Este es un ejemplo de los artículos que semanalmente escribo de forma exclusiva para los mecenas de la Comunidad.
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Es un tema muy pero que muy espinoso.
¿Dónde ponemos los límites?
¿Debemos moderar un vídeo en el que se ve cómo alguien, GoPro colgada en el pecho, asesina fusil en mano, y emulando ser el personaje de un FPS, a media docena de ciudadanos estadounidenses en nombre del ISIS?
Pues oye, creo que todos los presentes en la sala podemos estar de acuerdo en que en efecto es un contenido claramente dañino para la sociedad, y debe ser perseguido y eliminado activamente por parte de las grandes plataformas sociales.
Pero vamos a complicar más las cosas.
¿Debemos moderar un tweet que utilizando una imagen sacada de todo contexto (e incluso no perteneciente al tema expuesto) habla sobre X acción política que nunca existió?
Aquí quizás ya no todos estemos de acuerdo, pero me atrevería a pensar que la amplia mayoría estaría conforme con esa moderación.
Y seguimos:
¿Y si ese contenido no lo publica Pepito «Don Nadie», sino Pepito «Líder de una formación política»?
Pues paradógicamente, dependiendo de qué Pepito sea y sobre todo de qué cerca nos toque políticamente, habrá gente que opina que sí y gente que opina que no ¡Subjetividad al poder, oye!
Y subimos aún más el nivel de dificultad:
¿Y si ese contenido contradice el stablishment (ergo, lo que la mayoría, o los expertos en materia, consideran real)? Si se trata, por tanto, de un bulo ¿Debemos moderarlo?
Porque ojo, que si bien hay informaciones que claramente podemos considerar tergiversadas (terraplanismo por ejemplo), hay otras que pueden ser igual o más dañinas y cuentan con el beneplácito de un porcentaje significativo de «expertos» (antivacunas, por ejemplo).
Porque esa es otra:
¿Es la palabra de «un experto» objetivamente hablando el límite entre contenido informativo y contenido tergiversado?
Y si es así:
¿A quién consideramos expertos, y bajo qué condicionales, y a quienes no?
Porque anda que no hay científicos y gurús que se contradicen. Que la ciencia y la cultura, ya no hablemos de política, ética o religión, acepta varios acercamientos diferentes hacia una misma realidad.
Que estaba pensando en todo esto cuando al final de la semana pasada Twitter ha decidido modificar las normas de la red social (ES), avisando que solicitarán la eliminación de los tuits que incurran en algunos de los siguientes casos:
- Incluir «contenido que niegue las recomendaciones de las autoridades sanitarias globales o locales e incremente las posibilidades de contagio».
- «Negar los consejos de expertos».
- «Animar a usar tratamientos nocivos o medidas de protección que se sabe que son ineficaces».
- Incluir «contenido engañoso haciéndose pasar por expertos o autoridades».
Y me consta, por cierto, que se hace con toda la buena intención del mundo, dentro de esa cruzada que tenemos contra las fake news.
El problema, como ya dejé claro en su día, es que no siempre es sencillo saber qué es fake de qué no. Más que nada porque nuestro conocimiento es líquido, y lo que hoy es blanco, mañana puede ser negro.
Que si la OMS, por poner el ejemplo del momento, es la fuente más adecuada para informarse sobre el dichoso coronavirus (algo que, por cierto, creo firmemente), lo es a expensas de que en su día defendieron unas políticas que en la actualidad han quedado obsoletas y que incluso podrían haber sido contraproducentes.
Simplemente porque la OMS está formada por centenares de «expertos» con sus propias ideologías, y supeditada, como ocurre con cualquier otra organización, a unos intereses políticos y económicos que varían.
Así que sí, que por supuesto tenemos que buscar ese Dorado que es el equilibrio entre moderación y censura.
Pero me da que va a estar lejos del utilitarismo pragmático de Sillicon Valley. Que mal que nos pese, esto no se va a solucionar metiéndole un filtro automatizado a Twitter o a Facebook.
Es muy, muy difícil llegar a generar un entorno informativo abierto y democrático que no tenga potencial de toxicidad informativa.
La propia democracia se basa en ello. En que yo me vea ahora en la tesitura de defender tu derecho a opinar, pese a que lo que opinas me parezca aberrante.
Y que gracias a este principio, los discursos de odio y la tergiversación del discurso, por su propia ideosincrasia, encuentre en estas herramientas digitales las plataformas perfectas para viralizarse.
Tiempos convulsos nos esperan.
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