De esta foto que acompaña el artículo a la temática de esta pieza han pasado unas cuantas décadas.
Y sin embargo, la síntesis expresada en uno y otro formato se mantiene: ¿La sociedad sigue estando segregada arbitrariamente en países desarrollados?
Es a la conclusión que llegan en el análisis de Bloomberg (EN), en relación a la expansión desigual que ha experimentado el servicio premium de Amazon (Amazon Prime), y que termina con una sentencia devastadora:
En ciudades como Atlanta, Chicago, Dallas y Washington D. C., los clientes negros tienen aproximadamente la mitad de probabilidades de vivir en barrios con acceso a las entregas en el día de Amazon que los clientes blancos.
Una situación que sin lugar a duda no es aislada. Google Fiber experimentó en su momento unas críticas semejantes (EN), después de que en los planes de expansión del servicio, fueran arbitrareamente excluyendo los barrios pobres de su listado de fiberhoods (barrios con acceso a alta velocidad).
Algo que también un servidor experimentó en su día, con un servicio semejante de ámbito nacional. Al vivir en un barrio del sur de Madrid, se me negaba el envío a casa de paquetes por Correos. Cosa que no ocurría casualmente una manzana más arriba, en la misma urbanización (y algo que pude constatar ya que por otros motivos acabé por trasladarme a otro piso de la zona).
Bajo esta situación, un tema complejo de afrontar, ya que por un lado, hablamos de empresas privadas que tienen la libertad de elegir a quién ofrecen el servicio y a quién no. Compañías de las que se espera antepongan los intereses económicos (presuponiendo que la demanda de sus servicios sea mayor en barrios ricos que en pobres) a los sociales.
Y que por otro lado, reman a contracorriente de ese aparente interés por democratizar y romper las limitaciones sociales de tiempos pasados, unificando el acceso a servicios indistintamente de factores antaño motivo de segregación como la raza, el status social o la procedencia.
El doble rasero de los servicios digitales
Tanto Amazon como Google expusieron en su día como respuesta a la crítica que el índice de clientes de su servicio en estos barrios era inferior a la barrera económicamente sustentable que exigía cubrir dichas zonas, y que en caso de que este índice ascendiera, no dudarían en expandir su servicio en cada barrio.
El problema es que dudo mucho que un potencial cliente de Amazon Prime o de Fiber (de Correos, como era mi caso) esté dispuesto a contratar un servicio por el que no recibirá prestación hasta que en efecto se llegue a una demanda suficiente.
Es decir, que el primer paso lo tiene que acabar dando la compañía, no el potencial cliente.
El equilibrio, por tanto, es difícil de hallar.
Si la compañía antepone los intereses comerciales a los sociales (cosa a la cual tienen todo su derecho de anteponer), tampoco puede esperar que la sociedad acepte como commodity su servicio, ya que en realidad no lo es (no es accesible para todos los interesados).
En este escenario, tampoco tiene sentido defender la democratización que este tipo de compañías han sabido explotar como activo de valor frente a los negocios tradicionales. No hay, de nuevo, democratización, si a ese prado digital se le colocan vallas que no vienen auto-impuestas por limitaciones tecnológicas, sino puramente de negocio.
No hay por tanto interés real en generar un sistema social más justo, sino de hacerlo siempre y cuando a mí, como proveedor del servicio, me salga rentable.
Brecha social como efecto secundario de una segregación 2.0
El tema tiene una lectura aún menos halagüeña, y que me parece, por su propia idiosincracia, más interesante de estudiar.
La cuestión es que presuponiendo que en efecto no hay un interés arbitrario en fomentar esta segregación social (cosa que sinceramente acepto), el efecto secundario es justo el mismo.
Al negar el acceso a este tipo de servicios a aquellos que viven en barrios considerados pobres, se limitan las capacidades que tiene esta parte de la sociedad para prosperar en un escenario profundamente tecnológico, privándolos de los recursos para competir en igualdad de oportunidades con el resto de sus conciudadanos, y esto, a medio-largo plazo, agranda las diferencias sociales.
Es, de facto, uno de los problemas más complejos de afrontar en el mundo tecnológico, y al cual le he dedicado en más de una ocasión unas cuantas palabras.
