placer culpable


La semana pasada me llamaba mi pareja para preguntarme qué le quería pedir a los Reyes Magos. Sabiendo que mi respuesta iba a ser la de siempre (no necesito nada), me atacó directamente con dos opciones: Minecraft o Star Wars.

Le respondí que me daba igual. Quizás un poco más la segunda, a lo que me preguntó qué me parecía Jar Jar Binks (ES), y curiosamente, me encontré diciéndole que casi prefería cualquier otro a algo de este personaje.

Después de colgar, me quedé pensando…

¿Por qué había respondido eso? ¿Tan mal me caía Jar Jar Binks, o era simplemente una respuesta aprendida de la sociedad?

Y quizás, si usted es fan de la saga, esté ahora mismo preguntándose lo mismo. ¿De verdad odia tanto a Jar Jar Binks, o simplemente es una idea que ha adquirido de fuera? ¿O simplemente es síntoma de un placer culpable?

Los placeres culpables de la sociedad

Este tema siempre ha estado rodeado de un halo de oscurantismo. ¿Cuánto hay de nosotros y cuánto del resto en todo aquello que hacemos? ¿Hasta qué punto somos meras marionetas de un conjunto de memes colectivos, de un virus ideológico que hemos tomado como indiscutible, y que replicamos sin rechistar?

La idea de que no puede gustarte lo que te gusta, de que debes avergonzarte de tus gustos porque el resto considera que no son los adecuados, de que debes ocultar que eres diferente.


De que hay alta y baja cultura, de que el postureo es necesario para prosperar en la sociedad. De que hay placeres que puedes disfrutarlos en público, mientras que otros deben quedar para tu vida privada, haciéndote sentir para colmo culpable de ello.

A este doblepensar se le llama placer culpable, y está tan inculcado en nuestra sociedad que resulta terriblemente complicado imaginar un escenario sin él.

La globalización, y la irrupción de herramientas democráticas de accesibilidad como han supuesto las TIC, agravan el problema.

Resulta cada vez más sencillo opinar sobre algo. Lo hacemos continuamente, y por ello, hemos fortalecido este “músculo” tanto en los últimos años. Y sin embargo, resulta cada vez más complicado labrarse nuestro propio criterio.

La mayoría de las respuestas que damos vienen condicionadas, o directamente, impuestas, por terceros. Son caracteres aprendidos que replicamos en distintos escenarios, sin pararnos a pensar si van acorde con nuestra conciencia, si son en efecto respuesta nuestra a un estímulo externo.

Ejemplos tenemos a patadas: Frente a la censura de la red, la mayoría de sus conocidos le dirá que tal situación es necesaria para luchar contra el terrorismo. Que prefieren entregar parte de privacidad a cambio de mayor seguridad. Pese a que seguramente nunca hayan indagado en el asunto. Pese a que la respuesta venga escrita de fuera.

¿Y qué hay de la supuesta “ingobernabilidad” de España que estamos viviendo estos días? ¿De verdad cree que todas esas personas que ahora mismo afirman que España es ingobernable después de las últimas elecciones, se han parado a pensar que simplemente donde antes había dos ahora hay cuatro partidos? Que muchos de los países del norte (no, no solo Grecia e Italia) tienen democracias en las que acaban gobernando coaliciones de tres y hasta cuatro partidos. Y que también es posible gobernar en minoría, cosa que previsiblemente acabará ocurriendo por estos lares…


Pero para un país como España, en el que históricamente los gobiernos han sido unilaterales y absolutistas, el ideario de un escenario más democrático es contrario al ideario que la mayoría de la sociedad tiene. De la educación mediática a la que todos estamos expuestos.

Sobre el placer culpable profesional

Así llego al asunto que quería tratar en este artículo.

Como suele pasar en época vacacional, intento aprovechar ese oxígeno extra para pensar out of the box, sobre el camino que sigo, personal y profesionalmente.

Realizar esto en plena “campaña” (en mi caso, prácticamente todo el año), me resulta materialmente imposible, por lo que aprovecho estos días para cuestionarme placeres culpables que quizás no he tachado como tal.

Y uno de ellos era el factor económico.

El año pasado me propuse superar una cuantía bruta específica, y este tenía pensado hacer lo propio con esa misma cuantía, pero neta.

Así mismo, aprendí (no sin alguna que otra hostia) a decir que no, algo crítico que lamentablemente no nos enseñan en la universidad (ni en el colegio), y que suele ser punto de inflexión entre una vida de apaga-fuegos y una vida más accesible.


La cuestión es, ¿hasta qué punto de verdad haber conseguido esto me ha hecho ser más feliz, y hasta qué punto la felicidad del día de mañana dependerá de que supere este nuevo hito?

Vivimos en una sociedad que parece premiar la aspiración, como si la aspiración llevara ineludiblemente a la felicidad.

Y quizás para algunos así sea, pero al menos para un servidor no está tan claro.

Cubiertas las necesidades básicas de una vida en ciudad, y permitiéndome ahorrar y hacerme algún capricho de vez en cuando, qué me aporta trabajar y ganar más para la consecución del principal objetivo: ser más feliz.

El viaje a la India seguramente ha sido otro estímulo necesario para desintoxicarme de la falacia de una sociedad capitalista, de una educación occidental. O al menos, quedarme con la parte interesante de una vida no impositivamente materialista.

Por todo ello, este año he decidido ser aún más estricto con los proyectos en los que me voy a embarcar. 

En el caso de proyectos temporales, me voy a marcar un límite de uno activo por vez (hasta ahora aceptaba un máximo de uno al mes, lo que a veces conllevaba llevar varios en paralelo), y siempre y cuando las garantías sean las adecuadas para las dos partes (mi expertise sea el correcto para el cliente y el proyecto sea de mi agrado).

Para proyectos continuos, únicamente aceptaré si de verdad las sinergias son claras y están alineadas con mis objetivos vitales, lo que seguramente significará que apenas entrará alguno nuevo.

Todo esto con la mente puesta en disfrutar más de lo que ya tengo, sacar tiempo para hacer más deporte (ya he empezado hace unos meses, pero quiero que no acabe en saco roto), dedicarlo también a la lectura (y no solo de noticias, como hasta ahora casi estoy haciendo), y recuperar la buena costumbre de meditar.

Que si al final consigo ese neto, mejor que mejor. Pero si no, que al menos sienta que he “gastado” parte de ese tiempo en mi y en los míos, y no solo en terceros.

Lo que seguramente me aporte algunos pasitos más en esa búsqueda de ese Santo Grial de la felicidad.