Antes de ponerme a escribir este artículo me he tomado mi tiempo para revisar lo que ya habíamos hablado sobre el tema. Y es que quería tocar tantas temáticas aparentemente aisladas que temía que por el camino, el propio artículo perdiera valor frente al enlace.
Intensos días hemos vivido esta semana con el Mobile World Congress. Como bien sabe, he vuelto a faltar a la cita pese a que tenía pase acreditativo de analista debido principalmente a tres razones. La primera, inexcusable, es que hay que trabajar, e ir al MWC significa dejar de lado temas importantes para el negocio. La segunda es que mañana empieza la RootedCon, a la que tengo (y quiero, dicho sea de paso) asistir por motivos de trabajo. Y la tercera es que quitando el propio interés geek de un servidor por ver la operativa de presentación de nuevos productos en vivo, lo más interesante del MWC surge tras dejarlo reposar y consultarlo con la almohada, tras unir la frivolidad de presentaciones y presentaciones de nuevos devices con el sentido (la tendencia) que dicta estos movimientos.
Y si el año pasado y el anterior fue la electrónica de consumo asequible, enfocada a países en vías de desarrollo, este año ha sido el de la evolución del concepto de pagos móviles.
Y no porque los pagos móviles no existieran ya. De hecho el único cambio es que ahora hay dos participantes (semi)nuevos: Samsung y Google, que han pisado el acelerador.
En el caso de Samsung Pay, apoyados en el desarrollo de LoopPay (por cierto, comprada hace tan solo unos meses) que viene instalado ya por defecto en los nuevos terminales de la compañía bajo el nombre de MST (Magnetic Secure Transmission).
El el de Android Pay, poco más se sabe a excepción de que verá la luz del día muy pronto (EN).
A estos dos anuncios, hay que incluir ineludiblemente el fracaso ya cantado que tuvo el grupo lobbista americano frente al éxito que está teniendo Apple Pay, y si me apura, a esos intentos relativamente discretos (EN) de Amazon por meterse en el terreno del pago digital y de PayPal (ES) por intentar no salirse después de años y años liderando el mercado.
¿Qué hay en juego? Absolutamente todo. El control de las transacciones electrónicas, la desintermediación (o mejor dicho, la nueva intermediación) del pago, y de paso, la democratización de un sistema de intercambio de bienes abstracto y mucho más monitorizable. Empecemos.
Sobre el control de las transacciones electrónicas
El Santo Grial de la industria. Ahora mismo, acaparado por los bancos (y en menor medida, algunos intermediarios), que están en peligro de pasar a un segundo término si las estas empresas OTT consiguen hacerse con la experiencia total que ve el usuario.
El banco pasa entonces a ser un back-end de la cadena de transacciones económicas. Un engranaje que está por ahí, como le está pasando a las telecos con la red, o le pasó a IBM como proveedor de infraestructura.
Donde hay negocio es en la capa superficial, donde el usuario/cliente entiende que está ocurriendo todo. El resto corren peligro de transformarse en una commodity, en un aspecto necesario pero intangible, y por ende, con márgenes de beneficio cada vez más reducidos.
Sobre la democratización del intercambio de bienes
El modelo actual está caduco. Al menos desde la óptica del sistema y el estado de bienestar. En mi día a día tengo que ir siempre pegado a una cartera con no menos de 5 tarjetas distintas y si eso algún billete y monedas sueltas. Todo esto, fácilmente gestionable desde un dispositivo electrónico.
Ahora serán los smartphones, apoyados en líneas generales por ese NFC que ya adelantamos en 2012 que sería básico de las comunicaciones cercanas. En unos años, los wearables, con el smartwatch como punta de lanza, que hará real eso de llegar a un cajero, acercar la mano (ya ni siquiera sacar algo del bolsillo), y realizar la transacción.
Sobre la abstracción y monitorización del dinero digital
Lo comentaba en una charla que impartía el año pasado en la UCM. Del trueque a la moneda virtual, y cómo con el paso del tiempo y las continuas iteraciones en el modelo de intercambio de bienes hemos ido abstrayendo el valor real de lo compartido tirando hacia sistemas que simpatizan con el interés de la sociedad en primera instancia (recuerde, más comodidad), y con los de los gobiernos y empresas en segunda.
Porque amigo, el dinero de papel y metal no es tan rastreable como lo es una transacción digital. El dinero en papel está fuera del sistema. No hay metadatos que podamos exportar a una herramienta de big data, que podamos correlacionar con otros para obtener inteligencia.
Porque más seguros son. Una huella dactilar es un sistema más seguro que un PIN de cuatro dígitos numéricos. Si esa huella, como en el caso de Apple Pay, se gestiona en local y no en la nube, evitas la mayoría de posibles debilidades que tenía, quedando únicamente el principal problema de un sistema de verificación biométrico (que es único, y por ende, si te lo roban, poco se puede hacer). Pero para robártelo tendrán que robarte físicamente el smartphone, y aun así siempre tendrías la baza de bloquearlo en remoto.
Ganamos comodidad, y eso es lo que primero entra por los ojos. El dinero pierde entonces su magnitud física, y pasa a ser puramente digital, unos números escritos en pantalla. El que los grandes estén optando por el NFC asegura, como ocurrió con Passbook y la digitalización de los bonos y billetes, una implantación masiva incluso en todos aquellos comercios que no tienen pensado ser compatibles con estos “nuevos” métodos de pago (porque a efectos prácticos, estos TPV no distinguen entre una tarjeta de crédito y un dispositivo). La tecnología, pongan el nombre que el pongan, es exactamente la misma (una tarjeta NFC que entrega los datos al lector oportuno).
Y gracias a ello seremos un poco más rastreables. Les diremos a las agencias de inteligencia dónde estamos (¡anda!, ha comprado un billete de metro que ha tickeado a la entrada y la salida), con quién estamos (¡anda!, pero si estas tres personas han hecho exactamente lo mismo y están ahora tomando algo en el mismo restaurante) y qué vamos a hacer (¡anda! si hoy es miércoles y a eso de las 19:00 tienes clase de salsa).
De ahí que la disociación del dato operativo (el que la empresa necesita para cuantificar y realizar la transacción) del informativo (información de la propia transacción) deba asegurarse. De ahí que estrategias (y modelos de negocio) como el de Apple arrojen a priori más confianza que otros basados en la explotación de datos, como pasaría con Google.