La tecnología de nuestros días dura menos que la de antaño.
Esto es así, se mire por donde se mire.
Y si, es cierto que una parte significativa se debe, precisamente, a la complejidad tecnológica de nuestros días.
Está claro que la miniaturización de componentes electrónicos, unida a esa tendencia por hacer dispositivos cada vez más invisibles en el día a día, complica las cosas de cara a que el usuario pueda hackearlos, o aunque sea, cambiarles algo a priori tan sencillo como podría ser una batería.
Pero también está el otro lado: el del interés de las empresas por producir dispositivos que duren lo justo y necesario… para que la máquina de imprimir billetes siga funcionando.
Si un iPhone te durase para siempre, Apple solo podría aspirar a vender un iPhone por persona, cuando está claro que resulta mucho más lucrativo venderle a esa misma persona un iPhone cada 2 o 3 años.
Pues esto mismo con todos los productos a nuestro alrededor.
- ¿Cuánto dura de media un ordenador de sobremesa? Vamos a poner 8 años.
- ¿Cuánto dura un portátil? Algo menos. Pon 6 para un uso normal.
- ¿Cuándo dura un teléfono? Claramente menos. Pon, de media, 2 o 3 años a lo sumo.
- ¿Cuánto duran unos auriculares bluetooth? Pues menos aún. Raro será que te duren más de 2 años.
Este problema se agrava cuando eres consciente de que estos tiempos se han ido reduciendo con el paso de las generaciones.
Antiguamente los auriculares de cable te duraban… hasta que el cable de uno de ellos se soltaba, y ese casco dejaba de funcionar. Si eras cuidadoso, podrías tener unos auriculares desde el principio de los tiempos, como es mi caso con unos de estudio que ya compró mi madre para usarlos con la minicadena…
Ahora, con el paso a auriculares bluetooth, te duran lo que dura más o menos un nivel aceptable de batería. Un componente que se degrada continuamente. Y puesto que tampoco podemos cambiarla por otra, toca tirar todo el dispositivo y comprarse uno nuevo.
Porque esa es otra…
¿Qué hace que un dispositivo pase a estar obsoleto y qué podemos hacer para combatirlo?
Principalmente, dos factores:
- El del hardware: Ejemplificado en la vida útil de la batería. Por poner un símil, mi anterior portátil, el Lenovo, funciona perfectamente (un poco más lento, ya sabes, pero nada del otro mundo) a excepción de la batería, que duraba como mucho media hora. Lo que en la práctica hacía que sí o sí necesitase estar conectado siempre que se fuera a usar. Pero también por cuestiones como la generación del procesador o su memoria gráfica, o incluso su almacenaje, que hacen que conforme evoluciona la industria, pasen a no ser compatibles, tácita o realmente, con el software actual.
- El del software: Lo que nos lleva a hablar de la otra pata de la informática. Mi querido iPad Mini de primera generación lo tuve que retirar no porque en efecto funcionase mal, o la batería ya no durase los suficiente para un uso diario. Sencilla y llanamente lo tuve que retirar porque Apple decidió años antes que ese dispositivo en cuestión ya no recibiría actualizaciones del sistema. Y al no recibirlas, llegó el día en que aplicaciones como Youtube o Netflix dejaron de poder darle soporte. Esto a veces pasa, nuevamente, por cuestiones de rendimiento puro y duro, y otras por simple interés de negocio (interesa que sus dueños estén forzados a comprar los modelos actuales).
Dejando de lado el apartado medioambiental, del cual ya hablamos largo y tendido, lo cierto es que solo le veo dos salidas a este panorama.
El institucional: Que la regulación fuerce un etiquetado global obligatorio de obsolescencia para cada dispositivo electrónico vendido
Un agente de peso en la industria, como puede ser la Comisión Europea, bien podría acabar obligando a que los fabricantes colocasen de forma visible en la caja donde viene el dispositivo cuántos años, de media, dura su producto para un uso normal, basándose en los mismos estudios de estrés a los que ya están obligados a poner a prueba sus dispositivos para venderlos en este mercado.
De esta manera abría un incentivo real para las empresas de mejorar los ciclos de vida del producto, a sabiendas de que el consumidor tendría delante de los ojos a la hora de comprarlo una variable más a considerar que afecta directamente a su bolsillo.
Si este iPhone me va a costar 1000 euros, y veo que de media duran 2 o 3 años, lo mismo me planteo comprar el modelo anterior, que me va a durar lo mismo y me ahorro, de paso, unos cuantos cientos de euros.
Puesto que, lamentablemente, este punto depende de organizaciones supranacionales y un acuerdo global con la industria (claramente no interesada en ello), lo que sí podemos hacer todos nosotros es votar con nuestro bolsillo.
El de todos nosotros: Que apostemos por la gama media
Un servidor, al menos, así lo lleva haciendo varios años.
- El último móvil tope de gama que tuve como smartphone principal fue el Samsung Galaxy Note 2. ¡El 2! Desde entonces, siempre he apostado por smartphones de gama media, como el Pixel 5 que tengo actualmente, y que cuestan la mitad de sus homólogos buques insignia sin apenas sacrificar nada, y con una vida útil semejante o incluso superior (tema de actualizaciones, por ejemplo).
- Con el cambio de portátil de hace unas semanas, más de lo mismo. Después de dos generaciones con portátiles de gama alta (por encima de 1.000 euros aprovechando alguna oferta), esta vez me he decantado por una gama media. Un procesador de penúltima generación (así me aseguro actualizaciones igual que cualquier gama alta), gráficos integrados y sin pantalla táctil. La misma esperanza de vida que tendría con un tope de gama, pero a mitad de precio.
Pues esto mismo con todo.
Hoy en día la gama media es, bajo mi humilde opinión, la compra más sensata, ya que ya no pagas ese extra de innovación… y tampoco te comes los posibles problemas de la última generación en componentes, teniendo un ciclo de vida semejante (siempre y cuando sepas qué debes mirar, claro).
Que ya que nos va a tocar cambiarlo cada menos tiempo, que al menos paguemos menos por ellos.
En fin, que dejo por aquí esta sugerencia.
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