secrets are lies


En poco menos de una semana viviremos en España un momento verdaderamente importante para el futuro de la nación. Como habrá visto, he intentado rehusar hablar abiertamente por este canal del conflicto catalán (ES), habida cuenta de que los ánimos por ambas partes están ya bastante caldeados, aunque un lector asiduo a esta página sabrá de sobra cuál es mi opinión al respecto.

He apoyado y siempre apoyaré que el pueblo tenga la capacidad de tomar sus propias decisiones… siempre y cuando se haga dentro de los límites democráticos que han sido fijados por todos nosotros. Y por tanto, tan mal me parece la absurda negativa del gobierno español a buscar un punto de encuentro entre las dos partes, como la obcecación del gobierno catalán por llevar adelante un supuesto referéndum unilateral, controlado de manera totalmente opaca por ellos mismos.

Pero hoy quería profundizar en el escenario dibujado por un entorno que sea absolutamente democrático. Una vista al futuro, a la que ya le he dedicado unos cuantos ríos de tinta, y cuyo desarrollo en la obra de James Ponsoldt de principios de este año (The Circle (ES)) me ha parecido más que adecuado.

Además, tampoco voy a hacer spoilers (tendré que hablar vagamente del argumento, eso sí), por lo que si aún no la ha visto ya tiene deberes que hacer, y si es que sí, quizás le sirva para ahondar más en el principio de democracia asistida por medios tecnológicos, con el liberalismo y la dictadura de masas en cuyos derroteros muy probablemente acabásemos varados.

Ser totalmente transparente

La premisa de la película es más que conocida por todos nosotros: una empresa tecnológica revoluciona la manera de socializar, y poco a poco va volviéndose el modelo relacional por defecto de la sociedad, hasta el punto de pretender ser el núcleo identificativo de todos y cada uno de nosotros.

Un tema al que le he dedicado no uno, sino no ya varios relatos distópicos, y cuya búsqueda de un equilibrio sano entre los beneficios de este tipo de tecnologías y los perjuicios se me antoja una verdadera odisea.

En la pieza cinemátográfica, el Facebook o Google de turno tiene como nombre The Circle, y no deja de ser una red social venida a más que en un momento dado se plantea servir como centralizador de la identidad del ciudadano. Para ello, recurre a un mantra de la industria: la transparencia es buena… empezando por las figuras públicas que nos representan.


¿Tiene sentido que en pleno siglo XXI los correos que envía nuestro presidente no sean de carácter público? ¿No debería el ciudadano de a pie estar al tanto de todo lo que hagan aquellos cuyo cargo es precisamente ejecutar nuestra toma de decisión?

Son algunas de las preguntas que se plantea Emma Watson (Mae Holland en la ficción), y que la llevan a ascender rápidamente dentro del organigrama interno de Facebook The Circle.

La cuestión es que en un ecosistema digital como el nuestro fácilmente se podría establecer un sistema muchísimo más transparente y auditable por cualquier ciudadano. Empezando por la parte comunicativa, que es el núcleo de debate de la película, pero en la práctica continuando con el resto de elementos que dotan a un sistema social el carácter de democracia: ¿Por qué deberíamos conformarnos con que solo los cargos públicos estén obligados a ser transparentes? Es más, ¿tenemos derecho a privar al resto de las experiencias que cada uno vivimos en nuestro día a día?

Si un servidor, por poner un símil parecido a uno que aparecerá en la obra, hago escalada, ¿no es mi obligación compartir esa experiencia para que una persona que está impedida físicamente pueda sentir, aunque sea por medio de lifelogging, lo que se siente al estar haciendo esa actividad?

¿No crearíamos entonces un mundo mucho más justo, en el que todos pudiéramos ponernos en la piel de cualquiera y experimentar la vida de cada uno de nosotros?

Es así como nace la frase que da título a esta pieza, y que me sirvió de inspiración para escribir estas palabras: Los secretos son mentiras.

