credito facil

En mi casa siempre me han enseñado que si tienes 10 de algo, deberías intentar gastar, como mucho, 9.


Que hay que vivir por debajo de nuestras posibilidades.

Y es un mantra que llevo al dedillo.

Para algunos, seré un rata de mucho cuidado. Pero, sinceramente, me deja dormir mejor por las noches saber que no le debo nada a nadie.

Es más. La única vez que le debí algo a alguien en mi vida (quitando a mi madre, claro :D) fue con la dichosa hipoteca, y para colmo a un banco. Afortunadamente, hace apenas un mes pude quitármela por completo (había pedido poco, todo hay que decirlo), así que hoy puedo decir que, nuevamente, todo lo que tengo es mío, y conseguido por mis propios medios.

Por eso, miro de reojo cómo cada vez más tecnológicas se suben al carro de la llamada fintech… con sentimientos encontrados.

  • Y es que por un lado, en efecto, falta como el comer que, a una industria tan afianzada en la mochila histórica como es la banca, le llegue un competidor que traiga nuevos aires.
  • Pero por otro, temo el impacto que algunas mecánicas muy interiorizadas en el tercer entorno pueda acabar conllevando en el mundo de las finanzas.

Hablo, como no podía ser de otra forma, de la democratización tecnológica del crédito fácil.

Del que aunque no tengas dónde caerte muerto, puedas financiar todos los caprichos que quieras, con la esperanza de, en un futuro, pagarlos en “cómodos plazos”.


Lo comentaba el otro día Javier Lacort por un artículo en Xataka (ES), al que me he permitido la osadía de resaltar algunos puntos:

Amazon fue una de las primeras en incorporar financiación integrada en sus productos con el “paga en cuatro plazos”. Un proceso de menos de tres minutos para financiar productos de hasta 1.000 euros. Para artículos más caros, de hasta 3.000 euros, el tiempo se eleva a… menos de siete minutos. Casi cualquier producto que compremos tiene su propuesta de precio de cuota mensual, una estrategia más de la economía conductual para reducir el dolor.

[…]

Ni la mayor empresa del mundo por capitalización bursátil y que más beneficios consigue se resiste a ofrecer a sus clientes financiaciones y créditos. Suya es la Apple Card que esencialmente funciona como una financiera, al estilo Carrefour Pass, haciendo simple y atractiva al máximo la decisión de aplazar compras. Suyo es también el protagonismo cada vez mayor que da a los precios con financiación en su tienda online (y donde está redoblando su apuesta en otras partes del mundo (EN)).

De esto último quería hablar en esta pieza, porque con pequeños movimientos como los de Amazon o Apple, se acerca aún más esa cultura crediticia estadounidense al resto de la sociedad, rompiendo de paso cuestiones básicas de finanzas personales como es la anteriormente citada: hay que vivir por debajo de nuestras posibilidades.

Con un nivel de conocimiento económico como el que tiene la mayor parte de la sociedad (en EEUU y fuera de allí, ojo), la figura de esos microcréditos con intereses de locos puede resultar muy tentadora, pero es un riesgo a futuro.

¿El mejor ejemplo?


Pregúntale a cualquiera por la calle sobre qué impacto tiene el interés de la hipoteca en el coste final de su hogar.

La gran mayoría asume que ese interés que le dijo el banco que tenían era para toda la vida de la hipoteca, y no un interés anual, como de hecho es.

Si a la típica hipoteca y al crédito del coche que buena parte de la sociedad asume ya como un estándar, le empezamos a sumar el microcrédito por comprar el nuevo smartphone de turno, otro por ese nuevo sofá ergonómico, y cada vez más productos y servicios de primera o segunda necesidad, puede que, sin darnos cuenta, y por eso de que nos resulta muy difícil, biológicamente hablando, hacer prorrateos, y por tanto calcular el riesgo de posponer pagos con diferentes intereses, cada vez seamos más pobres, al apenas quedarnos, cuando no directamente asumir mensualmente más gastos que ingresos.

  • Todo no porque como les ocurrió a la generación de nuestros padres, les diera por invertir en ladrillo como locos, ya que total, el banco daba hipotecas como si no hubiera un mañana.
  • Sino porque las plataformas y los servicios que usamos a diario han incluido dentro de sus sistemas de pago hiperoptimizados, una suerte de créditos realmente sencillos de aplicar, sin los jaleos históricos de papeleo que suponían, y con una letra pequeña que difícilmente el consumidor medio entiende.

El problema no es, en efecto, financiar la compra de tal o cual producto… siempre y cuando asumamos que probablemente estamos pagando entre un 30 y un 40% más del coste real por la “comodidad” de hacerlo en plazos.

El problema viene cuando esto se vuelve tan cómodo de hacer, que acabamos por tomarlo como el modelo de pago por defecto. Y gracias a ello, cada vez asumimos mayores deudas.

Todo sea porque la rueda siga funcionando, que dirían algunos.

A fin de cuentas, si todo el mundo lo hace… ¿qué hay de malo en ello?


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