Muy interesante el artículo del New York Times que leía este fin de semana sobre el impacto que tiene el consumo de información no filtrada (EN), en clara alegoría a lo que cualquiera de nosotros acaba por encontrarse en su timeline.
La pieza tiene a grandes rasgos una lectura para nada halagüeña, como intentando dejar claro que el papel del periodismo de la vieja escuela sigue siendo crítico ya no solo para estar bien informado, sino también para evitar “caer en el abismo de la depresión” (que conste que no exagero, :)), pero sí acierta a mi forma de ver adelantando algunos puntos bastante curiosos.
Generalmente un servidor analiza este nuevo ecosistema informativo desde la óptica contraria, intentando dilucidar cómo sería un entorno informativo donde el usuario tuviera realmente el control de lo que consume, y haciendo hincapié en la necesidad de labrarse por parte de cada uno de nosotros una capacidad crítica que nos ayude a separar el grano de la paja, siendo conscientes de las limitaciones del medio, y anteponiéndonos, en la medida de lo posible, a ellas.
Sin embargo, no hay que obviar que en Internet se juntan dos elementos que trastocan el sentido que hasta ahora le dábamos al consumo de información: el acceso democrático y la exposición continua.
El feed nunca termina, y está continuamente auto-abasteciéndose de nuestra curiosidad
Antiguamente, podíamos consumir la información vertida por un periódico o un programa televisivo con el conocimiento de que lo que allí encontraríamos era finito.
Es decir, que no tendríamos control de lo que consumíamos, y que previsiblemente estaríamos expuestos a una línea editorial que sigue en nuestros días dependiendo de factores antagónicos a la ética periodística (algo que en el artículo del NYTimes dejan esbozado de refilón en apenas una frase), pero sí teníamos control sobre esa exposición.
Sabíamos que en el periódico habría X noticias, y que ese programa televisivo duraba X minutos. Existía en cierta medida un control temporal y espacial que hoy en día, en la red, se ha difuminado.
No porque en esencia no podamos decidir estar X minutos consumiendo esto, o ponernos un límite de información al día, sino porque ya no hay barreras que limitan esa experiencia, generando entonces una suerte de continuidad de la que resulta difícil separarse.
Este es el último vídeo que veo. Venga, un click más y lo dejo. Tres actualizaciones de estado más y me pongo a trabajar… ¿Le suenan algunas de estas sentencias?
El que toda la industria digital se levante en torno al interés de permanencia del usuario en sus fronteras no es nada nuevo (la televisiva hacía lo mismo), pero es que ahora a la audiencia se le ha dado una manzana envenenada: el supuesto control de la experiencia.
Somos nosotros los que hacemos click en esa noticia, o decidimos qué contenido consumir en relación a una búsqueda previa. Somos nosotros quienes en esencia elegimos el programa, y en ese instante en el que el medio delegó el control al usuario, también creó una suerte de relación de reciprocidad que nos anima a continuar.
Por detrás, una verdad a medias, en la que la información llega a nosotros en base a nuestros actos, pero también en base a una serie de KPIs que no depende exclusivamente de nuestro control.
Facebook es, como veíamos recientemente, un periódico creado a medida para cada usuario… siempre y cuando entendamos que un usuario es la suma de todos los intereses de esa persona mostrados digitalmente más la suma de todos los intereses de sus círculos de conocidos más las limitaciones de los sistemas de recomendación a los que tanto ese usuario como su círculo de conocidos están expuestos.
Y pasaría lo mismo con Twitter, con Amazon (¿acaso piensa aún que lo que la plataforma le muestra no está segmentado?) y por supuesto, con Google.
El Internet de cada uno de nosotros es diametralmente distinto. No porque la red sea distinta para cada uno, sino porque absolutamente todas las herramientas que utilizamos para disfrutar de los beneficios de la misma están, de una u otra manera, editorializadas.
Lo mismo que pasaba con los medios tradicionales, de hecho, pero bajo unos criterios que se antojan más indirectos y confusos de medir.
24/7 expuestos a un contenido no filtrado
Es aquí a donde quería llegar.
En ese afán porque sea el consumidor quien seleccione qué quiere consumir obviamos que en líneas generales, la audiencia es estúpida.
Y como el medio ya no tiene el control directo de lo que ofrece a su audiencia, empieza a enarbolar diferentes estrategias para controlar el discurso.
Esa misma revolución estéril de la que llevo años hablando, con un paso lógico de la hegemonía de los medios de comunicación a la diversidad del cosmos digital, para volver paulatinamente a una centralización de plataformas digitales que cada vez más deciden que podemos y qué no consumir en sus fronteras.
Y lo cierto es que no tiene porqué ser una postura inadecuada para el buen devenir de la sociedad, habida cuenta de que la mayoría de estos servicios siguen sin contar con un sistema de filtrado lo suficientemente completo como para que un usuario sea capaz de en efecto controlar a qué está expuesto y a que no.
El resultado final es un timeline infinito y continuamente alimentado en el que tan pronto encontramos fotos de gatitos como asesinatos grabados en streaming. El artículo del NYTimes se centra en el impacto psicológico de esta realidad no filtrada, y un servidor está más preocupado por la raíz del asunto.
Porque vale que seguramente cada vez nos estemos inmunizando más, y que esto a la vez nos pueda llegar a hacer una sociedad potencialmente menos empática, pero el problema de base no es tanto que cada uno de nosotros tenga en el bolsillo un medio de comunicación (una cámara que mira hacia los dos lados, como dije en su día), y que seamos todavía incapaces de autocontrolar el consumo de información, sino que a esta situación hemos llegado por la falta de credibilidad del entorno anterior.
Aunque previsiblemente fuera más moderado, y salvando contados casos, más adecuado. Aunque en esencia esa pre-moderación por parte de los profesionales de la información se nos antoje más que necesaria.
Siempre y cuando en efecto estuvieran haciendo bien su trabajo. Sin esos intereses (políticos, econonómicos, lobbistas) que han destruido su credibilidad.
¿Y cómo se resuelve este acertijo?
La capacidad de cualquier ser humano de producir y subir contenidos a la red convierte en una utopía la capacidad de control o moderación. Este es además un debate muy complejo Pablo, porque cualquier esbozo de control, moderación y/o filtro externo entraña grandes consecuencias, a saber: el paternalismo frente a la autodeterminación informativa que impone un discurso complicado: “el usuario es un ser primario incapaz de cribar el contenido al que tiene acceso”, la manipulación que puede ejercer el filtrador (que puede constituirse en eufemismo de la censura), el quiebre de la confianza con los usuarios y otras tantas difíciles de cuantificar.
La infoxicación es inherente a la sociedad de la información como la uva lo es al vino.
¿Cómo haces para respetar la libertad y al mismo tiempo ejercer un control sobre lo que se publica? Termino con la conclusión de un estudio que leí hace poco y que señalaba que aunque resulte una falacia pretender que en esta aldea global los derechos humanos más que nunca deban ser universales, en la medida en que el proyecto de universalidad como lógica del Mercado es incompatible con la lógica de los derechos universales, no tiene que dejar de ser un ideal.
Un fuerte abrazo
Y es más Marina. Cualquier interés por controlar este tipo de situaciones terminan en paradigmas totalitaristas, que acaban teniendo, como cabría esperar, sus propios problemas.
Es un tema complicado, sin lugar a duda.
¿Lo perfecto? Una sociedad auto-crítica. Una utopía, vamos :).