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biometria privacidad talibanes

El control de la información.

El 30 de septiembre del 2015 publicaba un artículo en el que explicaba que el verdadero debate sobre la privacidad no estaba, per sé, en el impacto presente de su abuso, sino en las posibles connotaciones que podría tener esa información el día de mañana.

Desde entonces, en más de un artículo, taller o charla, saco a colación del tema el ejemplo de lo que ocurrió a finales de los años 30 en Holanda, con aquel censo que el gobierno hizo añadiendo datos de carácter religioso.

¿La razón? Intentar ser lo más equitativos posible a la hora de repartir subvenciones a uno u otro colectivo.

Es decir, con el objetivo de generar un escenario sociopolítico más justo.

¿Cuál fue el problema? Pues que pocos años más tarde, la Alemania nazi ocupó Holanda, y para cuando llegaron… ya tenían todo el trabajo hecho.


Ese censo sirvió para identificar con nombre, apellidos y dirección, a cada judío el país.

¿La conclusión? El 90% de los judíos holandeses murieron en el Holocausto. Holanda fue, de lejos, el país más castigado por este genocidio, gracias, lamentablemente, a ese dichoso censo.

Pues algo mismo podría estar ocurriendo en estos mismos momentos.

El Afganistán talibán

Con la salida de la ONU y EEUU del país afgano, todos sabíamos que era cuestión de tiempo que la débil democracia que gobernaba poco más del 70% del territorio, se viniera abajo.

En cuestión de dos meses, los talibanes, que recordemos fueron los milicianos que en su día EEUU armó y entrenó para acabar con «los rojos», pasaron de dominar el 20% del país, a entrar de forma «pacífica» en la capital. El ejército afgano, ya sin los billetes de dólar en las carteras, no ofrecieron oposición alguna, y el gobierno se fue del país, no vaya a ser que rodasen algunas cabelleras más.

La situación actual, a poco que hayáis seguido las noticias, es la esperable. Los que recuerdan la época dorada de la ortodoxia, están dando palmas con las orejas, y el resto, si tiene opción de salir del país, lo intenta (es tristísimo ver vídeos de gente sujetándose a las ruedas de los aviones que salen del aeropuerto (ES), para caer al vacío cuando este despega…), y si no, pues estará encerrado en su casa, rezando al Dios de turno, para que las milicias y los saqueadores pasen por delante de su puerta… y no se paren.

20 años de una guerra en la que Occidente, con Bush a la cabeza, quiso hacer de padre mayor, y que se ha saldado con decenas de miles de muertos… para nada, ya que ahora volveremos al mismo escenario del que partimos, con la única diferencia que antes había tres grandes grupos peleándose entre sí (talibanes, ISIS y Al Qaeda), y ahora tenemos solo uno.


En este momento queda por ver cómo cada potencia mueve sus fichas anteponiendo intereses geopolíticos a los humanitarios. China y Rusia, y por diferentes motivos (económico en el primero, político en el segundo), ya han avisado que reconocerán la soberanía talibán a cambio de que haya «buenas vibras» entre ellos, y el consenso occidental, al menos hasta nuevo aviso, es el de meter en la lista negra al país.

Sea como fuere, solo el tiempo dirá si esta indómita tierra montañosa vuelve a vivir un esplendor que occidente ni de lejos consiguió traer con la democracia, y sobre todo, qué pasará con la figura de la mujer y los niños en un país que tendrá que abrazar, 20 años más tarde, la ortodoxia más dura con estos colectivos.

Hora de explotar bases de datos democráticas

Lo que me lleva a hablar del tema de este artículo.

Como decía, llevamos unos cuantos días siguiendo por Twitter la historia de varios colaboradores occidentales que no han conseguido salir del país.

La mayoría siguen ocultos en pisos franco de Kabul a la espera de recibir una llamada de la embajada de turno. España ya ha conseguido sacar a varios (ES), pero el principal problema que he visto estos días es que aunque en efecto para un país como España no es del todo difícil meter en vuelos comerciales a sus confidentes, estos últimos tienen que llegar por su propia pata al aeropuerto.

Y claro, con una capital sumida en un infierno de milicias y ladrones, como que salir de casa y plantarte en la otra punta de la ciudad, no parece la opción más sensata.

Ahora, además, los problemas aumentan, ya que se ha conocido que entre las pertenencias y equipos militares que se dejaron las tropas estadounidenses en Afganistán, hay dispositivos biométricos utilizados para identificar a todos los empleados y colaboradores de esas bases. Un material que ahora está en manos de los talibanes. 


Y ya sabemos cómo se las gasta esta gente… Sin ir más lejos, el año pasado, el aún presidente, Donald Trump, firmó la orden de abandonar el país (una orden que, por cierto, ya había emitido Obama unos años antes) a cambio de que los talibanes cesaran los ataques contra el pueblo afgano. Y ha sido levantarse el último helicóptero norteamericano y comenzar las represalias de estos últimos dos meses.

Aunque los líderes talibanes han asegurado en una rueda de prensa en Kabul que no buscan venganza y que «no se van a cometer abusos contra nadie», estos sistemas de identificación biométrica podrían servir para reconocer a todos los colaboradores afganos que han participado con las fuerzas internacionales durante estos años.

Los dispositivos se conocen como HIIDE (como el que ves en la imagen que acompaña este artículo), y son aparatos portátiles utilizados para identificar a las personas que pretendían acceder a las instalaciones militares. Son capaces de identificar a una persona por su escáner del iris o su huella dactilar y almacenar su biografía, junto con otros datos confidenciales. 

De igual manera, han servido estos últimos años para diferenciar a los civiles secuestrados de los captores en misiones de rescate. La periodista Annie Jacobsen, asegura en su libro First Platoon (EN) que Estados Unidos quería ganar la guerra recopilando los datos biométricos del 80% de la población afgana para diferenciar a terroristas de civiles inocentes.

Ahora que la guerra ha terminado para Estados Unidos, esos datos recogidos donde figuran los perfiles de los afganos que han prestado algún servicio al ejército podrían ser un arma clave en su persecución por el país.

«Procesamos a miles de lugareños al día, tuvimos que identificar, barrer en busca de chalecos suicidas, armas, recopilación de información, etc.»

Contratista militar estadounidense para The Intercept (EN)

Un veterano de Operaciones Especiales del Ejército sugiere en el artículo que los talibanes necesitan herramientas adicionales para procesar esos datos y poder utilizarlos contra la población afgana. Sin embargo, preocupa que Pakistán les facilite el apoyo técnico necesario.

Cuando la privacidad es lo de menos

A un servidor lo que más le jode es precisamente que este tipo de sistemas, que para colmo se están utilizando en Defensa (de otro país, pero Defensa a fin de cuentas), no se diseñen teniendo en cuenta estos eventuales cambios de poder.

Ante la pérdida de esta información sensible en manos de los talibanes, y teniendo en cuenta la caótica retirada de las potencias internacionales de Afganistán, surgen voces críticas con Estados Unidos como Welton Chang, director de tecnología de Human Rights Firs, también exoficial de inteligencia del Ejército, «no creo que nadie haya pensado nunca en la privacidad de los datos o en qué hacer en caso de que el sistema [HIIDE] cayera en las manos equivocadas»

Ahora esta posibilidad es ya una realidad. Mientras los líderes talibanes aseguran a la comunidad internacional que no tomarán represalias, y que el país es seguro incluso para las mujeres, muchos civiles aseguran que están buscando puerta por puerta a periodistas y colaboradores, que sus vidas corren peligro. 

Que no aprendemos de la historia, vaya.

Que somos incapaces de mirar más allá de nuestro ombligo…

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