cachemira whatsapp

En agosto de este mismo año, India suprimió el estatuto especial constitucional que hasta el momento tenían las regiones de Jammu y Cachemira, disputadas desde hace tiempo (ES) con Pakistán.


Y desde entonces, como seguramente ya sepas, se vive una desgracia de guerra fría entre el gigante asiático y estos pueblos, que ha conllevado, entre otras cosas, un apagón digital en la zona.

Hasta aquí todo “correcto”. Un conflicto más de los múltiples que se viven a lo largo y ancho del mundo.

¿Que por qué te hablo de esto?

Pues porque a partir del miércoles pasado parece que muchos de estos ciudadanos han sido alertados de que estaban abandonando masivamente grupos de WhatsApp, y que por supuesto cuando sus amigos de fuera del país les intentaban escribir para preguntarles por qué de ese abandono, se encontraban con que su cuenta había desaparecido (EN).

Y no, al menos directamente India no tiene nada que ver con el asunto. Lo que ha pasado es mucho más sencillo de explicar: Como hace ya cuatro meses del apagón digital, para WhatsApp todos aquellos que no se han vuelto a conectar a su cuenta pasan a ser considerados como usuarios inactivos, eliminando automáticamente su perfil del sistema.

No es el único caso semejante. Hace apenas un par de semanas vivimos una situación parecida con Twitter. La compañía de microblogging anunció que esta semana empezaría a eliminar las cuentas inactivas (EN) y por tanto liberar todos esos nicks de perfiles que no hayan entrado (aunque sea solo para hacer logging) en los últimos 6 meses.

Sin embargo han tenido que echar para atrás la medida: ¿La razón?


¿Qué hacemos con las cuentas de personas fallecidas?

El mantenimiento de soportes digitales entraña conflictos éticos de difícil solución

Fíjate si no en el primer caso.

De pronto parte de la ciudadanía de Cachemira ha sido expulsada de una herramienta de comunicación tan estandarizada como es WhatsApp debido a las necesidades esperables de una compañía por sanear su base de datos de usuarios (un trabajo que, recalco, es de agradecer tanto para la compañía, que así puede optimizar sus costes de mantenimiento, como de cara a los usuarios, ya que elimina complejidad en dichas bases y por tanto mantiene en unos niveles adecuados de optimización la experiencia de uso), que quedan ensombrecidas debido a un conflicto político y a la negación, por parte de ese gobierno, a que dichas personas pueda acceder a este y otros servicios.

Que India no había bloqueado WhatsApp. Había negado el acceso a red de datos a la zona, lo que indirectamente se ha traducido, pasado los cuatro meses que estipula el POS de WhatsApp, con el borrado masivo de esas cuentas.

En el otro caso, otra plataforma de comunicación que, nuevamente, hace su trabajo para optimizar gastos y mejorar la experiencia de uso, con el añadido de que encima en este caso esos usuarios inactivos están ocupando nombres de usuario que presumiblemente pueden ser interesantes para nuevos y actuales usuarios (por ponerte un ejemplo la cuenta @PabloYglesias la tiene desde hace cosa de 7 años un chaval que solo ha publicado dos tweets en 2012, uno para avisar a “Rocío”, su hermana, de que estaba por allí, y otro para decir “theWylliRex”, que para colmo está hasta mal escrito, ambos sin mención directa a los susodichos), y que sin embargo tiene que pararse (EN) hasta decidir cómo debe actuar la compañía para en efecto eliminar esas cuentas inactivas que deben ser eliminadas… sin eliminar de paso aquellas otras cuentas de personas fallecidas que tanto por interés de sus familiares como porque dicha persona fue un personaje público y merece ser recordado, no deberían pasar por el mismo aro.

Y ya te digo yo que en ambos casos no hay una solución sencilla.

Cuando establecemos cualquier protocolo de actualización en un sistema informacional es fácil obviar algunas casuísticas que comprometan la experiencia de usuario del sistema.


Lo vemos cada vez que realizamos un mantenimiento de una página web (¿cuando actualizas un plugin, qué riesgos corremos de que esa actualización se cargue parte de la operativa que quizás un porcentaje de nuestros usuarios demandaban?), cada vez que tomamos la decisión de abrazar un nuevo protocolo (véase si no el caso de la democratización forzada del SSL y cómo eso ha conllevado indirectamente una marginación de la web verdaderamente independiente), o como en estos casos, cuando simplemente realizamos un saneamiento periódico de la base de datos.

¿Cómo puede WhatsApp mantener una base de datos saneada y a la vez contemplar las prácticamente infinitas razones por las que un usuario no puede acceder a su cuenta pese a que en efecto quisiera?

¿Cómo puede una plataforma como Twitter mantener una política de naming sano y en constante movimiento sin que ello afecte negativamente a esos perfiles que pese a estar inactivos ofrecen un valor intangible para otros usuarios?

Entiendo que la red de microblogging acabará por implementar algo parecido al mecanismo para memorializar cuentas de personas fallecidas en Facebook, haciéndose cargo de ellas amigos o familiares que tengan forma de demostrar su cercanía, pero… ¿y en lo de WhatsApp? ¿Cómo controlamos cualquier tergiversación política en cualquier zona del mundo que, directa o indirectamente, esté cohibiendo el acceso de nuestros usuarios?

Dos ejemplos recientes que nos sirven de aviso a navegantes para todos aquellos que tenemos que gestionar sistemas informacionales.

La administración de sistemas, mal que le pese a algunos, entraña también conflictos éticos que son más complejos de solucionar que un simple sistema binario.

Trabajamos con 1s y 0s, sí, pero asociados a una suerte de extrapolación de la identidad de personas de carne y hueso, supeditadas a la propia complejidad humana, social, religiosa y política de nuestra era.


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