Llevamos medio año en el que el valor de los criptoactivos ha ido paulatinamente menguando. Una situación que ha acabado por explotar estas últimas semanas, con el desplome de algunas criptomonedas…, y el cierre de numerosas colecciones de NFT.
Esto, pese a lo que digan los excépticos de la criptoeconomía, es algo esperable en cualquier mercado económico. Es más, está pasando exactamente lo mismo en la economía global, afortunadamente sin un desplome tan exagerado, y precisamente debido a la madurez de uno y otro mercado.
Ya hablamos de esto recientemente, así que tampoco voy a explayarme mucho con ello.
De lo que quería hablar hoy es de un tema aledaño, al que cada vez más proyectos NFTs, y también criptomonedas, están enfocando todos sus esfuerzos: Hablo de dotar al poseedor de uno de estos criptoactivos de “algo más” que “simplemente” la posesión del criptoactivo.
Ese algo más, por supuesto, puede ser casi cualquier cosa que se te ocurra.
Por ejemplo, un cliente de nuestra consultora CyberBrainers ha sacado dos tokens cuyo valor está asociado a una participación en las minas de oro que tiene en su país. Es decir, que realmente cuando compras su token, estás además participando en un negocio físico, de forma que se consigue un paring entre el precio del token (la pura oferta y demanda de un cripactivo) y el valor que tiene su negocio de minado de oro.
- Si su negocio crece, los que tengan sus tokens ven aumentado el valor de los mismos.
- Si su negocio mengua, pasará lo mismo con sus tokens.
Una suerte de socialización de proyectos, de que cualquiera pueda participar en una idea, producto o servicio sin necesidad de desembolsar ingentes cantidades de dinero. De nuevo, otro tema del que ya hemos hablado en profundidad, así que no voy a pararme mucho.
En otros casos, sin embargo, lo que se busca es dotar de mayor valor al criptoactivo mediante el acceso a productos o servicios añadidos. Sin ir más lejos, hay por ahí varias colecciones de NFTs asociadas a videojuegos que, además, están prometiendo a sus dueños también la posibilidad de que su NFT sirva a modo de “entrada” para eventos presenciales que esperan realizar en el futuro.
Y aquí es donde se abre un mundo de posibilidades, puesto que la idea inicial de un NFT (demostrar que uno es propietario de un contenido digital original) se expande, favoreciendo la idea de que lo mismo, lo que estás comprando, no es (solo) esa propiedad, sino el acceso a un grupo o comunidad hasta cierto punto elitista que tiene acceso a una serie de ventajas frente al resto de mortales.
Exactamente igual que ha ocurrido toda la vida con las entradas y tickets, simplemente que dotándolo de un halo de hype tecnológico (el paradigma de un criptoactivo), y con el potencial de ser aplicado en cualquier otro derrotero (ahora mismo este NFT te permite, por ejemplo, tener una charla conmigo de treinta minutos, pero quizás el día de mañana te ofrezca la opción de que te envíe gratuitamente mi nuevo libro, o que te permita acceder a mi grupo privado en Telegram).
De hecho, por ahí van justamente los tiros.
Hace unos días leía el artículo que Mat Honan publicaba en la revista MIT TR (EN) sobre cómo intentó regalar a una amiga un NFT de su restaurante favorito… y acabó siendo una mala idea.
Parafraseo lo que contaba:
Cuando decidimos cuál sería el tema que abordaría el número de mayo-junio de nuestra revista, decidí regalarle a mi amiga Katie un NFT de uno de sus restaurantes favoritos, el Olive Garden. Era, también, un intento de comprender mejor los NFT. Cada uno de los llamados “tokens no fungibles de Olive Garden” eran en realidad solo una foto del restaurante. Se vendían por 19,99 dólares (18,93 euros), una cantidad vinculada al precio del menú de Tour de Italia, y se podían adquirir en la plataforma de comercio de NFT OpenSea.
Como puedes observar, la idea que tenía era la de poder regalarle a su compañera un menú en su restaurante favorito… pero con la parte nerd de que en vez de darle un cupón, le diera un NFT.
En esencia el principio es el mismo. Pero, amig@, el diablo está en los detalles…:
Yo ya estaba convencido de invertir esos 20 dólares, pero OpenSea no aceptaba tarjetas de crédito. Tenía que comprar la criptomoneda Ether para completar la transacción. ¡OK! Acepté el juego. Con mis Ether en la mano (o en la billetera, mejor dicho), volví a OpenSea e intenté realizar la compra.
Primer golpe de realidad que recibe alguien que quiere entrar en el mundillo de los NFTs.
No se pueden comprar con dinero FIAT, sino que cada plataforma lo gestiona con un token diferente. En el caso de OpenSEA, probablemente la más conocida de occidente, con Ethereum.
