojito con servir de ganado al pastor, se vista de la forma que se vista.