Desde que WhatsApp activó la posibilidad de enviar mensajes de voz he ido paulatinamente descubriendo como un servicio aparentemente trivial está cambiando los hábitos de consumo de esta herramienta, al menos en mi ámbito más cercano.


Desde ese uso ocasional y normalmente absurdo de los primeros días (amigos cantándote cualquier tontería o chistes), he visto como su uso se ha estandarizado hacia un modelo de comunicación asímétrica que me parece interesante estudiar.

Lo que me ha llevado finalmente a escribir el artículo, sin embargo, ha sido el ver a una mujer extranjera, con la que he coincido hoy en el tren, que mantenía de forma habitual (y lo digo porque su forma de usar el smartphone como si fuera un micrófono me permitía ver su timeline a la perfección) comunicación por WhatsApp vía voz. La señora utilizaba el servicio para enviar dos o tres frases habladas, esperaba unos segundos a la respuesta de su interlocutor/ra,y volvía a contestar.

La conclusión inicial que saqué de todo eso era que estaba dando un mal uso de una herramienta de comunicación, pero entonces, me vino a la mente (mire usted por dónde) la ley de los cuatro cuadrantes de Stephen Covey (ES), que recojo a continuación, y que me hacen dudar de la respuesta fácil.

Este señor, que debía estar tan obsesionado con la productividad como un servidor, dividió sus tareas en cuatro tipos, de forma que resultaba más inmediato (lo visual siempre ayuda) fijar su prioridad.

Siguiendo esta distribución, la mayoría de llamadas que recibimos al día pertenecerían al cuadrante tres (no importante y urgente), que es precisamente el cuadrante que menos nos interesa mantener activo, ya que su contenido bien puede esperar unos minutos (horas, días o meses), y utiliza como canal uno terriblemente invasivo.

Gracias a él, perdemos la concentración, perdemos el tiempo, y por tanto, tira por tierra nuestra productividad.

La forma de comunicación por excelencia para este tipo de menesteres no urgentes del día a día es la asimétrica (correlación de poca importancia y poca urgencia), cuyo mayores exponentes han sido y son el email, el SMS y por ende, la mensajería instantánea.


Como principal detractor, está el hecho de que históricamente, o era muy incómodo de usar (mensajes de voz en el teléfono de tu casa) o era por escrito, lo cual tiene como ventaja su perpetuidad (para cuando esto es una ventaja), y como desventaja el que suele ser bastante poco productivo para conversaciones largas.

Por tanto, desde el punto de vista lógico, me sorprendo a mí mismo dándome cuenta de que una comunicación comedida (está claro que el trajín de monólogos de la mujer dista mucho de ser operativo) de mensajería de voz acaba por resultar más útil (productividad) para realizar este tipo de comunicación (cuadrante cuatro), siendo respondidas cuando el receptor vea conveniente (sin perder su flujo de trabajo), que el uso exclusivo de mensajería instantánea, y por supuesto, que esas llamaditas de treinta segundos recurrentes.

La explotación de todos los beneficios que nos otorga un sistema de comunicación digital. El uso con conocimiento de causa de cada canal (mensajería hablada cuando no disponemos de tiempo suficiente para escribirla, mensajería escrita cuando queremos dejar constancia de la comunicación de forma esquemática y telefonazo cuando en verdad estamos ante una comunicación bidireccional urgente e importante), adaptando contenido a contenedor, y no forzando a operar información de un cuadrante en otro. Perder el miedo al uso de canales no convencionales (ni los emails son puramente profesionales, ni las redes sociales son únicamente para ocio). Son pilares fundamentales para mantener un nivel de productividad adecuado. Algo que a todos nos interesa, ¿verdad?

Y de paso recupero aquella tira cómica que compartí hace ya unos años sobre algunas de las paradojas comunicativas actuales.