Así que, para comenzar, y como ya expliqué en el tutorial sobre cómo crear una colección NFT, ya no solo vale con crearte una cuenta en OpenSEA, sino que además tienes que contar con una cartera… y con dinero en formato ETH dentro de ella para poder realizar transacciones, lo que a su vez te obliga a depender de un marketplace donde intercambies tu dinero FIAT por ETH, lo envíes a tu cartera, y que tu cartera esté sincronizada con la cuenta de OpenSEA para que cuando realices el pago, puedas contar con ETH disponibles.
Seguimos, que la cosa no se termina aquí:
Pero en ese momento las primeras ofertas aparentemente ya se habían agotado. El precio había subido. Y no poco. Los compradores, que quizá habían visto los mismos hilos de Twitter que yo, estaban tratando de revenderlos. Con gran resignación, compré un poco más de Ether y lo intenté de nuevo.
Llegamos a otra problemática más. Lo que da valor a los NFTs es, como cabría esperar, el que no son ilimitados. Esto hace que se genere una sensación (artificial, como pasa en el arte y en cualquier otra economía) de exclusividad. Y donde hay exclusividad, hay más negocio.
Así que si no andas vivo, para cuando quieras comprar ese NFT, lo mismo ya ha subido de precio, ya que hay otros interesados en el mismo, o incluso el valor se ha inflado por los propios compradores, que revenden el NFT para sacar beneficio (especulación pura y dura).
Y no acaba aquí:
Fue entonces cuando descubrí las “comisiones de gas”, un pago de servicio que cobran los mineros para verificar las transacciones. Aunque era poco dinero, intenté regatear, a consecuencia de lo cual mi transacción no llegó a realizarse. Mientras, el precio de los Olive Gardens seguía subiendo. Lo intenté de nuevo, esta vez pagando la tarifa del mercado y lo conseguí. A Katie le iba a hacer tanta ilusión…
Una vez te decides y pasas por el aro, te das cuenta de que al precio que tiene el NFT en sí, hay que incluirle el llamado Gas Tax, que como dice el autor, son las comisiones que cobran los mineros por registrar la transferencia. Es decir, es como lo que le pagas al notario para que certifique que este trámite lo has hecho.
Pues bien, al parecer para esta persona la comisión era “baja” (a saber qué considera baja). Ya te digo yo que últimamente las comisiones son considerablemente abultadas. Hasta el punto de que, por ejemplo, para el tutorial que hice sobre cómo montar un NFT para usarlo en nuestros perfiles en redes sociales la comisión subía hasta los 70 euros.
Por supuesto, el coste del gas tax depende de la demanda, así que lo mismo justo cuando se puso esta persona a gestionar la compra del NFT había pocas transferencias y por tanto le salió muy económico.
Lo dudo, pero oye, todo es posible.
Y ojo, que aunque ahora ya sí, tiene el NFT bajo su control, esto continua jajaj:
Salvo que… ¿alguna vez han intentado darle a alguien un NFT? Tenía que pagar aún más “comisiones de gas” para realizar la transferencia.
En total, la compra que tenía tanta gracia y que al principio me iba a costar 20 dólares y luego tal vez 75 (71 euros), finalmente me costó casi 300 dólares (284 euros).
Pues ahí lo tienes. Para darle un NFT a un amigo, en efecto, tienes que volver a escribir en el blockchain, y por tanto, pagarle al notario-minero para que haga la transferencia. Aunque la transferencia sea a coste cero, la comisión te la comes igualmente.
Así es como esta persona descubrió cómo funcionan los NFTs. Ya no solo necesitas tener bastantes cuentas diferentes para poder gestionarlos (como mínimo, la cuenta en la plataforma de compraventa, una cartera, y una cuenta en el marketplace donde intercambias euros o dólares por la criptomoneda oportuna), sino que además en todas estas transferencias te va a tocar pagar comisiones. Aunque el coste de la transferencia en sí, como pasa cuando le quieres regalar algo a alguien, sea cero.
Por supuesto, parte de estos problemas se están ya intentando solventar con protocolos como el de Lightning Network del cual ya hablé hace poco. Pero a la vista de cómo está el patio, igual todavía tiene sentido usar cupones de toda la vida para hacer un regalo a tu amiga.
¿No crees?
Otros artículos de la colección sobre NFTs
- Qué da valor realmente a un NFT
- Qué es y cómo funciona la tokenización, pilar básico del valor de un criptoactivo
- La esencia de lo único en los NFT (artículo exclusivo de mecenas)
- Cómo firmar vía NFT tu foto o logotipo de marca para usarlo en tus perfiles
- Sobre el papel de los NFTs como sistema de identidad
- Sobre NFTs que desaparecen (artículo exclusivo de mecenas)
- El porqué del hype alrededor de los NFTs y los juegos Pay-to-Earn
- Qué problemas entrañan los NFTs como sistema de garantía de bienes y servicios
Imagínate recibir en tu correo semanalmente historias como esta
Suscríbete ahora a “Las 7 de la Semana”, la newsletter sobre Nuevas Tecnologías y Seguridad de la Información. Cada lunes a las 7AM horario español un resumen con todo lo importante de estos últimos días.