referendum catalunya


Mire que no quería hacerlo, pero al final me va a tocar hablar del conflicto independentista

Empiezo a escribir estas palabras en viaje. 5 horas me separan de mi actual hogar, Madrid, después de pasar semana larga en la que sigue y seguirá siendo mi tierra, Asturias. Y lo hago verdaderamente dolido con lo que están pasando los compañeros, catalanes, pero también del resto de pueblos que conforman nuestra España, en un día como el de hoy (el de ayer para usted).

Por detrás, en bucle, los cascos no me paran de repetir la cover que Raquel Eugenio (he tenido que cambiarla por la de La Oreja de Van Gogh ya que el vídeo se ha quitado de la web) canta de «Madre anoche en las trincheras», cuyo vídeo dejo por aquí, y que creo ejemplifica uno de los mayores miedos que cualquiera de nosotros podría tener si esto que está ocurriendo acaba peor de lo que está ya:

Ver en Youtube (ES)

A mi lado, una mujer que parece tener menos respeto por el resto de viajeros, se parte el culo escuchando desde su smartphone, a medio volumen, a los cuatro papagaitas que en el día de ayer (antesdeayer para usted) sirvieron de carne de cañón a media prensa nacional e internacional, al grito de «Cara al Sol» por Cibeles, ante la mirada incrédula del resto de manifestantes.

 


Porque quien escribe estas palabras ya argumentaba la semana pasada las nulas garantías que iba a tener el referendum independentista. Ya no solo por escudarse obcecadamente en la Constitución, o porque el Tribunal Supremo hubiera dilapidado su legimitidad semanas antes, sino por el propio sentido común: un referéndum debe ser imparcial y ejecutarse, tanto en la parte mediática como en la logística, por representantes del Sí y del No. Algo que claramente no se cumplía en éste, y que por ejemplo sí se cumplió, mal que me pese, en el que vivimos el año pasado en Reino Unido.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? -le preguntaba el chico sentado delante mío a su contertulio telefónico-. ¿Qué ganan «ellos» con ésto si ya se sabe que no es válido?

El problema está justamente en eso. En que si de algo ha servido toda la propaganda de estas últimas semanas ha sido precisamente para que calase en el imaginario colectivo un «Ellos» y un «Nosotros». Que el victimismo haga acto de presencia, y que un debate que debería ser interesante de trasladar a la opinión pública acabe transformándose en una confrontación con terminología bélica y deportiva.


Ese #APorEllos (ES), esa #Hispanofobia (ES) y #Catalonofobia (ES) que han estado utilizando los partidarios de uno u otro espectro. Esa «selección española» que sale a «defender el título» a Cataluña:

 

¿En serio?

¿De verdad tengo que hablar todavía de esto? Cuando hace apenas unas semanas todos estábamos convulsionados con la terrorífica estampa que dejaba el Daesh por la ciudad condal…

Siento vergüenza, como también la sentí al darme cuenta que la ciudadanía estadounidense había caído tan fácilmente en la manipulación informativa llevada a cabo por Rusia para alienar a la población, y en el última instancia, posicionar a un despropósito de persona como presidente de la que es primera potencia mundial.


La misma vergüenza que ha llevado a ese Reino Unido a caer en el mismo error, anteponer sus intereses al del resto de vecinos, y salirse en el futuro de la Unión Europea. O esa misma que me lleva a temer qué pasará con mis compañeros alemanes si en las próximas elecciones en vez de tercera fuerza política, la extrema derecha NAZI pasa a ser la primera.

Este fin de semana le explicaba entre copas a una persona a la que aprecio todo esto, con un símil que seguramente alguna vez ya me habrá oído comentar:

Antes cuando leías un periódico o veías un canal de televisión, eras consciente de que detrás había una línea editorial clara. Y lo hacías seguramente porque en el tratamiento de la realidad que hacen el resultado final simpatizaba más con tu forma de pensar (ideología política, social…).

