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Hace un par de semanas, en una comida con un compañero que es director general para España de una multinacional, me reconoció que llevaba tiempo utilizando casi para el 100% de su trabajo un iPad Pro.

La cuestión es que hablamos de una persona que aunque en un puesto directivo (ergo mucho Powerpoint y Excel), lidera una compañía cuyo negocio es puramente tecnológico, le gusta «estar encima» del trabajo de sus empleados (por eso de no oxidarse mucho), y de hecho, lo único que le quedaba para asegurar que este dispositivo cubría todas sus necesidades laborales era poder conectarse mediante una VPN al resto de herramientas de la oficina. Algo que por supuesto es posible mediante la mayoría de aplicaciones iOS de OpenVPN.

Le cuento todo esto porque quizás en nuestra industria pecamos de ser demasiado intransigentes. Recientemente le explicaba, al hilo de los esfuerzos de Intel y otras grandes por trasladar las necesidades reales del usuario a los dispositivos de electrónica de consumo, cómo mi situación laboral actual podría estar prácticamente cubierta con un dispositivo de ARM capaz de trabajar con al menos dos pantallas a la vez.

Y como bien sabe, mi trabajo requiere el uso de herramientas de desarrollo y analítica que podemos considerar avanzadas.

Hay que aceptar que la nueva Apple no es como a muchos de nosotros nos gustaría que fuera

Estos días vuelven a salir a la luz los beneficios de Apple, y para variar, la prensa se ha tirado a la yugular argumentando que nuevamente todo parece irles mal. Que si Apple está perdida, que si Apple tiene los días contados, que si Apple ya no sabe engañar a sus fanboys… Y pese a todo, sigue siendo una de las empresas más valiosa del mundo. Y una de las pocas (por no decir casi la única) capaz de llevarle la contraria a su cliente de toda la vida en favor del negocio, y de paso, del más puro sentido común.

Los MACs han ido estos últimos años paulatinamente adueñándose de la scene del diseño, el mundo audiovisual y el desarrollo profesional. Sencilla y llanamente porque tienen una integridad que (en desarrollo, diseño y audiovisual) es superior a las alternativas del mercado.

Y lo dice alguien que ha trabajado principalmente en Ubuntu y Windows, ojo. La tranquilidad de saber que hoy, cuando me ponga a trabajar, el sistema operativo va a funcionar sin problemas aún cuando le he tenido que instalar varios repos distintos, que nativamente tengo capacidad para realizar conexiones SSH sin instalar herramientas de terceros, o que el Premier no se va a colgar cada cierto tiempo, es un gran alivio.


Ahora bien, hay que entender que del mercado profesional, y en especial, de nichos de mercado tan específico como son estos tres, no se puede vivir. Que el negocio de una tecnológica pasa por escalar en usuarios de forma masiva. Por apuntar al mayor porcentaje de mercado. Lo que significa apuntar a la electrónica de consumo.

Y aquí vienen los problemas.

El último MacBook Pro es como el anterior Macbook Pro, pero con… una barra táctil (EN). Algo prácticamente inútil para cualquier profesional (a no ser que lo queramos para vacilar, claro). Pero muy bonita y llamativa para aquellos que no buscan productividad, sino disfrute.

A diferencia de Microsoft, que recordemos, ha sido históricamente una empresa de B2B (hasta hace apenas unos años ni siquiera tenía dispositivos, e incluso hoy en día, algunos solo salen enfocados a empresas), Apple tiene claro que su negocio está en ofrecer dispositivos de alta calidad para el usuario de a pie. Ese mismo usuario que ya no demanda escritorio, sino movilidad.

Y así surge el iPad Pro. Un dispositivo a medio camino entre el móvil y el escritorio, desde la óptica del primero, y cuya familia estos días cumplía 7 añitos.

Una familia que de nuevo no pasa por los mejores momentos (llevan más o menos desde el boom de las tablets allá por 2012 bajando periódicamente en ventas), en lo que a mi modo de entender es un fallo de comunicación.

¿Qué necesitamos realmente en un dispositivo?

El iPad Pro tiene potencial para acabar siendo el dispositivo que prácticamente el grueso de la sociedad podría utilizar en su día a día. Y ojo que incluyo incluso a muchos profesionales.


Sobra decir que, en efecto, un desarrollador back-end, un animador o un editor de vídeos quizás se encuentren con demasiadas trabas como para utilizar una «tablet» vitaminada como dispositivo principal.

Es importante mencionar que aún le falta mucho por mejorar. Sin ir más lejos, y aunque ya es posible trabajar en multitarea y le hayan incluido algunos atajos de teclado, un usuario exigente quizás eche de menos elementos que en escritorio siguen dotando de mayor productividad.

La decisión por parte de Apple de seguir dos rumbos distintos para sus dos sistemas operativos (MacOS e iOS), a diferencia de la convergencia a la que intenta apuntar la competencia, es acertada en el momento en el que te das cuenta que MacOS es ya un negocio residual para la compañía. Que su apuesta pasa por transformar iOS en un sistema operativo móvil lo suficientemente completo (ni más ni menos) como para que el de escritorio no sea necesario.

Fagocitarse a uno mismo una porción del negocio para beneficiar a otra con más potencialidad de crecimiento. Nada nuevo para Apple, por cierto.

Algo que ya se cumple para un uso habitual de electrónica de consumo (iOS y también Android), y que cada vez más apunta hacia un mercado profesional (el nuestro, sí) muchísimo más reticente al cambio.

¿Cómo conseguirán cambiar el chip a los nuestros? Va a ser interesante verlo.

Un servidor se encuentra muy cómodo en los convertibles actuales. Convertibles cuyos principios son exactamente los mismos (ser un híbrido entre escritorio y movilidad), pero que además son táctiles y además realizan este acercamiento desde el mundo del escritorio, mejor preparado ya a nivel productivo.


Pero todo se andará.

De lo que estoy seguro es que hoy en día, y aún sabiendo que tendría que hacer una serie de pequeños sacrificios, ya podría trabajar casi al mismo nivel desde una «tablet de estas». Que descontando alguna partida ocasional, y alguna edición de vídeo aislada, el trámite pasaría más por aceptar las limitaciones de un SO móvil y abrazar con entusiasmo sus ventajas, definir y, sobre todo, simplificar al máximo el proceso de trabajo diario, adaptándolo al paradigma del mundo app y del entorno sandbox que ofrece en este caso iOS.

Algo por lo que al menos actualmente no estoy dispuesto a pasar. Pero más por cabezonería que por necesidades reales.

Aún me falta que me hagan ese «click» en la forma de pensar para aceptar la evidencia, que no es otra que pese a lo complejo que pueda parecer mi trabajo, podría resolverlo con solvencia desde el mismo dispositivo que otros utilizan exclusivamente para ver vídeos de Youtube y revisar el timeline de Facebook…