Jeremy Garner (EN) hablaba ya por Mayo sobre el curated self, una división de nuestra personalidad que cada día se da más en el tercer entorno, y que define un Yo que en muchos casos ni nos representa ni siquiera se acerca a nuestros intereses. En Idio (EN) hacían un pequeño estudio sobre su implicación en el marketing.


PabloYglesias-retrato

El “yo filtrado” está compuesto por fotografías, vídeos, actualizaciones de estado, tweets, posts en blogs, check-ins, comentarios, gustos, correos electrónicos y textos; cualquiera de las forma de comunicación digital que una persona utiliza. Pero hay, en mi opinión, dos cosas que lo definen: a) es realmente difícil leer las “señales” de auto filtrado de alguien para obtener una idea instintiva inmediata sobre lo quien es. (Mucha gente proyecta una versión de lo que quieren ser en sus canales sociales.) Y b) El yo filtrado es, en gran medida, capaz de ser controlado, incluso manipulado.

La traducción la saco de Antonio Ortiz (ES), que apuntaba al valor del contenido que consumimos como un indicador más acertado de nuestra personalidad, y no precisamente a lo que compartimos, a lo que retwitteamos o le damos Me Gusta, check-in o +1.

Lo cierto es que este tema ya lo traté hace un par de años en una obra que expuse en el salón de la Facultad de Bellas Artes (el «Auto-retrato» que podéis encontrar acompañando el artículo pertenecía a uno de los Yo), y que venía a beber directamente de la psicología moderna y la dualidad de nuestra personalidad. Tenemos varios perfiles según las necesidades, diferentes entes que dominan o se dejan dominar para favorecer el objetivo común (y en algunos casos ni eso). Extrapolado al mundo virtual, todavía cobra más peso, ya que si bien en la realidad únicamente podemos representarlos abstractamente, en lo digital salen a la luz en cada representación de nuestros Yo en redes sociales. Un Yo acompañado de amigos, de fotos en las que salgo bien en Facebook, un profesional hecho y derecho en LinkedIn, un usuario activo, directo y en algunos casos irónico en Twitter, y así un largo etcétera.

Representamos algo que en muchos casos no somos.

Representamos lo que queremos que la gente crea que somos, y quizás lo que queremos nosotros ser. El activismo digital tiene en este papel uno de sus principales inconvenientes, ya que por lo general, compartimos lo que creemos que la gente de nuestro alrededor le gustaría que compartiéramos, y consumimos en el más absoluto de los silencios lo que de verdad nos gusta consumir. Algo que hacemos todos, en mayor o menor medida. Filtramos nuestra experiencia digital (y las plataformas digitales a su vez la filtran nuevamente, intentando correr el error de paralaje ocasionado), cuidamos nuestros perfiles para obtener lo mejor de nosotros y que a tal efecto nos represente. Nos especializamos según el canal. Jugamos a diferentes roles, diseccionamos nuestra realidad, nos mentimos y nos engañamos con lo que no somos, y eso acaba por hacernos más como querríamos ser, aunque no obremos como tales.

Un gran problema para la tan ansiada afiliación que buscan las marcas. Un quebradero de cabeza para los marketeros, ya que resulta complejo lanzar campañas efectivas cuando el consumidor te miente descaradamente. Cuando no predica con sus actos. Pero así somos, y toca adaptarse.