En la primera parte de este artículo hablábamos sobre los antecedentes de la crisis económica actual, la variable tecnológica y la barrera que supone en algunos casos la economía del conocimiento. Centraremos por tanto éste en la aparente burbuja del emprendimiento, la innovación y la capacidad de generar un entorno más social motivado por la crisis.


crowsourcing

En toda esta vorágine de trabajadores incapaces de adaptarse a los nuevos medios, de la presión financiera y la gestión tecnológica, surge la figura del emprendedor como eje motivador del cambio. Ese mesías que tanto tiempo estábamos esperando, y que trae bajo el brazo el peligro de la idealización del riesgo.

Enterpreneur, enterpreneur, enterpreneur

Parafraseando la cita de Ballmer con los desarrolladores, lo cierto es que se está formando una nueva burbuja alrededor del emprendimiento. Y tiene consecuencias buenas y malas. La primera que se me ocurre es la atracción de capital a un nuevo mercado, mucho más dinámico y flexible que el anterior, cargado de innovación y motivación, dos elementos que siempre vienen bien. El que los ojos estén fijos en el emprendimiento, atrae también perfiles muy cualificados que hace unos años eran engullidos por el sector público. Propone además un modelo de trabajo mucho más cercano a la demanda de las nuevas generaciones (distribuido, intenso, motivador), y genera unas metodologías que sentarán las bases del empleo de años venideros (innovación en todos y cada uno de los sectores del mercado). Pero tiene también un lado oscuro, y es que existe una especulación alrededor de esta figura que distorsiona el mensaje. Ser emprendedor es un trabajo de riesgo. También hay que tener en cuenta que sí, se puede llegar a ser rico, pero eso les pasa a un grupo muy minoritario del sector, que acaban por dar en el clavo en el momento preciso, rodeado de las herramientas necesarias. Para el resto, va a ser un trabajo motivador que les dará para vivir, y que exige el 100% de sus capacidades. Llegar al emprendimiento por obligación no debería ser por tanto la idea que tenemos que difundir. La motivación es un elemento clave para que el negocio prospere, y no la necesidad.

La sociabilidad y el individualismo

Existen así mismo dos elementos que deberían ser tratados, y que en muchos casos se dejan de lado. Como bien señala Barrabés, la sociedad que ha vivido una crisis tiende a ser más social y menos individualista. Una toma de concienciación que lleva a intentar mejorar las sociedades futuras. Parece por tanto innegable (y hay grandes ejemplos en nuestros días), que el emprendimiento puede llevar a crear un mundo mejor, en el que el negocio es un elemento a considerar, pero no el pilar del discurso, siendo éste la evolución como colectivo. Nuevos mercados como el colaborativo, el crowdsourcing o el micromecenazgo nacen de ese sentimiento.

Sin embargo, a un servidor le cuesta ser tan optimista, y apoyado por esa disgregación de la clase media, apunta a una nueva separación de las clases sociales, en donde los menos favorecidos tienden a apoyar el colectivo, y los más favorecidos tienden a proteger sus intereses. Algo habitual (el proletariado que se vuelve elitista, y olvida sus raíces para transformase en la clase adinerada, y el populacho que intenta crear un mundo mejor para que nadie vuelva a vivir lo que ellos han tenido que vivir), cíclico en la historia, y que bien podría estar pasando en nuestra era.

Basándonos en esto, podríamos ver síntomas del cambio en las figuras de las grandes tecnológicas (ponga Google, Facebook, Micro,… donde le plazca) y ese paulatino abandono del interés común, amurallando sus fronteras y olvidándose del usuario a favor del negocio.

Hablaríamos entonces de la derogación de la clase elitista (aquella que hereda los beneficios del control de recursos de antaño) en favor de una clase media adinerada (que pasará a ser la clase elitista), apoyada por el valor del cambio tecnológico (la intermediación), y a una clase media obrera que quedará supreditada por la división de la antigua clase media.