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En el capítulo más oscuro de la historia alemana, durante una época en que turbas incitadas tiraban piedras a las ventanas de tiendas de dueños inocentes, y mujeres y niños eran cruelmente humillados al aire libre; Dietrich Bonhoeffer, un joven pastor (EN), comenzó a hablar públicamente en contra de estas atrocidades.


Después de años de intentar cambiar la opinión de la gente, Bonhoeffer llegó a casa una noche y su propio padre tuvo que decirle que dos hombres estaban esperando en su habitación para llevárselo.

En prisión, Bonhoeffer comenzó a reflexionar sobre cómo su país de poetas y pensadores se había convertido en un colectivo de cobardes, ladrones y criminales.

Eventualmente concluyó que la raíz del problema no era la malicia, sino la estupidez.

Con esta experiencia vivida por este líder cristiano alemán se ejemplifica la llamada Teoría de la Estupidez de Bonhoeffer, que llega a la conclusión de que, en efecto, se debe tener más cuidado con una persona (o sociedad) estúpida que con una maliciosa.

La Teoría de la Estupidez de Bonhoeffer se aplica al dedillo en el marketing político, y es pilar fundamental de cualquier campaña propagandística. Ocurría así en aquellos graffitis encontrados en Pompeya que la ceniza volcánica nos ha permitido observar en nuestros días, y se ha aplicado sistemáticamente en todos y cada uno de los movimientos populistas hasta la fecha, sean de izquierdas, de derechas, de centro o de donde le dé a uno la gana.

Desde esa Alemania de Hitler, pasando por la Unión Soviética de Stalin, la Libia de Gadafi, y por supuesto, el EEUU de Donald Trump, la Francia de Le Pen, el Brasil de Bolsonaro o, ya puestos, la España de Abascal.

La Teoría de la Estupidez de Bonhoeffer no entiende, además, de sistemas políticos. Se puede aplicar por igual tanto a dictaduras como a democracias. Y tampoco discrimina entre su aplicativo desde los órganos de Estado, o aquel que se realiza desde la oposición.


Lo que es un hecho es que funciona, por el simple motivo de que ataca a los instintos primarios de la persona, del ciudadano, y por el propio peso social que ello conlleva, de la sociedad en su conjunto.

IAs generativas al servicio del marketing político y la propaganda

En una entrevista que me hacían hace unos meses en el Business Insider, explicaba a Miriam, la reportera, cómo las IAs generativas iban a cambiar radicalmente la manera de hacer política de aquí en adelante, y ejemplificaba mi discurso acudiendo a cómo ya se estaban generando imágenes falsas en algunos de los medios de comunicación del propio stablishment español.

Que no hablábamos de medios de fake news, ojo. En grandes periódicos considerados, hasta cierto punto, fiables.

Era obvio que algo así, que recalco que por nuestro país se ha empezado a hacer de una manera moderada y puramente anecdótica, encontraría el escenario perfecto en todos aquellos movimientos populistas políticos que se precien a lo largo y ancho del mundo, cómo, de hecho, estaba ya ocurriendo con numerosos vídeos falsos creados por el gobierno cubano.

Pues bien, han pasado apenas un par de meses de aquella entrevista, y estos días publicaban en el The New York Times un reportaje (EN) sobre, precisamente, el uso de IAs generativas en diferentes campañas populistas recientes.

En él, se puede ver, por ejemplo, cómo en la reciente campaña por la alcaldía de Toronto, Anthony Furey, un candidato conservador, ha utilizado en sus carteles imágenes generadas algorítmicamente donde se ve diferentes partes de la ciudad “invadidas” por hordas de homeless, como la que encabeza esta entrada.

Tenemos también el ejemplo de los eslóganes de la campaña de republicanos en EEUU, creando vídeos falsos como el que puedes ver a continuación dónde se ven las potenciales consecuencias de una aparente futura guerra de China con Taiwan, o el ya manido terror de algunas élites del país porque los mexicanos invadan la frontera.


No, no es el trailer de una película de ciencia ficción distópica. Es, únicamente, política populista.

Y si nos vamos a Nueva Zelanda, más de lo mismo: El partido conservador New Zealand National Party no duda en usar para sus carteles imágenes creadas por inteligencia artificial donde se ven negocios comunes siendo asaltados por una turba enfurecida.

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La estupidez humana en la propaganda política

De todos es sabido que el populismo busca dar respuestas simples a preguntas complejas, y ya puestos, barrer para fuera:

¿Que la economía va mal? No se debe a un conjunto heterogéneo de problemas macroeconómicos, no. Se debe a que los extranjeros y los inmigrantes ilegales están usando los servicios públicos indiscriminadamente sin ayudar a la producción estatal.

¿Que no encuentras trabajo? No tiene nada que ver el que cada vez sea más difícil poder ofrecer un sueldo digno con las ansias del Estado por tener mayores ingresos a costa de cada vez mayores impuestos, no. Se debe a que los empresarios (los que generan trabajo, por cierto) no quieren pagar más, y recurren, nuevamente, a inmigrantes sin papeles. Los mismos que, por tanto, te están robando el trabajo.

¿Que hay crispación en las calles? El problema no se debe a que, en efecto, el sistema político gane fuerza conforme mayor confrontación tenemos entre vecinos, no. Se debe a que, en efecto, la sociedad se ha dado cuenta de que el enemigo está su propia casa o en su vecindario, ejemplificado en ese que piensa o vota diferente, por supuesto porque está equivocado.

La propaganda política ha usado desde tiempos inmemoriales todas las herramientas a su alcance para generar ese doblepensar necesario para que el populismo llegue a buen término, y es ahora con las IAs generativas que encuentra una herramienta perfecta para ser creíble.


Porque, más allá de eslóganes, una imagen vale más que mil palabras, y todas estas campañas generadas por IA lo que buscan es enseñar, no con voz, sino con imagen y vídeo, el catastrófico impacto de que el populista de turno no se haga con el poder.

Que si calles llenas de vagabundos, que si locales asaltados por encapuchados, que si grandes potencias comunistas invadiendo territorio nacional, que si bancos cerrados y millones de personas sin capacidad de sacar dinero…

Evocaciones, a fin de cuentas, de un futuro distópico que solo ellos, casualmente, pueden evitar.

Las IAs en marketing político no van, por tanto, de discursos generados algorítmicamente, sino de justo esto: Herramientas usadas para crear historias distópicas que aporten una visión ficticia y catastrofista del futuro que nos espera a todos sin ellos calentando la silla.

¿El resto? Pues la propia estupidez humana, que se cree a pies juntillas todo aquello que suena a creíble. Más si para colmo viene reflejado con imágenes y vídeos.

Aunque se marque claramente como creado por una IA. Aunque seamos conscientes de que es un montaje.

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