La semana pasada escribía un artículo exclusivo para los mecenas de la Comunidad en el que hablaba de la poca confianza que podíamos depositar en las últimas declaraciones de Zuckerberg, CEO de Facebook, cuando dice que a partir de ahora SÍ van a tener en cuenta la privacidad del usuario.
- Y no es para menos. La red social tiene muchos puntos fuertes, pero sin lugar a duda la explotación de datos con aunque fuera un mínimo de decencia no está, ni de lejos, en ese grupo.
- Y no es algo de estos últimos años, que digamos. Aunque sin lugar a duda la privacidad ha cobrado mayor protagonismo en el corolario colectivo en la actualidad, los chicos de Zuckerberg han demostrado por activa y por pasiva que, al menos hasta el momento, no han tenido en consideración al usuario más que para encontrar maneras de monetizar sus productos.
Que cambiar una filosofía tan sumamente arraigada en una compañía como es Facebook se me antoja verdaderamente difícil. No porque en efecto los objetivos de Zuck, y seguramente de muchos de sus trabajadores, no vayan alineados. Ni tan siquiera por el aspecto puramente cultural, que con constancia y educación se cura. Sino más bien porque su modelo de negocio, lo que ha hecho posicionarse a Facebook como una de las principales plataformas publicitarias de la actualidad, está diseñado partiendo de unos cimientos que entran radicalmente en conflicto con los intereses del usuario.
En la carta el bueno de Zuck ya reconocía que quizás algunos, al leer esto, pudieran hasta jactarse de ello. Pero que esta vez, la n-ésima, sí iba en serio.
Y para ello iban a tener que encontrar la manera de segmentar tipologías de usuario… sin acceder más que a los metadatos de comunicación, en una plataforma que quizás, en un futuro, en verdad funcionase bajo el paradigma del conocimiento cero.
Algo parecido a lo que Google y Apple, que en esta carrera ya llevan varios años de ventaja, han estado trabajando.
Cuento todo esto porque hoy me toca hacer de abogado del diablo, y centrar el tiro no en la parte maquiavélica del negocio de Facebook, sino en su papel, en algunos casos crítico, en eso que en su día definimos como sociabilidad digital.
La importancia de las plataformas sociales como democratizadoras
Más allá de todo lo que nos ha hecho cambiar (para bien) el ecosistema digital, y sobre lo cual dediqué uno de esos Especiales que hace tiempo hacía (viendo las parrafadas que últimamente escribo, ya el formato Especial no le veo tanto sentido), me quedo con una que recientemente por Nobbot ejemplificaban.
David Martínez, periodista del medio, publicaba un artículo (ES) de un tal Julio Martínez (nombre inventado por eso de mantener el anonimato de la fuente), un jubilado que explicaba lo que para él suponía haber descubierto Facebook:
Pronto cumpliré 80 años y la mayor parte de mis amigos han muerto ya. Los hijos se han marchado de casa hace mucho tiempo y paso los días, junto a mi mujer, delante de la televisión. […]
Cuando éramos más jóvenes, el calendario estaba lleno de círculos que marcaban pequeños acontecimientos cotidianos que, ahora, se limitan a las visitas al médico. […]
Quizás ustedes relacionen esta red social con jóvenes ansiosos por compartir fotos de sus fiestas, consumidores compulsivos de fake news. Sin embargo, la invención de Zuckerberg (he buscado cómo se deletrea su nombre en Google) hace que me sienta menos solo.
Y sigue con un par de apuntes que dan qué pensar:
Gracias a esta red veo lo que hacen mis hijos a través de sus fotografías y actualizaciones.[…]
Otra cosa que me gusta es que, en esta red, puedo parecer más culto e inteligente de lo que soy en realidad, de lo que he sido nunca…y esos likes de desconocidos y desconocidas me animan un poco. Es una tontería, pero a esta edad cualquier pequeña palmadita en el hombro se agradece.
La pieza está cargada de ingenuidad (en el buen sentido de la palabra, ojo), como cuando dice que qué daño pueden hacer sus declaraciones poco antes de hablar de las campañas de noticias falsas, y me hace pensar en el papel que tiene para las personas mayores el que de pronto tengan a su disposición servicios tan globalizadores como WhatsApp, Facebook o Instagram.
A mi madre la veo una vez cada dos meses más o menos. Es cierto que hablo mucho con ella, pero el estar a unos 600 kilómetros de distancia hace bastante difícil mantener un contacto físico más periódico.
Sobra decir que en su caso no ha llegado a tal situación. Es bastante más joven, y sigue trabajando (ergo tiene una vida social que podemos considerar bastante más plena). Pero soy consciente de que, por ejemplo, se abrió una cuenta de Facebook en la que únicamente tiene agregados a mi primo y a mi, y que desde su smartphone tiene puesto de página principal del navegador mi cuenta pública de Instragram.
Para mi madre las redes sociales son, única y exclusivamente, para saber qué hace su hijo. Justo lo que de otra manera no podría saber más que vía llamada telefónica.
La disociación espacial y cultural del mundo digital
Que al final, como me decía no hace mucho un compañero que está viviendo por Bélgica:
Joder macho, sé más de tu día a día que del de mis padres.
Servicios como Facebook han creado un ecosistema de consumo de información puramente asíncrono, al que muchos de los que nos dedicamos a esto de la comunicación o tenemos una presencia digital más o menos expuesta, nos hemos acostumbrado.
En eventos hay veces que me para alguien para saludarme y preguntarme sobre tal o cual cosa como harías con un amigo. A fin de cuentas, yo expongo la parte de mi vida que quiero exponer por estos lares, pero en muchos casos no sé nada de todos aquellos que me leéis y seguís a diario. De todos los que estáis al otro lado.
Para vosotros soy alguien conocido, pero para mi, sobre todo con aquellos que no están metidos en el grupo privado de Telegram, no sois más, por triste que suene, que un nick, o en el peor de los casos, que un número en las estadísticas.
Estas plataformas que han conseguido lo que a priori parecería absurdo: Unir más a los que estamos lejos, a veces con el efecto secundario de separar más a los que están cerca.
Y mientras tanto, un porcentaje significativo de la sociedad en riesgo de exclusión, como pueden ser las personas mayores, que encuentran en una herramienta de nuestro día a día tan criticada como es Facebook una de las principales razones para levantarse un día más.
Las redes sociales como el canal principal de descubrimiento de un mundo que han ayudado a crear, y que ahora paradójicamente les está excluyendo.
«Unir más a los que estamos lejos, a veces con el efecto secundario de separar más a los que están cerca»… me encanta, y asusta esta paradoja. Es sin duda algo increíble y esperemos que, conforme nos vamos acostumbrando a estas plataformas (recordemos que vivimos, podría decirse, una «primera generación de») podamos al mismo tiempo compaginar a ambos grupos: los lejanos, los cercanos.
Saludos.
Tal cual Miguel Ángel. Quiero pensar que en efecto sea un problema asociado a la aún falta de maduración educativa. Y que en efecto se vaya curando con el tiempo.
En ello estamos. Y más nos vale, ya de paso :).
Saludos!