hoy en día, somos lo que consumimos. Vestimos de una manera, usamos X productos, y estamos en contra de otros tantos, por el simple hecho de acercarnos a un grupo específico de la sociedad y distanciarnos de otros grupos cuyos intereses no son los mismos que los nuestros.


¿Pero de donde nace esa necesidad por personalizarse y a la vez difundirse entre el colectivo? La respuesta nos translada hasta las navidades de 1924, cuando varios de los nombres con más peso de la recién creada industria de la bombilla se sentaron juntos para crear el primer cártel para controlar la fabricación y distribución de este producto en el mundo, Phoebus.

El objetivo era claro: Controlar al consumidor por medio de sus productos. Las bombillas duraban mucho, y eso era una gran desventaja para el negocio.

Se decidió entonces reducir técnicamente la vida útil de las bombillas a 1000 horas, consiguiendo en apenas dos años que el resto de fabricantes acataran sus decisiones bajo estrictas medidas de control y grandes multas para los infractores.

Casos similares podemos verlos a patadas, como el de DuPont, un químico que en el 40 inventó el Nylon. Era revolucionario, pero tenía un gran problema. Era demasiado resistente. Se decidió entonces crear un tejido más frágil, ya que era justo lo que necesitaba la empresa para seguir recibiendo ingresos (los nuevos clientes, más los que ya eran clientes y se les había roto la ropa). El hilo eterno desaparecería para siempre, en favor de un nylon frágil que aseguraba más y más producción y ventas.

Un artículo que no se desgasta es una tragedia para el negocio. Con la revolución industrial, había tal producción de productos que la demanda de ellos no iba al mismo ritmo. Frenar las máquinas iba contranatura (si puedo producir más, ¿para qué no aprovecharlo?). Era necesario cambiar la mentalidad de las personas, o al menos obligarlas a comprar productos que no necesitaban pero sin que ello fuese visto como una obligación.

Y la solución llegó con la crisis económica de WallStreet del 29, que frenó de golpe el sentimiento de sociedad de consumo que se estaba implantando en los últimos años. Bernard London propuso un método radical para salir de la depresión: Obsolescencia programada.


 Cada producto tendría una vida útil, a partir del cual, se considerarían legalmente muerta, maximizando los beneficios, y además crear más puestos de trabajo.

Nunca se llegó a cumplir, al menos no de la forma que fue diseñado por Bernard London. La obsolescencia renace en los años 50, pero con un giro de sentido. Ya no solo obliga al consumidor a comprar un nuevo producto, sino que lo seduce, para que sea él quien desea comprarlo. Ya no se tiene un coche, se tiene un AUDI o un Mercedes, y a los pocos años, aparece otro con muchas mejores prestaciones, que nos hace dudar si merece la pena seguir con el nuestro.

Con la obsolescencia programada, el crecimiento económico siempre aumenta, justo lo que necesita el capitalismo. Pero es esta misma base la que lo hace insostenible. Un crecimiento ilimitado no es compatible con un mundo limitado.

¿Pero puede existir una economía no basada en la obsolescencia programada?

Lo cierto es que sí (aunque siendo sinceros acabó por ceder ante el capitalismo), y tendríamos que remontarnos a la alemania comunista, con bombillas que duraban una vida, con neveras de 25 años de duración. O la misma Rusia, con un modelo económico (o una falta de él) que obligó durante muchísimos años a ofrecer productos de calidad y repararlos.

Quizás la perspectiva comunista es un tanto radical, pero lo cierto es que sí se están viendo movimientos en contra de la Obsolescencia programada que merecen más la pena seguir.


Uno de ellos nace precisamente de la sociedad de Internet y la libertad (aparente) de expresión que nos ofrece la red de redes.

Casey Neistat, un chico que había comprado un iPod, se encontró con que éste dejó de funcionar a los escasos meses de vida. Al llamar al servicio técnico de Apple, éstos le dijeron que no había solución alguna para su batería, y que la única posibilidad era comprar un modelo nuevo.

Motivados por esta injustcia, crearon un videoreportaje de crítica con las medidas de obsolescencia de Apple, que acabó con el primer caso de este tipo en los juzgados.

Por primera vez, el consumidor ganaba a la obsolescencia programada, y Apple tuvo que ofrecer mayor duración a sus baterías, además de tomarse mucho más en serio la sostenibilidad (hasta no hace mucho aún patente).

Y esto no ha hecho nada más que empezar. El planeta no es infinito, y por tanto el soporte donde se asienta la obsolescencia programada y el capitalismo están fallando, lo que ha llevado al primer mundo a una profunda crisis.

De este sentimineto anticapitalismo nacen las nuevas propuestas, diseñadas sin tener en cuenta la obsolescencia programada. Warner Philips presentaba no hace mucho una bombilla led que duraba 25 años.


Otro caso, aún más cercano, es el del empresario español Benito Muros, con una bombilla que dura de por vida, y que según relata, ha sido víctima de una campaña de desprestigio por redes sociales y hasta amenazas de muerte para frenar la venta de su producto, en contra de las compañías ya asentadas.

 

A quien como a un servidor le apasione este tema, no dude en hacer feedback en los comentarios o mediante email (algo que últimamente estáis haciendo muchos). Y de paso no podía pasar la oportunidad de recomendaros este reportaje, con la colaboración de rtve, comprar, tirar, comprar: