Es de esos temas que de tanto repetirse con algunos de mis clientes, me ha parecido interesante trasladar a un artículo en la página.
Como bien sabe, mi trabajo con profesionales, medianas y pequeñas empresas suele centrarse más en el desarrollo de estrategias de transformación digital. Y eso, en la mayoría de casos, se traduce en crear una estrategia de marketing y contenido para que el cliente tenga presencia en la red junto con el desarrollo (si es que todavía no hay) o la optimización de los canales digitales en los que creemos oportuno estar presentes: Una web en la mayoría de los casos, una página de Facebook, Twitter, LinkedIn y/o Instagram, si compete, y por último, una app móvil.
El tema de la web es algo que prácticamente ya se ha vuelto mainstream. Hace unos años, cuando empecé como diseñador en esto, tenía que explicarles la importancia de tener un lugar en Internet, ya que de no tenerlo pasarían a ser vagabundos digitales, dependientes en todo caso de plataformas de terceros que ahora están y el día de mañana podrían desaparecer.
Conforme ha pasado el tiempo este bache lo hemos ido salvando, y muchos ya vienen con aunque sea los deberes hechos (una página creada en una plataforma de estas de plug and play). Que recalco, ni muchísimo menos es lo recomendable, pero al menos suele servir para que el dominio ya tenga unos meses/años de vida, lo que ayuda a posicionar mejor el nuevo desarrollo casi desde el principio.
Y al apartado social le pasa exactamente lo mismo. Quien más quien menos ya tiene una cuenta personal en Facebook, que es un paso, y suelen estar abiertos a animarse con la página de Facebook. Twitter es la típica plataforma donde prácticamente hay que estar… aunque apenas nos de resultados directos. Como ya he explicado en más de una ocasión, la red del microbloging es, hoy en día, el pulso informativo de la sociedad. Ni mucho menos llega a tener el nivel de interacción de otras plataformas, pero es abierta y por su propia idiosincrasia se presta a que los usuarios tengan un canal directo y cómodo para ponerse en contacto con mis clientes. Lo cual, como stakeholders, está claro que deberíamos como mínimo considerar.
El resto ya depende de cada negocio. Instagram cada vez está volviéndose un canal más interesante para muchos profesionales y organizaciones, e incluso servicios como Pinterest, LinkedIn, Google+ y compañía pueden llegar a ser vectores de descubrimiento más importantes que FB o Twitter en nichos de mercado muy específicos.
Cada caso es un mundo, y por tanto, me parece absurdo ponerme aquí a escribirle un tutorial genérico sobre qué hay que hacer para tener una presencia digital adecuada en su negocio.
De lo que sí me gustaría hablar es de la importancia (o la intrascendencia) de tener una app móvil.
¿Necesita nuestro negocio una aplicación móvil?
La pregunta, como cabría esperar, se responde en primera instancia con un rotundo: DEPENDE.
- Depende de la ideosincrasia del proyecto: Por ponerle un ejemplo, uno de mis antiguos clientes estaba desarrollando un juego online. La idea inicial era hacerlo para entornos web, de forma que el usuario pudiera acceder vía navegador desde cualquier dispositivo y disfrutarlo (hablamos de un juego de estrategia sin gráficos, ojo). Después de escuchar la idea les expliqué que quizás en su caso lo que tenía más sentido era desarrollar una app, habida cuenta de que el negocio esperable en juego de navegador en la actualidad es bastante despreciable (publicidad en la web, que ya sabemos que da más bien poco, y modelos de servicio freemium, que requieren una masa crítica de jugadores de pago demasiado alta). Sin embargo, los juegos móviles sí gozan de unas posibilidades de monetización bastante más interesantes, con barreras de entrada más bajas (a fin de cuentas tanto en iOS como Android ya solemos tener configurada la pasarela de pago) y un ecosistema, tanto de competencia como de usuarios, habituado a este tipo de negocios.
- Depende de los objetivos buscados: Otro de mis clientes, por poner un caso contrario, venía convencido de que debían desarrollar una app móvil para un servicio de intermediación entre profesionales de la imagen y potenciales clientes (empresas, marcas…). La cuestión es que tanto por presupuesto como por los objetivos que se planteaban (target al que se apuntaba, principalmente), me parecía más conveniente incentivarles a apostar por un desarrollo web a medida. Esperar que el directivo de una marca (o peor aún, alguien del departamento comercial) se instale una aplicación para contratar una, dos o cuatro veces en la vida a dichos profesionales para su negocio es pecar de ingenuo. Sin embargo, crearse una cuenta en una web no es tan invasivo, y si al final solo se hace un pedido o se acaban haciendo pedidos periódicos hasta es más cómodo que tener que depender de una interfaz móvil. Así lo hicieron, y los resultados claramente han sido positivos.
Con lo que quiero que se quede de esta pieza es precisamente con esto último. Que una app puede ser (o no) la mejor opción, por molón que parezca. Que cada caso es único. Y que hay que entender el ecosistema donde vamos a entrar antes de decidirnos por los canales, no al revés.
Después, con quién lo desarrollemos, ya es otro tema. Se pueden crear apps en yeeply.com (ES) o cualquier otro market de desarrolladores, o bien, en caso de conocer ya a profesionales capaces de sacar adelante un proyecto semejante, acudir directamente a ellos.
Yo soy desarrollador, pero me he especializado más en el desarrollo web, y por tanto, tiendo a externalizar lo máximo posible todo aquello que aunque quizás por conocimientos podría llegar a hacer, me llevaría más tiempo del que entiendo quiero cobrar al cliente.
Pero siempre, siempre, hay que tener en cuenta que cualquier canal que desarrollemos va a llevar asociado un mantenimiento, tanto activo como pasivo:
- Activo: Porque no vale con desarrollar una web o una app y dejarla ahí a su suerte. Hay que mantenerla nutrida de contenido fresco, y eso conlleva tiempo y gasto en recursos.
- Pasivo: Porque una web, pero sobre todo, una app, requiere de un mantenimiento técnico. Cada ciertos meses las APIs de desarrollo van cambiando, y lo que en su día era una web/app totalmente operativa, en cosa de un año puede quedarse obsoleta o directamente no funcionar. Hay que tener esto muy en cuenta ya que conlleva normalmente asociado un trabajo que el cliente final no suele poder realizar y que deberá subcontratar al desarrollador que lo había hecho, o a uno nuevo.
Es la razón de que, por ejemplo, la app de PabloYglesias, que estaba siendo desarrollada por los chicos de Microsoft hace ya unos años, acabase en saco roto. Estuvo en los markets principales del momento (Windows Store, Google Play y App Store), pero no seguí con el desarrollo y pronto acabó por dejar de tener sentido.
La reticencia natural que tienen los usuarios a instalar apps extra en sus terminales es otro factor importantísimo a considerar. Para negocios locales o con poca masa de usuarios esperable, lo más recomendable suele ser apostar por plataformas ya establecidas, y aunque joda tener que depender de ellas (Just Eat para locales de restaurantes, Steam para videojuegos, Amazon para venta de productos…), entender que, como decía al principio de esta pieza, tenemos que estar donde está el cliente potencial, aceptando el grado de fidelidad que podemos esperar de él, sin dejar llevarnos por el ostracismo de la mirada subjetivada de quien está detrás de proyecto.