Al hilo del artículo que publicaba la semana pasada sobre Educación, perfiles y tecnología (y que a su vez nacía de un intenso debate en la lista de correo (ES) de esta humilde morada), volvió a salir por redes sociales el papel, trascendente o no, que juega la programación en las materias educativas, y en líneas generales, en el futuro de estas generaciones.
Un servidor empezó a programar (más bien a pegar cabezazos en el teclado más o menos estructurados y a un ritmo constante) bastante temprano, como un hobby, como una manera de crear algo con los recursos, más bien justos, de los que disponía en mi casa.
Hice mis pinitos, como buen gamer, con los emuladores, y con el crackeo de juegos. A veces por pura diversión, otras por obtener beneficios o partidas curiosas de aquella en la que los juegos se jugaban en local.
Llegué a tener un foro con PR4 (estamos hablando de hace 10 años, que para ser amateur no estaba NADA mal) desarrollado en PHP, e incluso un blog cuando aquello del blogging sonaba a algo raro…
Si hubo y hay algo en mi vida que me preocupa es que mi paso por ella sea intrascendente. De ahí que en su día enfocara recursos y tiempo en adquirir las competencias necesarias para crear digitalmente todo ese mundo que interiormente tenía. De ahí que seguramente me diera en su momento por crear aventuras en libro, por escribir alguna que otra novela que a este paso no se hará pública nunca, y como no, de ahí que también me diera por ir contando mis locuras diariamente en este antro.
Con el paso del tiempo, la realidad te golpea, y en mi caso esa hostia vino de la mano de una ingeniería que me desengañó. Hasta el punto de abandonar la carrera y meterme en la única que por aquel entonces sí premiaba en verdad la investigación y la creatividad.
Así, de un perfil puramente especialista, pasé a conocer «el lado oscuro» del humanismo, de la búsqueda de la reflexión. Un escenario donde los límites son mucho más amplios, y donde la norma, aunque exista, es fácilmente dejada de lado en pos del descubrimiento.
Es curioso que en una carrera como Bellas Artes haya encontrado más espíritu disruptor que en Telecomunicaciones. Hay espíritu, pero falta, como no podía ser de otra manera, las herramientas.
Programación y alfabetismo
O al menos, no cuentan con todas con las que hoy en día la tecnología nos dota. Unas mentes abiertas a probar, pero limitadas por el formato y el canal de siglos pasados…
En Bellas Artes de la Complutense no te enseñan a programar, pero bien debieran. Yo venía medio aprendido de antes, pero en todo caso me pareció interesante apuntarme a un ciclo superior por las mañanas (iba al horario de la tarde), para refrescar conceptos y aprender aquellos que todavía no tuviera. Es más, soy de los que opina que una educación, aunque básica, en programación, debería estar contemplada en todos los planes de estudio.
Pero hay que dejar claro una cosa, y es que el objetivo no es crear futuros ingenieros, sino ciudadanos cuya única limitación sea su propia creatividad, su propio interés, y no factores externos.
Me ha gustado mucho por tanto leer el ensayo de Chris Granger sobre el alfabetismo (EN).
Al buscar esta palabra en Google, obtuvo la siguiente respuesta:
El alfabetismo es la habilidad de leer y escribir.
Y como bien señala Granger, la definición adolece de responder únicamente a su definición mecánica. Sabemos que alguien está alfabetizado cuando sabe leer y escribir, pero eso solo es la respuesta externa a algo sin duda mucho más complejo, que ocurre en su interior.
De nada sirve saber leer y escribir si esa persona es incapaz de moldear esas palabras y dotarlas de un sentido plástico. De tejer mundos donde esas palabras se transformen en figuras e interaccionen entre sí.
¿Qué ofrece la programación entonces? Otra vía de salida distinta (una externalización) a ese mundo interior.
Con una diferencia principal e irrefutable, y es que la lectura y la escritura nos dotan de una capacidad de almacenamiento y distribución del conocimiento, mientras que la programación ofrece un moldeado de esa información.
Para llegar a programar algo, es necesario comprender a vista de pájaro de qué estamos hablando. De saber descomponer (limitar) el ámbito de toda esa complejidad interna a escasos elementos matemáticos que juntos, esta vez sí, devuelven una complejidad más acotada que un tercero puede consumir.
La programación es una herramienta, no un fin. Nos permite comprender el mundo que nos rodea, sea o no tecnológico, ya que educa a nuestra cabeza a pensar lógicamente.
La programación no es la escritura del futuro
Y esto no quita que la lectura y la escritura sigan siendo trascendentes. Son otras herramientas, que tienen que vivir en armonía con el resto, para que llegados a un punto, y según las necesidades, tengamos dónde elegir.
No es so o arre. Es un todo. Ni la programación es la escritura del futuro, ni debería estar acotada únicamente a perfiles técnicos.
Hay que recordar que históricamente, las matemáticas formaban parte de las humanidades. Es absurdo que separemos actualmente materias como si una no fuese resultado de las demás. Como si una no enriqueciera a las otras.
[Tweet «.@PYDotCom: ‘Programar no es un fin, sino un medio para entender todo lo que nos rodea'»]
No, no creo que necesitemos un futuro lleno de ingenieros. Como tampoco es necesario un mundo lleno de físicos, o de filósofos, o de médicos. Se precisan perfiles generalistas y especializados, que sepan trabajar en armonía, utilizando las mismas herramientas y los mismos lenguajes.
Porque es precisamente eso (la diversidad) lo que nos da poder. Lo que nos distancia (positivamente) a la hora de madurar una postura crítica hacia todo lo que nos rodea.
Somos en colectivo heterogéneo, por tanto, menos susceptibles al engaño. Somos como individuos críticos, más fuertes contra abusos de poder, contra propaganda encubierta, contra el sistema de control.
El papel de la educación debería ser ese por encima de cualquier otro. Formar a personas con capacidad de crítica, con aptitudes para enfrentarse a un camino lleno de baches.
Lo demás (conocimiento propio para desempeñar un trabajo), si se cumple lo primero, viene asegurado.