El otro día pude ver por fin Chappie (ES), la clásica reinterpretación de El Monstruo de Frankenstein actualizada a los años que corren.
Un robot que cobra sentido de su ser. Con todos los tópicos esperables. Frente a un doctor loco, tenemos la figura de un ingeniero hindú trabajando en una tecnológica americana. Chappie es tan inocente como lo fue en su momento la creación de Frankenstein, y es la sociedad la que acaba corrompiéndole.
Nada nuevo bajo el sol, por tanto, pero me sirve de hilo introductorio hablar de un tema que sí me pareció interesante y que podría acabar por trasladarse a la realidad.
Chappie no deja de ser una alegoría de lo que estamos hoy en día viviendo con los tres pilares de la inteligencia tecnológica.
Los tres pilares de la inteligencia tecnológica
Por un lado, tenemos una capacidad de almacenamiento prácticamente ilimitada, amparada en los beneficios de la conectividad y la difuminación del soporte, que juega tanto en nuestro favor (omnipresencia de esa información allí donde estemos) y también en nuestra contra (futilidad del mismo, dependiente de tecnologías con una obsolescencia muy alta).
Por otro, las barreras de entrada a esa información están cada vez más bajas. El internet de las cosas ha llegado a nuestro día a día (o amenaza con hacerlo para los más escépticos) y a cada rato se vuelve más invisible. Todo es cuantificable, todo arroja a un webservice datos de nuestro paso por el mundo. Todo se intenta comunicar con todo (aunque en la práctica siga constándole horrores).
Y entre medias, navegamos en un mar de promesas de lo que podrá hacer el Big Data, e incluso de lo que se supone que ya está haciendo. Cuando el almacenamiento y la recogida de toda esa información no es un problema, lo que de verdad ofrece resistencia es el procesamiento.
Porque, ay, amigo, esto es lo complicado.
Pese a que Chappie tiene acceso a toda la información que él desee, le cuesta muchísimo entender por qué los humanos hacen lo que hacen.
El ser humano no se rige por la objetividad. Ni siquiera por una subjetividad pura. Es un sistema prácticamente caótico, y por mucha entropía que queramos emular, estamos aún lejos de hilar lo suficientemente fino para que el pobre Chappie nos comprenda.
Pero claro, entra en juego el machine learning. La inteligencia artificial basada en el aprendizaje que el pequeñín maneja a la perfección. Una vez pregunta. A la siguiente ya no le hace falta.
Y con ello, se genera en su procesador una realidad que nuevamente entra en conflicto cuando se enfrenta a sus diferentes “padres”.
Una realidad tecnológica para cada uno
Estamos, como decía, lejos de llegar a este punto. Pero quizás no lo estemos tanto de crear experiencias únicas para cada ciudadano, apoyados en los beneficios de una tecnología adaptativa e inteligente.
Es lo que algunos analistas denominamos “living services“: Un nutrido grupo de aplicaciones cuya finalidad es flexibilizarse a las necesidades reales del usuario, y no imponerle una experiencia específica.
Afectan por tanto a la forma de vivir de las personas, y son un paso esperable en este tejido tecnológico que hay alrededor nuestro. Mucho más invisibles, mucho más sutiles, y por ende, muchísimo más valiosas.
¿El objetivo? Generar una realidad propia del individuo en materias de la vida tan críticas como la salud, la educación o las relaciones.
Si hoy en día el médico diagnostica basándose en un conjunto general de supuestos, quizás en un futuro no muy lejano la medicina se adapte al individuo, ofreciendo respuestas no basadas únicamente en las estadísticas anteriores de “perfiles” parecidos a los nuestros, sino en una medicina sensorizada y enfocada a las realidades únicas de cada uno, que conoce nuestros hábitos alimenticios, nuestra actividad física, que ha estado monitorizando en tiempo real nuestras respuestas, y que por tanto, puede arrojar un diagnóstico centrado en nosotros mismos.
Ocurriría igual en la educación. El sistema actual se basa en segmentar por edades a los ciudadanos, “metiéndolos a todos en el saco” indistintamente de sus necesidades, gustos y capacidades. El paradigma de living services apunta hacia una realidad educativa adaptada a cada alumno, donde males debidos a la inexactitud de un sistema generalista (como son los controles y exámenes del sistema actual) delegan en un feedback continuado e imperceptible.
Esto se traduce en ritmos mejor adaptados a la persona, que previsiblemente reducirán el tiempo necesario a realizar estas tareas y solucionarán con mayor acierto los problemas asociados. Pasamos por tanto de un entorno genérico a uno individual, con los beneficios que ello conlleva.
Las barreras y los riesgos de un ecosistema de living services en malas malos
Es innegable que todo poder lleva asociado una gran responsabilidad (Ben Parker, RIP).
El reto pasa por cómo ofrecer un entorno informativo enriquecido que manejará datos muy críticos y privados del individuo sin que este sea objetivo de intereses nocivos para la sociedad.
Porque este es precisamente el principal obstáculo al que nos enfrentamos: Un sistema sediento de poder, que no duda en abusar de la tecnología si con ello mantiene el statu quo pretendido, el mutismo del ciudadano, la sociedad de control.
Y es aquí donde entra la necesidad de unos protocolos de comunicación seguros. Que la información se recopile, comparta y procese manteniendo por delante en todo momento la integridad de su privacidad, amparada bajo cifrados de punto a punto, dobles factores de autenticación, y en última instancia, el control por parte del usuario, no del intermediario.
Un paradigma comunicativo al que afortunadamente vamos tirando, con propuestas como ese futuro internet forzando comunicaciones HTTPs, con la entrada en razón de un porcentaje de la sociedad cada vez mayor de los abusos de gobiernos autoritarios, con las luchas, grandes o pequeñas, que cada día se libran en la red por los derechos de cada uno de nosotros.
Está en nuestra mano aprovechar los beneficios de una tecnología adaptada al individuo, o navegar hacia los designios de una única realidad autoimpuesta.
Somos los dueños de nuestro futuro. Al igual que lo era Chappie.