hello barbie


No voy a descubirle nada que no sepa ya. La tecnología de nuestra era se levanta sobre el tenso equilibrio formado por la terna privacidad, seguridad y negocio.

Históricamente, el centro de gravedad de este triángulo ha estado más cerca del negocio y de la seguridad, dejando bastante desprotegido el ámbito de la privacidad.

Y pese a que ahora el cliente-consumidor exige un reparto más equitativo de estos tres factores, y pese a que es ahora, con el impulso en materia de infraestructura, de bajada drástica de costes, y de innovaciones, cuando tenemos más accesible protocolos abstractos al cliente final que aumentan la privacidad de las comunicaciones (sin por ello mermar la seguridad de las mismas), no parece haberse encontrado un punto común que haga a una empresa entender la privacidad como un elemento directo de negocio, sino de pura confianza del cliente (indirecto).

Esto queda claro en el escenario en el que nos movemos, con una paulatina evolución del internet de las cosas, con la paulatina invisibilidad de la tecnología frente a su función. Un cambio de paradigma que nos afecta a todos nosotros, niños y estudiantes incluidos.

Porque en esto quería centrar el debate de hoy. Precisamente en cómo esa disasociación de la privacidad en la sociedad está afectando también a los peques de casa, aunque haya legislaciones que precisamente prohíben la explotación de datos de usuarios menores de edad.

Google y el scraping masivo en dispositivos y servicios dirigidos al ámbito académico

Lo vimos hace unos años, con esa feroz campaña que se ha saldado con una implantación de Google Apps en prácticamente todas las universidades.

Un servidor, de hecho, que he cursado buena parte de mis estudios en la UCM, sigue (y seguiré hasta que me muera) teniendo acceso a mi cuenta de la UCM asociada a un perfil de GMAIL, y que todos los estudiantes usábamos para comunicarnos con el resto del grupo, con los profesores, con los responsables de las prácticas, y en definitiva, para compartir información de alto valor (al menos algunas veces :)) con una compañía de Big Data como es Google.


Por supuesto, los de Mountain View se habían comprometido (EN) a no hacer scraping de ese vasto océano informativo académico. Un océano repleto de tesis doctorales, de investigaciones académicas que sentarán, el día de mañana, un antes y un después en la industria tecnológica. Que pondrán en jaque (si Google no es previsor) su negocio.

Se comprometieron a ello, como también se comprometieron a no realizar scraping de servicios de terceros, robándoles la puerta de acceso a nuevos clientes (el buscador) y la tecnología y funcionamiento de su servicio, para pasar más tarde a ofrecerlo dentro de su propia página.

Como también se han comprometido a no utilizar la información de dentro de nuestras aplicaciones del móvil más que para mostrarnos información contextual a partir de una búsqueda específica.

Tal y como se habían comprometido con todos esos chromebooks, con el Sync de Google, dirigidos al sector educativo.

¿La realidad? La EFF destapa en una investigación expuesta al escrutinio de cualquiera cómo todas estas declaraciones de intenciones se quedan en saco roto (EN).

Los tentáculos de Google no encuentran fronteras, haya o no legislación que lo prohiba, en monitorizar el historial de visitas de los estudiantes, los servicios que utilizan, y hasta sus contraseñas, con el fin de mejorar su conocimiento de este sector y ofrecer servicios más enfocados en sus necesidades.

Con el fin de mejorar su negocio, a fin de cuentas, que hoy pasa por estas inquietudes, y el día de mañana puede pasar por revender esa información a una agencia de inteligencia, o a aplicar cambios publicitarios sutiles que afecten al recuerdo que tenemos de todos esos momentos que en su día decidimos alojar en su nube.


Y recalco, que el discurso sigue siendo el mismo que en universitarios, que en empresas y que en adultos. Simplemente que ahora se demuestra que también afecta a los menores de edad.

El internet de las cosas llega a los juguetes, y con él, una nueva vía de exposición infantil

Si esto ya le parece alarmante, agárrese que vienen curvas.

En unas semanas llega Papá Noel, y luego los Reyes Magos de Oriente (cómo nos gusta subirnos al carro de cualquier festividad…). En ambos casos, los pequeños esperan recibir regalos por lo bien (o mal) que se han portado.

Y muchos de ellos pedirán, como es de esperar, juguetes “inteligentes”. Robotitos, muñecas, juegos de mesa, videoconsolas y un millar más de categorías que ahora además de ofrecer lo que antaño ofrecían, tienen conectividad y pueden aprender y comunicarse directamente con el niño.

Dispositivos tecnológicos del Internet de las Cosas, a fin de cuentas, que siguen siendo tan vulnerables a ataques de terceros como lo es la insuficiente seguridad de sus protocolos de comunicación, y la falta de expertise de toda esta oleada de fabricantes de juguetes que ahora se suben a la moda de meterle un chip conectado a internet en sus productos.

¿El caso más sonado de los últimos días? El de la nueva “Hello Barbie”, de la que unos investigadores (EN) demostraban cuán fácil sería para un cibercriminal atacar masivamente, con el fin de obtener ya no solo fotografías de la niña, sino incluso entablar comunicación directa con ella para extorsiones de la más diversa índole.

Todo presuponiendo que ese canal no acabe siendo usado por el propio fabricante para campañas futuras de marketing directo al pequeño. Porque que te diga la televisión o Youtube que seguramente quieras este nuevo juguete es una cosa, pero que te diga “Pepita”, la muñeca con la que duermes todas las noches, o el propio Capitán América, que necesita que tus papás te compren a su acompañante, es una muy muy distinta.


Al final, exponemos a un riesgo muy a considerar a unas mentes que aún no están maduras, y que no cuentan con la educación suficiente como para comprender la ideosincrasia de este nuevo escenario hiperconectado. De que ese producto no está en verdad vivo, aunque tenga respuestas muy acertadas, y que tras él hay una compañía que espera “mejorar su negocio”.

Maldita sea, si es que la mayoría de adultos tampoco estamos preparados para lo que se nos viene encima. ¿Van a estarlo los pequeños de casa?

Por mucho que manejen mejor que usted la tablet, y que tengan el dedo gordo con callos de tanto usarlo.