Te voy a contar una pequeña manía que tengo cada vez que viajo a un nuevo país: Siempre me traigo aunque sea algunas monedas o billetes de recuerdo.
Y sí, es una gilipollez terrible. Por casa tengo monedas y billetes de diferentes países, algunos ya obsoletos, que bien podría haber cambiado (perdiendo un buen pico por el camino) por euros y haberlos aprovechado.
Pero bueno, que los humanos somos así. Absurdos.
No le des más vueltas.
El caso es que en el viaje de principios del mes pasado a Colombia es, que recuerde, el primer viaje al extranjero en el que no he podido traerme ningún billete. O mejor dicho, en casa hay uno de 2.000 pesos que por casualidad el último día Èlia acabó teniendo en uno de sus bolsillos.
¿La razón? En todo el viaje no hemos tocado los pesos colombianos prácticamente nada. Yo, absolutamente nada. Èlia apenas un día, y por una devolución de $5 en moneda local.
Todo lo hemos pagado o con tarjeta, o directamente con dólares americanos.
Y de esto te quería hablar. De lo peligroso que es que esto acabe siendo la norma, y no la excepción.
La importancia del dinero en efectivo
Ya he hablado de esto en más de una ocasión, pero conviene recordarlo cada cierto tiempo.
El dinero en efectivo es la mejor herramienta transaccional que hemos inventado hasta el momento.
Es la culminación a varios milenios de abstracciones económicas… sin la pata digital, que añade mayor complejidad, algunas ventajas, y también algunos inconvenientes.
Si lo pusiéramos en una balanza frente al resto de unidades que conforman o han conformado la economía en toda la historia de nuestra civilización, el dinero en efectivo actual sería el mejor ejemplo de un equilibrio perfecto entre el milagro de la producción en cadena, el consenso económico de las abstracciones que supone la moneda, y las ventajas de una “baja tecnología”.
Frente a él, el pago con dinero de plástico (tarjetas) o también las criptodivisas, son acercamientos más complejos que tensan aún más la cuerda, amparados en el optimismo tecnológico de nuestra era.
Todo por una serie de magníficas casualidades:
- No requiere de un testaferro para poder gastarlo: Y esto lo separa, nuevamente, del dinero de plástico y del dinero virtual. En estos dos casos dependemos de un órgano (o varios) que se encargan de intermediar los pagos, de demostrar que esa tarjeta o esa cartera tiene realmente ese valor que aseguran tener. Pero con el dinero en efectivo esto no pasa. Mientras la moneda siga en circulación, existe un consenso social que acepta como válida la propia moneda, sin requerir firma de nadie.
- Tampoco especifica dónde se puede gastar: Y por el simple hecho de que esa “baja tecnología” con la que está creada es, hablando en términos tecnológicos, retrocompatible con cualquier otro sistema transaccional.
- No genera datos transaccionales: Lo cual puede ser visto como una ventaja, pero también como un inconveniente, al permitir, para bien y para mal, que exista una economía sumergida que no sigue los canales oficiales y oficiosos de la sociedad.
- Tampoco requiere generar comisiones por cada transacción: Lo que viene de la mano de esa “retrocompatibilidad” antes mencionada. Puesto que es válido en todo el territorio donde opera esa moneda, y tampoco requiere de intermediarios, no fuerza a asumir costes extra por mantener o gestionar la propia transacción, ya que son los propios interesados quienes de motu propio lo hacen en el momento en el que la aceptan.
- Tampoco te lo pueden bloquear unilateralmente: La única manera de quitarte el acceso al dinero físico… es quitarte físicamente el acceso al mismo. Algo claramente mucho más complicado de hacer de forma masiva que con los sistemas digitales y virtuales, donde bien sea un órgano central, bien sea un intermediario, puede unilateralmente bloquear el acceso a ese capital con solo apretar (entiéndeme…) un botón.
- Tiene un ciclo de vida puramente físico: Lo que, de nuevo, con matices, podemos considerar más positivo que negativo. El dinero físico vale lo que vale mientras el papel o el metal con el que ha sido creado siga en condiciones. Algo mucho más sencillo que ocurra (por esa baja tecnología…) que la dependencia absoluta en la compleja y débil red digital y virtual donde se asientan las tarjetas y las criptomonedas.
- El dinero en efectivo es ANÓNIMO: Todo lo anterior para llegar a la guinda del pastel. El que sea anónimo permite, de forma indirecta, que el pueblo tenga la soberanía individual sobre su capital. Con todos los matices que quieras (son los bancos centrales quienes expiden la moneda, y hay maneras, impuestos y regulación mediante, de limitar esas libertades), pero tan real como la vida misma.
Podríamos pensar, no obstante, que el dinero en efectivo lleva con nosotros muchísimos siglos, y aunque siendo estrictos esto es cierto (hay tablillas que se usaban como monedas encontradas en excavaciones de civilizaciones como la sumeria), no hace tanto que realmente contamos con un sistema económico que sea tan fiable y universal como el que gozamos en nuestros días.
Sin ir más lejos, en EEUU la moneda emitida por el estado no se consolidó por completo hasta después de la Guerra Civil. Durante la mayor parte de nuestra historia pasada, las monedas eran válidas… cuando lo eran, y eran accesibles… para una minoría elitista, conviviendo el grueso de la sociedad con una serie de bonos y vales que dependían de compañías privadas.
Sin embargo, ahora mismo cualquiera de nosotros baja a la tienda de la esquina y puede comprar lo que quiera con la moneda sin preocuparse por si el tendero la aceptará o no.
Es más, los que tenemos la suerte de vivir en la Unión Europea o en EEUU, contamos con una moneda que ya no solo sirve para operar con normalidad en nuestros respectivos países, sino incluso en países que no tienen nuestra moneda, como era el caso de Colombia, y de buena parte de América Latina, Asia y África.
El tema, como todo en esta vida, es que la comodidad de las tarjetas está ganando poco a poco espacio frente al dinero en efectivo.
Desde España no era tan fácil hacerse con pesos colombianos antes del viaje, y aunque es cierto que en prácticamente cualquier lado podíamos pagar con USDs, es normal que haya puestecillos e incluso supermercados donde directamente no lo permitían, teniendo que pagar con tarjeta.
No solo eso, sino que al pagar con dólares estadounidenses, es normal que el vendedor nos metiera una comisión encubierta que, por ejemplo, en la tarjeta VISA que yo utilizo, no existe (hasta 2.000€ solo me cobran el cambio de divisa al precio que esté en el mercado).
Quiero pensar que al dinero en efectivo le quede todavía muchísimo tiempo de vida, pero viendo cómo en algunos países del norte de Europa se está llegando hasta el punto de prohibirlo…, la duda ahí está.
En fin, que por aquí tienes mi pequeño granito de arena. Una oda (otra más) al dinero en efectivo.
Porque no perdamos algo que funciona tan sumamente bien. Aunque el cuerpo (y los intereses de unos y otros) nos empujen hacia otros modelos teóricamente “más modernos y superiores”.
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