La expansión tecnológica, con todo lo que ello supone, y pese a que en síntesis ha democratizado el acceso a bienes (como la información o la exposición pública) antaño muchísimo más restringidos, limita también las capacidades que tienen aquellos que por desconocimiento y/o limitaciones como la que nos atañe, para ser competitivos en el mercado actual.
Y el corolario es profundamente pernicioso, puesto que esa misma herramienta que a priori debería generar un mercado más sostenible permite, conforme pasa el tiempo, alimentar una brecha social insalvable.
Haberse perdido en alguna de las fases de la revolución digital es quedar aislado en una maldición de limbo del que resulta complicado salir, ya que el mercado sigue moviéndose a pulsos anuales, mensuales, y no de generaciones, como antaño.
Si falla en alguna de esas fases (la infraestructura, el conocimiento, el propio entorno tecnológico,…), volver a subirse al carro se vuelve cada vez más complicado, ya no solo porque las revoluciones digitales tienden a apoyarse en revoluciones anteriores, sino porque como vemos, el propio mercado es reticente a dar segundas oportunidades, a ser verdaderamente democrático y anteponer el bien común al propio.
De esa manera, ese hombre de raza negra que en su día tenía que beber de un depósito de agua distinto al destinado a los hombres blancos, ahora quizás esté obligado a participar en la carrera tecnológica desde una segunda o tercera fila, bajo conexiones más lentas, con servicios considerados commodity que se le niegan. Y todo por vivir en un barrio considerado «de segunda», en «el país de las supuestas oportunidades».
Segregación 2.0, a fin de cuentas. Pese a que seguramente no haya malintencionalidad en las decisiones que nos han llevado a este escenario.
Hola Pablo.
Felicidades por tu artículo y tu análisis. Sigue así.
Beatriz
Muchas gracias Bea!
A mi simplemente me parece que todas las empresas procuran dar cobertura a aquellos clientes que están dispuestos a pagarlas. Si no hay apenas clientes en una zona en la que viven negros, o lo que sea, es más bien coincidencia (o no, por que a veces las etnias se asocian en «getos»).
Aunque eso mismo se puede aplicar a aquellos que viven en ciudades grandes, que tienen una serie de servicios que los publos no tienen ¿se discriminan los pueblos por que no tienen hospitales, bibliotecas, museos, universidades?
Y esto me ha recordado un dilema que pasó en un pueblo de la zona que procedo.
En ese pueblo, todos los años se hace una comida popular, donde va buena parte del pueblo y algunos de los inmigrantes. Hubo un año, que pusieron el precio a dos euros, con lo que todos los inmigrantes del pueblo hicieron cola nada más abrir la veda, dicho sea de paso, la población inmigrante es superior a la autóctona en campaña. Entonces se dieron cuenta que la gente del pueblo, que son los que habitualmente iban, no podrían asistir por que con los inmigrantes se llenaba en aforo. Así pues vetaron la venta de entradas a los inmigrantes y se lio parda (hasta salieron en la tele como el pueblo más racista de España, pero ya sabemos que a las televisores les va el barro) Al final se tuvo que suspender la comida y no se muy bien como acabaron, puesto que había policía nacional el día que se iba a hacer la comida
Desde entonces han vuelto a poner los precios normales, no se, 10€/15€ y así sigue yendo la misma gente que tradicionalmente asiste a la comida popular. ¿Son unos racistas? ¿Ponen esos precios a posta para que determinadas étnia no asistan? ¿Se quisieron aprovechar los inmigrantes por el bajo precio de la comida? ¿Qué es ético y que no lo es?
Ahí mismo quería llegar yo. ¿Sabes cuál es la diferencia? Que en los casos que mencionas hablamos de una serie de intermediarios, incluso de organizaciones públicas, y que en este caso, hablamos de una empresa privada.
La situación es semejante a la que estamos viviendo en Europa con Google. Por un lado, entiendo que quiénes somos nosotros para castigar el buen desempeño de una empresa que ha sabido ganarse a pulso su posición en el mercado. Por otro lado, si nadie mete mano, se frena el propio mercado y surgen injusticias que vemos reflejadas aquí y en todos sitios.
Encontrar el equilibrio es verdaderamente complejo, ya que sinceramente, dudo mucho que Amazon tenga la culpa o haya un interés maligno en sus movimientos. Más que el esperable (ganar dinero y buscar la rentabilidad), que es tan aceptable como cabría esperar.