El problema es que hoy en día la sociedad se está informando por plataformas de intermediación como Facebook, Twitter y Google que siguen sin ser neutrales, aunque no cuenten con una línea editorial fija. En estas plataformas, lo que vemos no es lo que está ocurriendo, sino aquello que esa plataforma, en base a nuestras relaciones con el resto de usuarios y el historial de publicaciones e intereses que hemos mostrado, cree que puede interesarnos.

De ahí que me sorprenda al ver cómo, tras publicar una reflexión hace unos minutos y responderme varios conocidos en Facebook, alguno de ellos me haya escrito para preguntarme por privado cómo seguía teniendo a «fachas» como amigos. Que cómo no hacía limpieza, como parece que han estado haciendo unos cuantos, a raíz de sus actualizaciones.

Y la razón es tan sencilla para un servidor como compleja de explicar para alguien no profano en materia: Me interesa tener cerca a círculos tan variopintos precisamente para romper esa línea editorial propia (llamada burbuja de filtros en el argot técnico, por cierto). Para intentar comprender qué lleva a una persona a alienarse con un hermano hasta el punto de alegrarse de su desgracia.

Salgo del bus y me dirijo al tren, mientras contesto por un grupo de WhatsApp en el que tengo amigos que viven fuera del país:

Ya verás la que voy a tener mañana en el curro -dice uno-. A ver cómo les explico ahora a estos belgas que el referendum es ilegal, a sabiendas que lo único de lo que se ha hablado por la televisión del país es de las cargas policiales.

En EEUU estamos igual -dice otro-. Mientras Rajoy dice que todo está bien, la CNN se ha quedado con la sangre derramada.

Interpretaciones, interpretaciones,… Todas dicen la verdad, y todas a la vez mienten. En que hayamos llegado a esta situación tenemos culpa TODOS, lamentablemente.

La palabra «DEMOCRACIA» utilizada como arma para defender la postura de cada uno, obviando aquello que molesta. Con un gobierno, votado por 6 millones de personas (la minoría mayoritaria) en un país formado por 40 millones, tachando de dictadores a esa Generalitat que ha encontrado precisamente en la crueldad del gobierno nacional la mejor baza para dotar de validez internacional a un procés transformado ya en un mero meme político.

Un referéndum ilegal y, lo más importante, sin garantías ninguna de democracia, que hubiera caído en saco roto con algo tan sencillo como que les hubieran dejado hacer. Ya no era legítimo, no hacía falta demostrarlo por la fuerza.

Lo mejor que le ha pasado al independentismo de Puigdemont ha sido precisamente tener al gobierno que tenemos, en un momento en el que manipular a la sociedad es tan sencillo como tener poco más de medio millón de euros disponibles.

 

Llego ya al barrio, y como si de un turista más se tratase, voy zizagueando entre las calles los 20 minutos que hay desde la estación de tren hasta mi casa mientras busco esas banderas que oteaban al parecer en todo Madrid.

¿Y sabe qué? No he visto ninguna. En un barrio residencial, ojo, donde vive la gente. Vaya casualidad…

Me pregunto de dónde se han sacado todas esas fotos, y si realmente son tan representativas como en los medios nos hacen creer. O peor aún, si son de ahora y no de hace varios años por un mundial o vaya usted a saber. Que los periodistas (y el resto de listillos con ínfulas informativas) son muy proclives a aprovechar recursos gráficos del pasado para argumentar sus opiniones.

Porque tengo claro que la realidad lleva tiempo distando muchísimo de la ficción que nos llega por canales digitales.

Pese a que ésta última sea la que más peso tiene en el colectivo. Pese a que vaya adobada con una suerte de neutralidad auto-impuesta y falaz.

Solo espero que acabemos pronto por darnos cuenta de todo esto. Antes, a poder ser, de que nos pase como al paracaidista de la octava compañía que narraba el vídeo que enlazaba al principio. Antes de que nos encontremos en la tesitura de dejar de jugar a ser soldados, y pasar a tener que ponernos delante de nuestros amigos con un arma de verdad en las manos.