En el anterior artículo hablábamos de la evolución que ha sufrido la privacidad a lo largo de la historia. De que la concepción actual apenas apareció hace un siglo, y gracias a ella, descubrimos la dualidad inherente en todo individuo (queremos privacidad sin perder los beneficios asociados a la falta de ella).
En relación a lo dicho, me gustaría debatir hoy sobre las implicaciones que tiene un sistema tan complejo como el de la identidad social, que sustenta un ecosistema rico en corrupción, que paradójicamente, es bueno y malo.
La autocensura y el autocontrol social: dos caras de la misma moneda
Hablábamos el mes pasado del Little Brother. De cómo la tecnología había creado un panorama en el que cualquiera tenía a mano una cámara, en el que cualquiera era capaz de tener su propio canal, y que ello hace que la idea del Big Brother como representación de la sociedad de control, se desdibujaba frente a una realidad en la que las pantallas miraban en las dos direcciones.
Tan controlados estamos nosotros por el poder como el poder por nosotros. O al menos tenemos la capacidad de hacerlo.
La privacidad acaba donde empiezan los intereses económicos, los intereses políticos, y muchos ciudadanos estarían dispuestos a sacrificar aún más a cambio de la recurrente seguridad esgrimida por los gobiernos.
Sucesos como el reciente asesinato de los dibujantes de la tira cómica Charlie Hebdo (ES) o la supuesta implicación Norcoreana en el hackeo a Sony, son excusas que funcionan muy bien para concienciar a la sociedad en la necesidad de un mayor control.
Y ojo, que parte de razón tienen. El saber que puedes estar siendo vigilado hace curiosamente que la gente se comporte de forma más civilizada. Y ahí entran ciudadanos, y entran políticos, y entran policías,… Aprendemos a base de hostias, que dirían en el pueblo.
Sin embargo, tiene su contrapunto negativo negativo, y este es la autocensura. Si lo que yo diga o haga puede acabar siendo usado en mi contra, quizás lo mejor sea no hacerlo. Lo que lleva a un estado de tensión social, de opresión, y por tanto, de malestar.
Buscar el equilibrio sería la salida a todos nuestros problemas, pero está claro que es complicado, incluso dejando de lado intereses unilaterales.
¿Que propone el escritor de este artículo?
Tres elementos fundamentales que juegan para igualar la balanza.
- Gestión privada de la identidad / Gestión pública del dato cuantitativo: Separar el grano de la paja. Como ciudadano, apoyo que la información cuantitativa de mis interacciones con el mundo esté abierta y accesible como dato, sin que por ello mi identidad quede al descubierto. Esto permitiría a terceros aprovechar la información probabilística para realizar estudios con mayor o menor rigurosidad, y mantener mi identidad privada salvaguardada. Para ello, precisamos de plataformas y compromisos reales, de empresas u organismos públicos que no trafiquen interesadamente con nuestros datos privados. Y esto no quita que detrás haya un negocio (no espero que todo se haga de forma filantrópica). El modelo freemium podría ser el más acertado (acceso a datos con carácter puramente personal gratuitos, acceso a datos con fines económicos o empresariales de pago).
- Regulación de toda la cadena de suministro de información: Las OTT viven hoy en día en un paraíso de alegalidad, por contraposición a las empresas suministradoras de infraestructura, que afortunadamente sí están reguladas. La idea es que todas lo estén por igual, obligando bajo penas reales y adecuadas el incumplimiento de cada normativa en cada país donde se opere, sobre todo con vistas a las multinacionales (y a los intentos de espionajes de las naciones a quienes representan).
- Una apuesta seria en materia de formación de la identidad por parte de los centros educativos: Que hace veinte años las clases de informática del colegio (si es que había) fueran tan lamentables podía ser hasta aceptable. Ahora lo lamentable es que el grueso de la sociedad no tenga conocimientos mínimos de cómo gestionar redes sociales o realizar búsquedas en internet. Sin esto, ¿cómo esperamos que la gente entienda el peso de la identidad digital? ¿Que sea capaz de implantar las barreras adecuadas para restringir su explotación por círculos sociales inadecuados? Y más teniendo en cuenta que los que ahora son niños, en treinta años serán los dueños del planeta.
Tres iniciativas que harían cambiar para siempre el funcionamiento de internet, y por ende, de nuestra propia sociedad. Aprovechar los privilegios que nos otorga la cuantificación del dato sin asaltar la privacidad del ciudadano.
Empujaríamos además a la sociedad hacia un modelo de autogestión. Nunca, en la historia de la humanidad, el aumento del control gubernamental ha propiciado un estado de bienestar. Pero si los límites de ese control se desdibujan, volviendo a dar al pueblo la capacidad de auditar las posibles discrepancias de la vida en colectivo, se abre la veda a un ecosistema más justo y por ende, más proclive al bienestar.
Mayor seguridad y mayor control, a fin de cuentas, pero en ambas direcciones.
¿Se le ocurre alguna más?