ignorancia positiva


Veía este fin de semana nuevamente El curioso caso de Benjamin Button (ES), una obra de David Fincher que en su día me encantó, y que esta vez me ha vuelto a enamorar.

Hablamos de una película del 2008, así que tranquilo, que este artículo no va por estos lares, pero sí me sirve para adelantar el tema del que me gustaría hablar en el día de hoy.

Uno de los secundarios de la película, Mike Clark, el capitán del remolcador Chelsea New Orleans donde Benjamin trabaja durante una parte de su vida, ejemplifica muy bien ese tipo de personas que aún sin tener prácticamente nada, están completamente seguras del camino a seguir.

Hay una conversación, de hecho, en aquel burdel en el que el protagonista va acompañado de Clark, en el que éste le cuenta la historia de cómo su padre intentó evitar por todos los medios que el joven Mike se hiciera artista, obligándole a trabajar en un remolcador.

La historia tiene un corolario profundo, con distintas lecturas, como le pasa al resto de la película, pero la respuesta de Benjamin, fascinado con ese peculiar tono de rebelión con el que Clark lo cuenta, no deja de ser un fiel reflejo de los dos mundos de este personaje:

Pero Clark, has acabado siendo capitán de remolcador, ¿verdad?

Y lo cierto es que es justo la situación que ha vivido Clark toda su vida. Un doblepensar del que me pregunto si no será la mejor estrategia para afrontar la vida.


El Yo y la imagen que tenemos de nosotros mismos

Sobre los diferentes Yo hemos hablado largo y tendido en estos últimos años, por lo que me voy a centrar únicamente en la parte que me interesa.

Mike Clark lleva una vida humilde como capitán de un remolcador. Una vida ocupada entre el trabajo y los vicios. Una vida segura, de la cual disfruta.

Y no tengo claro si la está disfrutando per se, o porque en su interior entiende que sigue siendo un artista. Porque vive una realidad distinta en la que él ha ganado las aspiraciones que su padre tenía para con su hijo.

La imagen que tenemos de nosotros mismos es crítica para afrontar las dificultades que se nos van a plantear a lo largo del tiempo.

Día tras día, vemos cómo las personas exponen un Yo en redes sociales que no suele ser el Yo que las caracteriza fuera de ellas.

Y no lo hacen (hacemos) conscientemente, sino simplemente como estrategia para auto-protegernos, como respuesta a un escenario simplón que no cubre la complejidad de nuestra realidad.

Ver el perfil de cualquier persona en FB es ver el perfil de una persona que parece muy feliz, que quizás viaja bastante, o está siempre rodeada de amigos y familiares. Y la realidad no suele ser tal y como la pintamos en el tercer entorno. Es bastante más humana, con sus pros y sus contras.


Pero a la vez, y como ya expusimos en su día, ese Yo artificial nos influye, hasta el punto de cambiar:

  • La manera en la que nos vemos: Y siempre y cuando ese Yo saque lo mejor de cada uno, aunque no sea la verdad absoluta, no tengo claro que sea una estrategia inadecuada. Es decir, si el objetivo de la vida es disfrutar, mejor quedarnos con la parte buena y aprender de lo malo. Una postura positiva, aunque utópica, y hasta cierto punto, déspota, es quizás la mejor manera de afrontar nuestro paso por el mundo. Algo que un servidor lleva tiempo intentando, pese a que venga del norte y me hayan educado en el pesimismo más aférrimo.
  • La manera en la que el resto nos ve: Lo que suele llevar a engaños. Mucha gente se sorprende al conocerme en persona puesto que un servidor es una persona muy introvertida. Que tenga un perfil activo en internet no significa que sea el alma de la fiesta. No va conmigo, como tampoco va con la mayoría de perfiles digitales. Las leyes que rigen el mundo físico no son las mismas que rigen el mundo digital, pese a que asociemos uno con otro.

Este es un tema que me atormenta. Ya que por un lado entiendo que esa idealización del Yo trae beneficios en nuestras relaciones (internas y externas), y por otro, nos separa de una realidad que otros estarán viviendo de otra manera, creando discrepancias y llevando a engaños, como le pasaba al “pequeño Benjamin” frente al relato del capitán.

La dificultad de hallar un equilibrio

Y lamentablemente esta vez no tengo una respuesta sencilla.

Si tejemos un mundo profundamente empírico a nuestro alrededor. Si nos formamos una labor crítica, como la que intento exponer en el día a día en este blog, temo que estemos dirigiéndonos hacia una vida menos feliz.

“Intentar entender todas las lecturas que hay sobre un tema. Ser empático con los diferentes caminos a los que nos lleva esa realidad, no hace más que mostrarnos un universo más rico y completo, pero quizás más lúgubre e inseguro. 

Por contra, una lectura simplona de todo lo que nos atañe. Una lectura ignorante de la realidad que vivimos, despeja un único camino que hay que seguir o aceptar. Y eso, a la larga, puede que nos lleve ineludiblemente a una vida más sencilla, sin tantas preocupaciones.”

¿Es la ignorancia la clave del éxito en la búsqueda de la felicidad?


Y por otro lado, ¿Por qué conforme más entendemos los diferentes acercamientos a cada conocimiento, resulta imposible volver atrás?

Si la sabiduría nos lleva hacia un camino con mayores obstáculos, ¿no debería ser de sabios querer saber menos? ¿O hay algo que me pierdo?

Porque si es así, quizás debería dejar de preguntarme tanto las cosas. De intentar labrarme mi propio criterio. De sufrir exponiéndome a diferentes lecturas.

De dejar de preocuparme por los abusos digitales, por las tergiversaciones mediáticas, por el futuro que estamos dejando a las próximas generaciones, y dedicarme a disfrutar ignorantemente (en el buen sentido, que conste) de la tecnología.

A ser un “prosumer” ingenuo, como demanda la industria, y un trabajador aspiracional, como demanda la sociedad. A quedarme con la superficie de todo, a aceptar el Padre Nuestro del equipo de marketing de turno.

Quizás de esta manera sería menos utópico, como me criticaban (muy acertadamente) por Twitter (ES) no hace mucho. E incluso quizás fuera más feliz.

¿Qué hay que hacer para desaprender?