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La relación de las personas con las contraseñas siempre ha sido complicada.
Como la de ese ex que te persigue allá donde vayas.
La mayoría (quiero pensar) ya son conscientes de que cualquiera puede encontrarse un buen día con un marrón al haber visto expuesto su perfil digital en algún filtrado masivo de datos.
Sin embargo, la mayoría siguen usando la misma contraseña en cada uno de los servicios digitales que usan. Y es más, esa contraseña debe ser fácilmente recordable, por lo que no dudan en poner el nombre de su ciudad, o la fecha de nacimiento de su hijo, o lo que sea.
Sobre esto ya he escrito largo y tendido en estos últimos años, así que no voy a repetirme.
Sin embargo, me ha gustado dar con este estudio (EN) del National Institute of Standars and Technology que se centra no en el uso que dan los adultos a las contraseñas, sino justo lo contrario: el que le dan los niños.
Para ello, analizaron el uso de contraseñas por parte de 1.500 niños entre 8 y 18 años, llegando a las dos siguientes conclusiones:
- El 87% usaban la misma contraseña para todo: Así que vaya, otro ejemplo más de que el mito de esa generación Z digital se desmonta, ya que están cometiendo los mismos errores que cometemos los adultos.
- El 45% compartía sus contraseñas con alguien, siendo este porcentaje decreciente conforme más jóvenes eran.
Seguridad vs sociabilidad
Este último dato sí me parece mucho más interesante, y es que leyendo entre líneas, podemos llegar a la conclusión de que los jóvenes utilizan las contraseñas, y por ende sus cuentas, como un elemento más de sociabilidad.
En palabras de los investigadores:
No perciben riesgo en esta práctica, sino una forma de construir las relaciones y la confianza.
Algo que hemos visto cada vez más acentuado con el surgimiento de los servicios en streaming. En mi caso es cierto que soy el gilipollas que paga por todo como cuenta única, pero es verdad que a mi alrededor, la gente de mi edad suele compartir cuentas como la de Netflix o el Game Pass, incluso creando supuestos contratos familiares con unos cuantos amigos para ahorrarse unos euros a final de mes.
Todo esto, por razones obvias, fuerza a que la cuenta sea compartida, y se exponga por tanto la contraseña. Que además, al volverse “pública” (entiéndeme…) debe ser aún más sencilla de recordar.
En fin, que como punto positivo de todo esto es que, al parecer, conforme más edad tienen, más se tiende a generar contraseñas más complejas.
Quizás simplemente por el hecho de la mochila histórica (es muy habitual que la contraseña con el paso del tiempo se vaya complicando al tener que ir añadiéndole más caracteres, o símbolos, o simplemente por la necesidad de ir cambiándola tras una alerta o un susto pasado). O quizás (déjame vivir de las ilusiones) por el trabajo de concienciación que algunos llevamos años haciendo…
Por cierto, ¿has hablado de esto con tus hijos? ¿Sabes cómo lo gestionan ellos?
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