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Estos días saltaba a la palestra pública las desafortunadas palabras de Richard Stallman sobre el caso Epstein (EN), al dudar sobre la veracidad de una de las supuestas víctimas de este acosador sexual.
Con las suficientes presiones como para que el que para muchos ha sido uno de los mayores arquitectos del paradigma del software libre haya sido expulsado renunciado a la presidencia de la FSF (EN) y su plaza como profesor del MIT.
Y el suceso me parece importante por varios motivos.
Índice de contenido
Sobre la dicotomía entre celebrity y conocimiento
De Richard Stallman podemos decir muchas cosas. Entre ellas, que al tío le falta «un pelín» de sentido común. Que se le ha ido la olla. Que no mide sus palabras… Incluso que su propuesta de lo que debe ser el mundo del desarrollo se ha quedado algo anticuada, cuando no es meramente una utopía.
Pero todo eso no ensombrece el hecho de que a nivel puramente técnico (lo que egoístamente al resto de la sociedad nos interesa de su perfil), es un ejemplo a seguir. Por conocimiento, por dedicación, por cabezonería.
Que su opinión en otras facetas de la vida puede ser totalmente reprochable, pero que eso no debería enturbiar el buen desempeño que ha hecho en su faceta puramente profesional.
Los sesgos de una celebrity
Lo que me lleva a hablar nuevamente de esa absurda tendencia social que nos incita a considerar líderes de opinión a todo profesional, incluso fuera de su sector.
Que un servidor puede saber «algo» sobre seguridad de la información, pero eso no me da mayor credibilidad que la que tiene cualquier otro ciudadano para hablar de política o de deporte.
¿Que lo hago? Pues bien, pero mi palabra debería valer lo mismo que la de cualquier otro, ya que yo no soy experto en ello.
Y aunque lo fuera, el conocimiento es lo suficientemente líquido como para que de vez en cuando me confunda.
La industria y esa cultura de la anulación
El caso de Stallman no es ni de lejos el primero que tenemos en el mundo de la informática. Como bien señala Jose en su artículo (ES), Linus Torvalds y Brendan Eich son otros ejemplos conocidos de genios del desarrollo que han sido invitados a irse de los proyectos que ellos mismos crearon no porque no siguieran siendo competentes en su trabajo, sino por declaraciones desafortunadas sobre temas que nada tienen que ver con su puesto o su profesionalidad.
En mis charlas y talleres estoy harto de poner ejemplos que cada día salpican a directivos y profesionales en todos y cada uno de los sectores. Personas, a fin de cuentas, que acaban siendo despedidas por alguna crisis reputacional que realmente nace de ese afán social por considerar la palabra del individuo como la palabra de la organización.
Y sin embargo, seguimos compartiendo
Lo más curioso de todo es que pese a ser conscientes (algunos al menos) de los riesgos de la compartición de nuestras opiniones en público, la mayoría lo seguimos haciendo.
Algo que afecta sobre manera al mundillo del software libre, pero que realmente vemos reflejado en todos y cada uno de los sectores de la sociedad.
Jose lo definía a la perfección en este párrafo:
El caso de Twitter es paradigmático. El beneficio potencial es irrisorio -ganar algo de visibilidad, un puñado de likes que te suban la moral de forma impredecible-, pero el riesgo potencial es dramático: que alguien desentierre un mensaje tuyo de hace una década y sus apenas 140 caracteres fuera de contexto sirvan para apestarte, incluso para que pierdas tu trabajo, y quién sabe qué más.
Pese al riesgo que existe, algunos seguimos empeñados en exponer nuestra opinión. A veces autocensurándonos, todo hay que decirlo.
Por el simple placer de compartir. Anteponiendo, aunque sea incosncientemente, el interés social sobre el individual.
Y supongo que eso es lo que nos hace humanos, a fin de cuentas.
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