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Lo comentaba el otro día hablando con un compañero.


Quienes me conocéis sabréis (lo he dicho públicamente en más de una ocasión) que pese a lo que diga Facebook de mi no soy precisamente un consumidor de eventos deportivos. Me gusta practicarlos, pero sinceramente no me aporta mucho el ver un partido de fútbol o seguir la vuelta ciclista.

Al menos no de los tradicionales. El competitivo de algunos deportes electrónicos sí lo sigo, pero tampoco en exceso.

El caso es que este compañero me contaba cómo podía ver la Copa del Mundo de Rugby, que al parecer se está celebrando este mes, y habida cuenta de que en España este deporte no debe ser lo suficientemente seguido como para que alguna cadena pública lo retransmita.

“Digo yo que podrás verlo en Internet”, le comenté hasta con un poco de sorna. Pero es que como más tarde me enteraría, la cosa no es tan sencilla como parece.

O te suscribes a algún canal de pago por cable, o tiras de ingenio.

Y tirar de ingenio supone, por ejemplo:

  • Aprovecharte de que Youtube TV tiene la licencia de retransmisión del evento: ¿El único problema? Que solo es accesible desde EEUU.
  • Apostar directamente por ITV, que es la emisora oficial de la Copa: ¿Y adivinas cuál es el handicap? Pues que ITV opera solo en Reino Unido.

Que en ambos casos, vaya, la única manera de acceder “legalmente” al visionado de un evento deportivo que, recuerdo, es mundial, es utilizando una VPN (ES) que simule que nuestro dispositivo se está conectando desde otro país.


Tan absurdo como parece, vaya.

Entra en juego el “business”

Aquí es donde quería llegar.

Creo razonable pensar que en un entorno pre-digital esas limitaciones geográficas tenían todo el sentido del mundo. A fin de cuentas la tecnología no permitía realizar la retransmisión más allá de las barreras (ficticias) de cada país. Se llegaba hasta donde la señal llegaba, y punto.

Pero en un escenario profundamente globalizado, y con la increíble democratización de Internet en esto del consumo de contenido ubicuo, máxime sabiendo que el usuario medio ya tiene una capacidad de movilidad bastante más acentuada que en décadas pasadas, se me antoja una de esas limitaciones artificiales que solo responden al interés económico (y erróneo) de la industria.

Que es algo que pasa en el mundillo de la retransmisión de eventos deportivos, pero también en el cine y los videojuegos.

Ya expliqué en su día cómo podíamos acceder al catálogo de nuestro país (en caso de que estuviéramos fuera) o del país elegido (en caso de que queramos acceder desde casa) de servicios de streaming como Netflix, que al menos, y de nuevo bajo la triquiñuela de una VPN, lo podemos hacer.

Otros servicios como HBO ni siquiera son accesibles en el otro lado del charco, ya que la compañía se ha encargado de generar “diferentes HBO” para cada zona (en España, por si no lo sabes, no tenemos HBO al uso, sino HBO Nordic, una versión que compartimos con algunos países del norte de Europa).


¿Y qué decir de la industria de los videojuegos?

Hace tiempo nos sorprendimos al descubrir que otro compañero que estaba en esa época viviendo en Rusia y que me había regalado una copia de un juego comprado directamente desde Steam (no desde una página revendedora de códigos, ojo, sino desde el mismo Steam) no era compatible con mi cuenta española.

Tengo de hecho aún el juego como “objeto” en mi inventario, pero no puedo usarlo.

Y cualquiera que se haya pegado con el tema de demos y markets en servicios a priori globalizados como son los de PlayStation y XBox (de Nintendo ya ni hablamos, que estos acaban de descubrir que existe Internet) sabrá de sobra de lo que estamos hablando.

Que si en pleno siglo XXI seguimos con las restricciones geográficas en entornos puramente digitales es simplemente porque interesa poder vender los derechos de emisión a cada país y a cada compañía, en vez de facilitar las cosas al usuario.

Lo que por otro lado hace que estén perdiendo negocio. Ya que puede ser que alguien como mi compañero, que entiende un poco de tecnología, encuentre la manera de salvar esas limitaciones ahí donde cientos de ávidos potenciales consumidores del evento estrella del rugby no sean capaces.

Ergo menos audiencia. Ergo menos ingresos publicitarios.


Menos “business” por querer hacer más “business”, vaya. Cada uno a su ritmo…

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