Ayer me dejé caer por el cine para ver Pixels, uno de los tantos blockbusters veraniegos con los que Hollywood nos pretende sorprender durante estas fechas.
Y sin duda fui con entusiasmo, esperando no salir defraudado de la experiencia. Esperando que la producción se acercase al menos ligeramente a lo que supuso el cortometraje de donde salió la idea de este proyecto:
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¿La película? Bien. Decente. Para pasar el rato. Ni de lejos tan buena como el corto que tiene justo encima de estas palabras. Pero mi intención no era hablar de este tema, sino precisamente de otro del que bebe directamente.
Porque si de algo deben servir producciones como «Pixels» es para recordarnos una vez más que los mal llamados «frikis» ya no son tan freak como antaño. Que el ser gamer (aunque sea ocasional) ya no es mainstream. Pese a que todavía haya algunos que se vanaglorian de ello. Pese a que todavía haya algunos carcamales (con mucho respeto) que sigan pensando lo contrario.
Aún recuerdo esas luchas diarias en casa de mi madre, con el clásico: «¡Hijo apaga ya la consola o te tiro del cable!» y el «¡Mamá espera que estoy buscando dónde grabar…!» (por cierto, peleas que sigo teniendo ahora, pero con mi pareja y en el PC, G.G).
Porque de aquella, amigos míos, no podías «guardar la partida» en cualquier lugar. Porque de hecho, y aunque parezca una osadía, de aquella incluso había juegos en los que no se podía «salvar».
Sobre las generaciones que ahora dirigen el mundo
Estamos hablando de los años setenta, ochenta y noventa. Un servidor, como bien sabe, está casi más cerca de los terceros que de los segundos, pero desde pequeño demostré un inusitado interés por este nuevo «vicio», que al parecer iba a hacernos que suspendiéramos todas las asignaturas, que fuéramos menos inteligentes, que no saliéramos de casa, que no tuviéramos amigos, y que quizás, con el tiempo, nos diera por matar a nuestros familiares…
Recuerdo con entusiasmo esas tardes en las que bajaba a casa de mis vecinos del primero para jugar a Asteroids en la atari que ellos tenían. El gastarme «las perras» en las máquinas recreativas, situadas curiosamente en el mismo espacio que las de los mayores, y por tanto, salir día tras día intoxicado del humo del tabaco.
De pelearme con los «abusones de las máquinas recreativas» (seguramente usted sabe de lo que hablo) por el domino de la máquina de Pong, o más adelante por joderme una partida a The Kings of Dragon o Metal Slug. Y de irle llorando a mi abuelo porque tal o cual no me dejaba jugar :).
La llegada a casa de mi primera consola «comercial» (no las típicas de las tiendas de 100 pesetas), la NES, y esas horas que me pasé delante de la caja tonta intentando encontrar los patrones para pasarme títulos como Mario Bros o The legend of Zelda. Porque de aquella todo tenía un patrón, y el juego se sufría, muerte tras muerte, hasta que lo conseguías dominar.
Llega el mundo PC, llegan los emuladores, y entonces el sector explota. Ya teníamos con nosotros la PlayStation, pero aprovechábamos las clases de informática para pasarnos disquetes con juegos pirateados. Los títulos de la NeoGeo, que tantas horas (y dinero) nos robaron apenas unos años atrás, ahora podíamos disfrutarlos de forma gratuita, en ese mercado negro que representaban las aulas de informática.
Y de pronto, esos niños que al parecer estábamos destinados a ser la escoria del futuro, empezamos a despuntar en cosas tan aparentemente poco interesantes para el mercado como era la informática. Las telecomunicaciones dominaban el mundo, y la informática no era más que una herramienta para estas. Simples becarios de los verdaderos reyes del mambo. O eso se creía…
Han pasado en definitiva cuatro décadas, y los que entonces éramos niños, ahora somos adultos. Ahora de hecho, somos los que tenemos dinero, los que dirigimos el rumbo de la sociedad, y por tanto, somos un target que ningún sector puede dejar pasar.
