La IEEE, una organización sin ánimo de lucro que vela por el avance tecnológico para el beneficio de toda la humanidad, publicaba recientemente un informe en el que señalaba la idoneidad de incluir un cuarto color en los semáforos (EN/PDF), con una luz blanca, enfocada a “optimizar y mejorar la seguridad de las carreteras con los vehículos autónomos”.
El tema podría parecer sacado de una broma, o una locura de cuatro frikis encerrados en una habitación, pero nada más lejos de la realidad.
Según los investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, el añadir este nuevo color podría permitir agilizar enormemente el cómputo de casuísticas que tiene que hacer un vehículo de conducción autónoma, y por ende, evitar los esperables errores en la toma de decisión cuando el vehículo va a entrar en una interseción.
Para que nos entendamos, en el paradigma actual de conducción, regida principalmente por vehículos sin conducción autónoma, es cada conductor de carne y hueso quien debe tomar la decisión de cuándo entrar en la intersección… obviamente si el semáforo está en verde.
Con los vehículos de conducción autónoma, por tanto, pasa exactamente lo mismo, con la ventaja de que no hay subjetividad alguna (la máquina hace lo que hace en base a un conjunto de reglas que previamente se le han establecido) y la desventaja de que para tomar esa decisión, la máquina debe fiarse de un conjunto de sensores (cámara, lídar, sensores de movimiento y proximidad) que no siempre son capaces de identificar y/o catalogar adecuadamente obstáculos (para ello, primero tienen que haber sido entrenados con conjuntos de datos semejantes, y en carretera hay infinitas casuísticas difícilmente entrenables todas bajo un conjunto limitado de datos).
Así pues, nos encontramos con el paradigma actual de los coches autónomos, que ante la más ligera duda, se paran. Una medida de seguridad que ha dejado situaciones simpáticas como vehículos de Google y compañía incapaces de entrar en una intersección muy aglomerada, ya que no encuentran el momento seguro para hacerlo.
Ahí es donde entraría ese cuarto color.
Uno que solo afectaría a los vehículos de conducción autónoma (aunque los investigadores también aseguran que podría usarse para identificar lugares de carga de coches eléctricos, aunque fuera en esta primera etapa), y que serviría, según los investigadores, para que cuando el semáforo esté en blanco el vehículo autónomo se guíe con lo que esté haciendo el vehículo autónomo que está justo delante.
Gracias a ello, y por supuesto poniéndonos en ese escenario futuro en el que los vehículos autónomos sean la amplia mayoría, sería el primer vehículo a entrar en la interseción quien dirigiera el tráfico, y el resto pasarían por tanto a delegar la toma de decisión en una cola según su posición frente al primero, lo que en la práctica supone muchísimos menos cálculos, y por tanto, una fluidez mucho mayor del tráfico.
Una infraestructura de carretera adaptada a los vehículos autónomos
El artículo, decía, me pareció interesante por lo simple que es la solución… al menos sobre el papel.
Un simple color extra en los semáforos elimina, de un plumazo, la complejidad de toma de decisiones en precisamente los núcleos que mayor problemática arrojan en carretera, que son las intereseciones.
Y adelantan ese escenario futuro en el que haya que adaptar las carreteras no a la subjetividad humana, sino a la objetividad de la máquina. Una que claramente, y para algo tan metodológico como es conducir, eliminaría la que es en la actualidad una de las principales causas de muertes en países desarrollados, justo por debajo, y por muy poco, de los problemas coronarios.
Nos tocará vivir, por supuesto, muchas fricciones hasta llegar a ese escenario.
La primera y más obvia es la negativa por parte de un porcentaje significativo de la sociedad a delegar el “placer de la conducción” en la máquina. Pero también las hay puramente estructurales y económicas, ya que desde la creación de la señalética prácticamente universal de los semáforos, incluir un nuevo color supone adaptar los millones de dispositivos de tráfico colocados a lo largo y ancho del mundo a ese nuevo estándar.
Eso y por supuesto adaptar los propios vehículos autónomos a reconocer este tipo de color. Algo mucho más sencillo de implementar, por supuesto, pero que en la flota actual que hay en carretera aún no se ha hecho por razones obvias.
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