Todo lo que nos guardemos para nosotros mismos es dañino para el resto. Somos mejores cuando sabemos que lo que hagamos dejará un registro auditable y disfrutable por los demás.


La otra lectura

Y ahí está el problema. Porque una premisa que a priori podría defender a ultranza (mayor transparencia como pilar de un sistema democrático más justo) hereda entonces elementos en su manera de obtenerlo que no nos dirigen hacia un sistema democrático, sino más bien totalitarista.

En el 1984 de Orwell el Gran Hermano estaba controlado por el gobierno. En The Circle, ese Little Brother estaría gestionado por una empresa con ánimo de lucro. Una Apple que ha sabido mover sus fichas tan bien como para posicionarse por encima de cualquier gobierno, volviéndose ubicua y omnipresente, alienando a sus usuarios contra éste, y por ende, ganando el control absoluto de la sociedad.

Un problema cuyas primeras ramificaciones ya estamos viviendo en nuestros días. El cómo en el último año las redes sociales han servido como arma propagandística para cambiar la geopolítica mundial, con un narcisista ignorante al frente del país más poderoso del mundo, con la futura pérdida de uno de los primeros y más representativos integrantes de la Unión Europa, o con la reciente llegada, por primera vez desde el principio de la segunda guerra mundial, de un partido de extrema derecha (ES) con un programa claramente racista y xenófobo al Bundestag alemán.

Con un ecosistema de infraestructuras críticas cada vez más sujeto a riesgos globales, que tan pronto podrían causar un colapso circulatorio como envenenar a los ciudadanos de un país enemigo. Con la excusa de que “si no tienes nada que ocultar, no deberías tener miedo” o “esto se hace por nuestros niños y por la seguridad nacional” que está llevando a algunos países a establecer sistemas de monitorización masiva que han demostrado por activa y por pasiva ser ineficientes para luchar contra los terroristas, y profundamente interesantes para mantener a raya a los ciudadanos.

El problema de centralizar todo bajo una misma identidad es que en caso de malos usos por parte de aquellos operarios encargados de gestionar el sistema (o terceros capaces de bypasear los controles de seguridad), lo que está en juego no es una simple cuenta de correo, sino quizás los datos médicos de una persona, que puedan servir a esos interesados para conocer sus hábitos y costumbres, y poner con ello en peligro la vida de esa víctima o de sus allegados.

Ya expliqué en su día como algo tan aparentemente positivo como fue lo que llevó al gobierno holandés a crear un censo donde recogía los intereses religiosos de sus ciudadanos con idea de obtener así una medida más exacta de la necesidad de apoyo económico de los diferentes colectivos fue utilizado por el gobierno del Tercer Reich para acabar con prácticamente la totalidad de judíos en el país. El problema de la transparencia absoluta no es la transparencia en sí, sino los malos usos que de ella se podrían desprender en la actualidad o en el futuro.

Que la transparencia absoluta estaría genial, y sería el fin de muchos de los grandes males de la sociedad, sino fuera porque en vez de máquinas somos humanos, y nuestro principal enemigo no es una máquina sino nosotros mismos.


Que la más pura subjetividad sigue siendo la batuta que dirige los vaivenes de nuestra sociedad, aunque nos pese y pretendamos ver en la IA de turno la alternativa perfecta. Una sociedad incapaz de remar en la misma dirección, con múltiples intereses cruzados.

Y eso que a priori es un hándicap, evita precisamente que surjan conflictos mayores. Simplemente porque la realidad no es ni blanca ni negra, sino una amalgama de grises tan sutiles como sujeta está a una interpretación múltiple. Usted y un servidor podríamos tener lecturas totalmente distintas del conflicto catalán, por volver al tema con el que empezaba esta pieza, y previsiblemente los dos podríamos tener razón y estar equivocados al mismo tiempo.

El error viene de dotar a elementos externos (como puede ser la tecnología) un carácter universal, cuando no deja de ser una herramienta creada por el ser humano, y por ende, sujeta a nuestras mismas limitaciones.

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