Tenía para hoy pensado escribir sobre otro tema, pero después de revisar la actualidad tecnológica, y sobre todo, tras un interesante debate en nuestro grupo privado para mecenas de la Comunidad en Telegram, he decidido posponer el otro para más adelante.
El caso es que el lunes publicaba por estos lares la pieza a colación del «hackeo social» que había hecho Cambridge Analytica consiguiendo de forma legítima 50 millones de perfiles de Facebook, y utilizándolos de forma ilegítima para preparar la campaña presidencial de Donald Trump. Y en la misma pieza ya alertaba:
¿Tiene entonces culpa la plataforma de ello? El problema es ese, que tampoco podemos criminalizarlos. Para Facebook, Google y el resto de grandes gigantes de Internet erradicar este tipo de tergiversaciones es hoy en día una de sus principales máximas. Su negocio se basa en la confianza que los usuarios depositen en su plataforma, y cada vez que salen noticias como la que vamos a hablar hoy, hay más usuarios que caen en la consideración del problema y un porcentaje de ellos deciden abandonarlas.
Dicho y hecho. Tras ser recogida la noticia en la amplia mayoría de medios generalistas (periódico, radio y televisión) de la peor manera posible (el desconocimiento y la necesidad de cubrir la noticia inmediatamente junto con el éxito que tiene la dramatización periodística nunca han sido buenos consejeros), ya han empezado a aparecer movimientos como el #DeleteFacebook (EN) que invitan a «todos los preocupados por la privacidad» a borrar sus cuentas y volverse parias digitales.
¿Que se puede vivir sin Facebook? Vaya que si se puede. Y sin WhatsApp, y sin Instagram, y sin Twitter, y también sin agua caliente, sin calefacción, sin móvil, sin prácticamente nada de lo que hoy en día tenemos a nuestro alrededor.
Puedo estar de acuerdo con el carácter reivindicativo del movimiento. A fin de cuentas, me parece importante que el usuario se haga notar y ejerza aún más presión de la que ya tiene encima la plataforma para intentar evitar casos parecidos. Pero es que esto tampoco soluciona el problema, como veremos a continuación.
En el otro lado del ring, y la razón que me motiva a escribir esta pieza, está la trágica muerte de una mujer de 49 años por un atropello… de un Volvo XC90 de Uber (EN). De un coche autónomo, vaya.
La mujer intentó cruzar la calle por una zona no señalizada como paso de peatones, y fue embestida por el vehículo. Ni los sensores, ni la inteligencia artificial que gestiona la autonomía del vehículo, ni los reflejos de la conductora asistente (hoy en día sigue siendo obligatorio tener un conductor de carne y hueso presumiblemente para evitar estas situaciones) pudieron evitar que Elaine Herzberg resultara muerta en el accidente.
Claro, sale una noticia así, y ya tenemos la excusa perfecta.
«Un coche autónomo mata a una persona»
¡Es el acabose! Ya bastante problema tenemos con las personas que matan a otras personas como para ahora preocuparnos por maquinas que matan a personas, ¿verdad?
Vamos a hablar al detalle de ello.
Confundiendo términos
Lo que más me jode del asunto es que en la mayoría de noticias que he oído alrededor de ambos sucesos se tiende a confundir el significado de «probabilidad» y «posibilidad», y curiosamente para mal.
Algo es «probable» cuando, en un proceso, el número de casos positivos es mayor que el número de casos negativos.
Algo es «posible» cuando, en un proceso, puede o no ocurrir algo.
Trasladado a los temas que nos ocupan, no es «probable» que a Facebook se la vuelvan a colar como en el caso de Cambridge Analytica. Ya han asegurado, por activa y por pasiva, que van a aumentar los controles a la hora de ceder información a organizaciones académicas (lo que realmente hicieron) para evitar que esta información pueda ser utilizada en otros derroteros (como ocurrió aquí). Pero es «posible». Tan «posible» como que Facebook el día de mañana sea una compañía de jabones artesanos, por ejemplo.
Y tampoco es «probable» que un coche autónomo mate a una persona en un accidente. De hecho, es muy poco probable, y lo será cada vez menos, ya que a diferencia del humano, los errores que tenga el sistema en un accidente sirven de aprendizaje para todo el parqué móvil, sea o no el mismo vehículo. Es una «posibilidad» más, por supuesto. Y seguramente habrá más muertes en años venideros.
El caso es que, como ya comenté en su día, el mayor problema al que se enfrenta la seguridad automovilística autónoma no es, precisamente, los sistemas de inteligencia artificial, sino la necesaria cohabitación durante unas décadas con la irracionalidad y pura subjetividad del hombre al volante.
Si pudiéramos, para mañana mismo, sacar de las carreteras a absolutamente todos los conductores humanos del mundo, y permitir únicamente vehículos autónomos, las muertes en carretera, que hoy en día representan uno de los principales factores de muerte en el primer mundo (según el país, el podium se reparte entre el sobrepeso, el cáncer y los accidentes de tráfico), prácticamente se erradicarían.
Fíjese que estamos hablando de la primera víctima mortal en un accidente en el que a todas luces parece que el sistema de AI ha fallado (ha habido otras muertes, pero se ha demostrado que el error era humano). E incluso obviando que por donde pasó la mujer no estaba convenientemente señalizado como tal (ergo, hasta cierto punto, ya es otro error humano). Una muerte tras varios años de pruebas en diferentes ciudades, tras varios meses de implantación de estos vehículos en las calles.
¿Cuántas personas han muerto en accidentes de tráfico… ayer? ¿Cuántas lo habrán hecho desde que ha empezado a leer este artículo?
De verdad, quedémonos con la idea de que lo «probable» es «posible», pero lo «posible» no tiene por qué ser «probable».
Y no caigamos en el discurso tecnofóbico
Que la tecnología puede matar personas, sí. Pero lo cierto es que aún en fases embrionarias, como es el caso, ha demostrado ya ser tan infinitamente más segura que el escenario anterior; que ha demostrado ofrecer un ecosistema tan sumamente vital para la evolución de nuestra sociedad; que pecar de tecnofobia es algo hasta casi insultante.
Solo basta entender los razonamientos básicos de la estadística para darse cuenta que Facebook, o la conducción autónoma, son elementos profundamente valiosos para comprender el sistema informativo mundial y luchar contra uno de los grandes riesgos de la vida moderna.
Que, como explicaba no hace mucho, debemos apostar por aquellas innovaciones que han demostrado, o tienen potencial de demostrar, que son poderosamente beneficiosas para la evolución de nuestra civilización, a sabiendas incluso de que estarán supeditadas a la irracionalidad (y tergiversación) humanas.
Que no se trata de prohibir o abandonar, sino más bien de intentar ofrecer las garantías suficientes como para minimizar en la medida de lo «posible» (que no «probable») dichas tergiversaciones.
Y sí, seguiré criticando fuertemente la ética y moralidad de los coches autónomos y el abuso de poder de emporios como el de Facebook. Y lo haré porque creo que es importante que los usuarios presionemos a esta industria lo suficiente como para que vaya en la dirección correcta.
Lo que no quita que sean ellos los primeros interesados en que así sea. Lo que no quita el hecho de que considere que es necesario que sigan trabajando en ello.