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Tenía ganas de escribir unas palabras sobre las ventajas y los inconvenientes de las empresas que cotizan en bolsa, y justo estos días el n-ésimo jaleo de Twitter me lo ha servido en bandeja.
Parto para ello de lo comentado ya en una de las últimas notas para mecenas: El impacto del capitalismo en la innovación empresarial y social.
En ella, y resumiendo muy mucho todo, venía a decir que los intereses de un negocio que cotiza en bolsa tienden, por las propias dinámicas del mercado, a ser contraproducentes para la innovación.
Y esto es entendible en el momento en que tenemos en cuenta que una empresa que cotiza en bolsa es un negocio al que le llega un capital que viene dado, principalmente, de accionistas que apoyan con si dinero el negocio de la empresa… no porque les interese el negocio en sí, sino como modelo de inversión para ellos mismos.
¿Qué supone esto? Pues pasamos así, centrándonos en el sector tech, de un ecosistema que ha vivido principalmente de los join venture y el capital riesgo, a otro basado en el capital inversionista de pocos muchos. Un tipo de inversión muchísimo más conservadora, y por ende, mucho menos partidaria del riesgo.
Justamente el elemento asociado directamente a la innovación.
Así pues, las empresas que cotizan en bolsa tienden a innovar cada vez menos. Y puesto que pasan de ser una startup a una corporación, las propias mecánicas internas empujan a sus trabajadores, tanto endógena, como exógenamente, a mantener la maquinaria funcionando tal cual está.
Ahora bien, existe otra opción y es que esa startup que ha crecido hasta convertirse, de facto, en un potente polo magnético de innovación sectorial, decida no salir a bolsa. O incluso, salirse de ella tras pasar unos años cotizando en el mercado público.
Algo que hace unas décadas parecía impensable, pero que oye, hoy en día no suena ya tan descabellado.
A la mente se me viene, por ejemplo, mastodontes del sector gaming como es Valve, una empresa que pese a su peso y volumen, no ha salido a bolsa jamás.
Y, como no, tenemos el caso reciente de Twitter, que con la compra de Elon Musk pasó de ser una empresa cuyas decisiones venían claramente alineadas con los intereses de su accionariado… a una empresa cuyas decisiones vienen dadas por el pie con el que se levante el bueno de Musk ese día.
LAS VENTAJAS Y LOS RIESGOS DE UNA EMPRESA CON CAPITAL PRIVADO
Puede gustarte más o gustarte menos el hecho de que Valve se pase literalmente años sin sacar un solo juego. Que “pierda” el tiempo con sus laboratorios de investigación, donde intentan redefinir la relación que tienen los seres humanos con esta industria, o que parezca que están únicamente imprimiendo billetes con esa gallina de los huevos de oro que es Steam, pero lo cierto es que el negocio de Valve va como un tiro. Y lo que es aún mejor: parece ser la envidia de cualquier desarrollador de videojuegos.
En el otro lado del cuadrilátero, tenemos a la nueva Twitter, que parece estar dando bandazos día sí, día también, en esa cruzada que tiene Musk por poner orden en el sin sentido económico en el que se había convertido al red de microblogging.
Decía al principio que las empresas que cotizan en bolsa tienen un margen de maniobra innovador muchísimo más acotado, pero también es cierto que ese esperable conservacionismo las vuelve, de facto, mucho más seguras a la hora de tejer a su alrededor una muy nutrida red de lo que en el mundillo techie llamamos ahora ecosistema.
¿Y sabes cuál es el enemigo número 1 del ecosistema? Pues precisamente, la incertidumbre de lo que pueda ocurrir el día de mañana con uno de sus pilares. Precisamente, en lo que Twitter se ha convertido desde la compra de Musk.
Algo que todos los que nos dedicamos, de una u otra manera a la gestión de perfiles digitales, estamos experimentando día sí día también.
La API de Twitter funciona a ratos (ya he parado de contar la de veces que el contenido mío o de algún cliente que gestionamos no llega a publicarse debido a un “error” en la API), y a esto, que podríamos considerar que viene dado por errores de desarrollo debidos, en parte, a esos despidos masivos, y a que Musk cambia cada día de parecer, se le suma los propios vaivenes de ese CEO que asegura vivir en un sofá en las oficinas.
¿Uno de los últimos? El que se vivió la semana pasada con Substack (y sí, enlazo al tema que me lleva a escribir este artículo ahora, después de tropecientas palabras).
LA GUERRA ENTRE SUBSTACK Y TWITTER
Por si no te has enterado, Substack es una plataforma de newsletter que ha cobrado bastante protagonismo estos últimos años por democratizar un poco más este formato, frente a alternativas más pesadas y profesionales como puede ser Mailchimp.
En Substack te creas un usuario, y ya puedes publicar, sin configuraciones aparatosas, y a cambio, por supuesto, de vender tu alma a la plataforma.
Gracias a ello, han proliferado muchas newsletter que se dan a conocer principalmente en Twitter, en una simbiosis que hasta ahora parecía bastante positiva para ambos.
Twitter, de hecho, hace unos pocos meses cerró su propio servicio de newsletter, por lo que parecía que la relación entre ambas plataformas era cada vez mejor: Twitter se quedaba con la conversación directa y corta, y Substack con la diferida y larga.
Sin embargo, y ahí entra el bueno de Musk, un buen día Twitter plantea ofrecer tweets largos por los que los usuarios podrían cobrar. Básicamente, lo que viene siendo una newsletter de pago, solo que cerrada al ecosistema Twitter.
Y como respuesta, estos últimos días Substack se saca de la manga Notes, que a todas luces es un sistema de envío de mensajes cortos que no le llegan a tu audiencia, sino que quedan expuestos en un timeline global asistido por una IA de reconocimiento, pudiendo darles Me Gusta, compartirlos o hasta citarlos.
Vamos, a ojos de cualquiera, un Twitter embebido dentro de Substack.
La guerra estaba servida y pocas horas más tarde, casualidades de la vida, los usuarios de Substack se dieron cuenta que, de pronto, los enlaces a sus newsletter no se veían en Twitter. Su CEO se quejó públicamente, a lo que Musk salió por soleares asegurando que no, que ellos no habían censurado CLARAMENTE (EN) los enlaces en Twitter.
Sin embargo, y de nuevo debe ser casualidades de la vida, si hacías una búsqueda en Twitter por Newsletter, te salía el contenido, pero si lo hacías por Substack, no salía nada.
Y en esas estamos, con una Twitter haciendo como si no pasara nada, y una Substack quejándose de censura en la red.
Por detrás, recalco, decisiones de un magnate que hoy en día es dueño y señor de la plataforma, y que por tanto, puede hacer lo que quiera con el futuro del ecosistema creado a su alrededor.
- ¿Que no te gusta? Es lo que tiene que una empresa sea privada. Que lo que ayer dijo, hoy puede cambiarse, y con ello, mandar a la mierda tu negocio.
- ¿Que buscas una plataforma donde la libertad de expresión no dependa de una sola persona? Pues por ahí tienes las redes federativas.
Lo que está claro es que el Twitter de la actualidad es otra cosa bien distinta. Es, a todos los efectos, una empresa privada.
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