Ahora ser friki es hasta positivo, pese a que en su día se usaba despectivamente. Ahora el mundo del videojuego está más que diluido en todo sector que se precie, educación y arte incluidos. Y ahora, frente a esa nueva oleada de juegos continuistas, con una elaboración más cercana al mundo audiovisual que al del entretenimiento, vuelve a estar de moda lo clásico.
La nostalgia por los juegos clásicos
Pixels va precisamente de esto. Del enaltecimiento de aquellos arcades que siguen presentes en el corazón de muchos de nosotros. Del ensalzamiento de las skills necesarias para enfrentarte ante los retos que suponían aquellos primeros videojuegos. Sin tutoriales, sin espacio para el fracaso, y en algunos casos, con una curva de dificultad disparatadamente excesiva.
Así, no pude más que volver a casa y entrar en una de las múltiples plataformas de videojuegos online que hoy en día pueblan la red, y que para colmo tiene sello español. En País de los Juegos (ES) había mucho donde elegir, pero tenía claro el objetivo.
Tecleo Arkanoid en el buscador, y me salen 81 resultados (ni 1 ni 2, 81…). Le doy a Start en el primero que me sale, y al momento ya estoy rompiendo baldosas. Y al momento ya me sale la típica pantallita de Game Over. No hay introducción alguna. No es necesario. Simplemente tengo que recuperar la skill.
15 minutos más tarde, monto en mi nave de Space Invaders (ES) y me pongo a salvar el planeta una vez más.
El tiempo pasa por todos, y las vidas van bajando. Ya no soy el gran piloto que fui en mi tiempo, pero al menos paso las primeras 15 pantallas y acabo con el primer boss. ¿Cuántos jefes finales más habrá? Lo mismo, y si el juego está creado aleatoriamente, infinitos.
Tengo que volver a la rutina diaria, pero al día siguiente saco otro rato, y acompaño a un curioso fontanero en su épica epopeya por salvar a una damisela en apuros. Un gorila gigante que responde al nombre de Donkey Kong no para de lanzarme barriles en unas plataformas que continuamente están en movimiento. En un escenario sin grandes decorados. Y sin capacidad de salirme de los 2D, con el único movimiento de saltar como arma frente a los dichosos barriles.
Quizás sea lo bonito de aquella generación de videojuegos. Que no aspiraban a ser nada más que un simple pasatiempo. Un verdadero rompecabezas.
Que podías ser a la vez un casual gamer y un hardcore. Que partían de mecánicas simples, sin florituras, para tejer una jugabilidad que ya quisieran la mayoría de títulos actuales.
Las limitaciones de RAM de aquella época son una salvación para la mayoría de estos títulos a los que tan bien les ha sentado el paso del tiempo.
¿Quién no ha vuelto a jugar una y otra vez ese juego de plataformas, o a ese arcade de su infancia? ¿Cuáles son los juegos que más triunfan en el entorno móvil? ¿Por qué Minecraft, entre otros, ha tenido tanto éxito?
Las mecánicas de hace tres o cuatro décadas siguen funcionando como el primer día. Por que al final, lo que el jugador busca es pasar un buen rato.
Hola, Pablo llegando tarde a todos lados, jeje!
No pude evitar comentar, (no me decidia) pero al final me desvie un sin fin de enlaces entre los que colocaste y encontre algo. Tal vez ya lo hayas visto: levelup.com (ES)
Me disculpo si colocar direcciones es spam pero es que me ha parecido bastante interesante y en concordancia a los temas que tocas…
Al igual que muchos e pasado buenos ratos jugando esos «clasicos» que se te quedan y simplemente te marcan recordandolos muy bien. Al parecer el mercado no le importa muchos hacer estragos hasta con estas simples pasiones.
Para nada Sabre, siempre y cuando aporten valor al debate. Únicamente suelo corregirlas para que abran en una pestaña externa y de paso para acortar el texto, que si no en móviles se ve fatal.
Me ha gustado el artículo. En esencia supongo que será la sensación que compartimos los que no empezamos a jugar con el call of duty. Y de nuevo es un ejemplo de cómo ahora ese target (creado o real) es interesante para la industria. Porque a fin de cuentas la mayoría estamos cerca de los 30, o de los 40, e incluso algún abanderado de los 50, y a fin de cuentas somos los que tenemos el dinero.