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rastreo covid

Me ha encantado la entrevista que le hicieron ya hace unas semanas a Susan Landau, experta en ciberseguridad, a colación del lanzamiento de su libro “People Count”, centrado precisamente en el tema de este artículo.

En el artículo (EN), profundiza sobre la idoneidad (o no) de que el año pasado, a la vista de la que se nos venía encima con la pandemia, corriésemos raudos y veloces a pretender relegar el control y rastreo de positivos de COVID en sistemas diseñados casi exclusivamente por epidemiólogos e ingenieros.

La tesis defendida por Susan es que los tecnólogos que trabajaron en las apps se preocuparon mucho de hablar con los epidemiólogos. Pero, probablemente, no el suficiente tiempo en pensar cómo estas apps cambiarán a quién se le notifica sobre haber estado posiblemente expuesto a la COVID-19.

Y, peor aún, obviando el impacto que esto tiene a nivel de servicios de salud pública.

Por ejemplo, si el año pasado yo recibía una notificación de exposición, llamaría a mi médico, quien me diría: “Quiero que se haga la prueba de COVID-19”. Yo me aislaría en mi dormitorio y mi esposo me traería comida. Quizás no fuera al supermercado. Pero aparte de eso, no cambiaría mucho para mí. Yo no conduzco un autobús. No reparto comida. Para esas personas, recibir una notificación de exposición es realmente diferente. Hay que tener servicios sociales para apoyarlos, que es algo que la salud pública conoce bien.


En Suiza, si alguien recibe una notificación de exposición y si el estado la confirma: “Sí, debe usted ponerse en cuarentena”, a esa persona le preguntarán: “¿Cuál es su trabajo? ¿Puede trabajar desde casa?” Y si la persona dice que no, el estado le ayudará con algún apoyo económico para que se quede en casa. Eso supone disponer de infraestructura social para respaldar la notificación de exposición.

Todo porque el foco estaba en evitar la propagación de la enfermedad, no en cuidar a las personas afectadas.

También dedica parte del discurso a temas que ya hemos mencionado por aquí, como es el hecho de que, seguramente por las prisas con las que se diseñaron los sistemas, las apps que acabaron llegando tenían unos cuantos errores de base que las hacían, en algunos casos, inservibles.

Vivo en una zona rural bastante pequeña y la casa más cercana a la mía está a varios cientos de metros de distancia. No voy a recibir una señal de Bluetooth del teléfono de otra persona que luego resulte en una notificación de exposición. Si mi dormitorio justo comparte el muro del dormitorio del apartamento de al lado, yo recibiría un montón de notificaciones de exposición si la persona de al lado está enferma; la señal puede atravesar las paredes de madera.

Sin olvidarnos de lo que han supuesto a nivel de privacidad.

En 2019 nos escandalizamos cuando el gobierno pretendió, durante unos días, monitorizar los movimientos de toda la sociedad española en base a las conexiones vía smartphone.

Al año siguiente, un porcentaje significativo de la sociedad abrazó sin problemas el uso masivo de aplicaciones que registraban sistemáticamente su posición, y alertaban anónimamente a terceros en caso de que tuviésemos un positivo.


Que sí, que ya comentamos también que toda esa información no iba a ser usada para otra cosa que no fuera el control del maldito virus. Pero vaya, tenemos de ejemplo casos como el de Singapur, que comenzó con la misma excusa, y ha acabado compartiendo esa información con fines policiales (ES)

El corolario con el que quiero que te quedes es precisamente con la importancia de meter en el debate a perfiles lo más heterogéneos posible.

Como informáticos, tenemos las herramientas para diseñar el futuro de nuestra sociedad. Pero ese poder, como bien decía el tío de Peter Parker, conlleva una gran responsabilidad. Responsabilidad que se tiende a obviar, cayendo en el ostracismo de pensar que, porque además somos ciudadanos, tenemos también la capacidad de tomar decisiones argumentadas.

¿Hubieran funcionado mejor los sistemas de rastreo COVID en caso de que, en efecto, los expertos en salud pública hubieran estado bien representados en su desarrollo?

Pues nunca lo sabremos. Lo que sí queda claro es que estas apps han demostrado, en la mayoría de casos, ser un absoluto fracaso, generando hasta dinámicas sociales nocivas.

Todo por un diseño inicial demasiado centrado en el problema principal, obviando el factor eminentemente humano que hay detrás.

Y ojo, que lo mismo podría estar pasando ahora con el diseño de los pasaportes COVID


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Articulo exclusivo PabloYglesias