Bajo este título tan enrevesado (juro que estado unos minutos pensando qué poner) quería desmitificar (nuevamente) la inteligencia artificial, tan en boca en nuestros días.
La entrada viene al hilo de dos noticias de la semana pasada. Por un lado, el uso de parte de Los Ángeles Times de un robot encargado de escribir artículos de última hora, y por otro, el challenger que ha lanzado TED a medio mundo para ver si alguien es capaz de crear un robot que haga una charla a la calidad esperable por este respetable medio.
Volviendo a la primera, y para ahorraros la lectura de la noticia original, este “robot” (entre comillas porque entiendo que de robot tiene más bien poco al tratarse de un software) desarrollado por el periodista y desarrollador Ken Schwencke genera una noticia breve a partir de una plantilla preestablecida. Es decir, parte de un formato ya preparado, y lo rellena con palabras con mayor o menor éxito (mayor, espero) referentes a la información oportuna, teniendo luego que pasar el artículo a un humano para que lo revise y lo publique.
¿Dónde está la inteligencia? En serio, ¿Dónde está? El proyecto es muy interesante, pero parte de una estructura literaria adaptativa para mediante un crawler recopilar la información, mira el peso de las frases y las palabras dentro de ella, y las coloca donde se merece. Para generar una frase, es necesario un sistema de reglas bastante avanzado, pero ¿podemos considerar esto inteligencia artificial? Y esto descontando que únicamente hemos visto el resultado final, después de que el revisor humano haya metido mano al artículo… En fin, pasemos al siguiente.
Dar una charla en TED. Así, de golpe. Me pregunto si quien tuvo la idea esperaba que se asociara el challenger a la inteligencia. Dar una charla no es algo inteligente. Es algo pregrabado. Necesitas tener un sistema que sea capaz de expresar, y las ideas a tratar. Punto. Es más, es posible que un robot pueda darlas bastante mejor que la mayoría de los mortales (entre los que sin duda me incluyo). Le grabas los gestos, le colocas un buen sintetizador de voz, y le escribes lo que tiene que decir. A correr.
No me cansaré de decirlo. Inteligencia artificial es otra cosa muy distinta. Robótica es otra cosa muy distinta. La primera es una disciplina tecnológica que intenta, mediante el estudio de la complejidad humana, dar con un sistema capaz de adelantarse a las situaciones. Y en su propia definición está su principal barrera. Apenas conocemos nuestra misma forma de resolver los conflictos que nos asedian. Por tanto, recurrimos a recreaciones basadas en casos y patrones. Afrontamos el problema por la tangente, lo que lleva a declarar tecnologías que resuelven el problema de la misma manera, y que fallan estrepitosamente cuando se sale del entorno preestablecido.
Un sistema verdaderamente inteligente sería aquel que obtuviera las respuestas de sí mismo. Que pueda llegar allí donde el humano ya fue incapaz de programarlo. Programación declarativa, y no lineal. Algo realmente difícil de desarrollar (tenemos algunos sistemas inteligentes cuyo ámbito es terriblemente acotado, como pueden ser los agentes simuladores o los sistemas autoreparables), y que al menos, está a años luz de lo que los medios consideran inteligencia artificial.
La propia analítica de grandes volúmenes de datos, pese a estar definida dentro de un abanico muy cerrado de posibilidades, sigue necesitando el factor humano. La contextualización es una herramienta, no un fin en sí mismo. Señalar inteligencia artificial sin ver toda la foto es sencillo, como también erróneo.