Compartía en el email de esta mañana un artículo de Enrique en el que hablaba de la libertad de expresión en internet (ES). En él, se hacía eco de algunos movimientos recientes que suponen un verdadero quebradero de cabeza a la hora de definir el equilibrio entre control del discurso y libertad de expresión en medios digitales.
Las fechas coinciden además con la publicación en abierto (fue enviado hace un par de semanas a los miembros de la Comunidad) del décimo Especial de esta santa casa, que versaba, justamente, de esto: El control del discurso en medios digitales, en el que repasaba la mayoría de estrategias que se siguen en el mundo digital para gestionar la voz de las comunidades de usuarios/lectores/suscriptores/audiencia. Si no lo ha leído y tiene un rato (son algo más de 3500 palabras), no sé a qué está esperando G.G.
El caso es que en toda esta amalgama de plataformas sociales, el papel de Twitter se ha visto comprometido ya no solo a nivel de los que allí estamos, sino también a nivel financiero.
Parece que Washington ha perdido la confianza (ES) en una herramienta que como ya he dicho en más de una ocasión, nació dentro de ese ecosistema de la web 2.0, pero tiene poco que ver con lo que hoy en día son la mayoría de redes sociales.
Que el valor de Twitter sigue siendo un intangible tan difícil de valorar como profundamente interesante para el desarrollo de nuestra civilización.
Es, a todas luces, el pulso informativo de la sociedad (ES). El lugar a donde vas a enterarte de la conversación sobre lo que está ocurriendo en ese mismo momento, con todo lo que esto entraña.
Pero claro, esto no parece verse reflejado en los números, con apenas un tercio de usuarios realmente activos (que entran habitualmente), con unas acciones que llegaron en su día a rozar los 70 dólares, y que están estos días por los 18 (EN), muy por debajo de los 40 con los que salió a bolsa.
Que dentro de ese maremagnum de analistas económicos, buena parte de ellos siguen obcecados en comparar peras con manzanas:
¿Cómo es que Facebook, que llegó poco antes que Twitter, tiene ya un negocio más valioso que el mayor conglomerado petrolífero, mientras que el segundo sigue siendo un quiero y no puedo?
Y en alguna otra ocasión he intentado esbozar los hándicaps a los que se enfrenta, haciendo hincapié en su necesaria evolución como plataforma de consumo audiovisual y publicitario.
Un lugar al que vas ya no solo a enterarte de lo que está ocurriendo, sino también a verlo, y ya de paso, comentar.
Cosa que tienen claro en la compañía, y que demostraban precisamente con la vuelta de su antiguo co-creador a los mandos y varios acuerdos con las principales cadenas y empresas de derechos de transmisión deportiva (ES).
Pero hay otro punto que se vuelve crítico no para atraer a todos aquellos usuarios que un día probaron Twitter y debido a su barrera de entrada, lo han abandonado, ni tampoco para todos aquellos que todavía no ven atractivo el servicio, sino para los que ya estamos.
Y adelanto que el tema es muy, pero que muy conflictivo.
Libertad de expresión vs plataformas nocivas
Twitter es desde su nacimiento una “red social” anónima, en tanto en cuanto cualquiera, con un email, puede crearse una cuenta y despotricar a su gusto.
Que algunos hayamos decidido usar nuestro nombre y apellidos es algo que no la transforma en una Facebook, donde al menos a nivel términos y condiciones de uso (que otra cosa es que no los cumplas), te obligan a ello.
Y es precisamente este su punto fuerte y su punto débil (EN), habida cuenta de que quizás haya debates que una mujer iraní, un indio de clase social baja o un homosexual en un país X no podría realizar si fuera consciente que su identidad está asociada a lo que allí comenta.
Que por supuesto, cualquiera puede en cualquier momento decidir transformar su perfil en un perfil privado, pero entonces se pierde precisamente ese eco que da sentido al servicio.
Las plataformas de anonimato, como hemos visto no hace mucho con el estudio de TOR como herramienta de libertad de expresión, ofrecen a colectivos perseguidos por algunos regímenes (o por otros colectivos) expresarse sin miedo a represalias en el mundo físico.
Y también, favorecen el surgimiento de acciones que por su propia idiosincrasia, pueden herir a terceros.
Es algo innato en nuestra naturaleza:
Lo “único” que evita que un servidor salga a la calle y le pegue una ostia bien dada a esa persona con la que en su día tuve problemas es saber que si lo hago puede haber consecuencias. Si en cambio soy consciente de que puedo hacerlo sin que haya represalias de ningún tipo, habida cuenta de que mi identidad seguirá en el anonimato, quizás lo haga.
Así, en un entorno digital se tiende a establecer medidas que minimizen este tipo de conductas, pero que en todo caso son meros parches que no solucionan el problema.
En el caso de Twitter, el que un servidor pueda bloquear a cualquier troll no hace que lo que esta persona diga desaparezca (descontando que para colmo se tiene que hacer a posteriori, cuando el daño ya está hecho), sino que simplemente yo no lo voy a volver a ver. Que ahora se planteen crear una herramienta para filtrar tweets (ES) en base a una serie de palabras es tan absurdo como insuficiente, ya que el daño seguirá estando ahí expuesto a terceros, solo que quien lo habilite no lo verá.
Hay sin embargo un camino alternativo que quizás no sea del agrado de muchos, ya que obliga al usuario a confiar en el buen quehacer de una empresa que para colmo, vive de nuestros datos.
Los perfiles verificados como sistema de verificación de identidad
Ahí es donde quería llegar.
Hasta hace cosa de un mes, los perfiles verificados se otorgaban a dedo desde la propia compañía, en base a criterios totalmente opacos, y supuestamente con el objetivo de señalar aquellos usuarios más interesantes para el resto de miembros.
Desde hace relativamente poco se ha abierto la posibilidad de que cualquiera se presente como candidato (EN), pero los criterios siguen siendo los mismos, y dependen únicamente de la compañía, que es al final quien decide si sí o si no.
Una vuelta de tuerca al problema del control del discurso que a mi forma de entender sería la más equilibrada sería el transformar esta verificación no en un criterio de exclusividad per sé, sino en un sistema de verificación de identidad opcional y accesible a cualquiera.
Es decir, que si una persona por ejemplo quiere evitar encontrarse en una situación comprometida, puede decidir enviar una copia de su documento de identidad y/o su tarjeta bancaria (no resulta tan sencillo abrirse una cuenta en un banco como lo es crearse un nuevo correo) para demostrar que en efecto es quien dice ser, y por ende, contaría con el verified de su cuenta que le permitiría, entre otras cosas, solo consumir el contenido del resto de usuarios verificados o contar con un trato más directo en caso de posibles ataques a su persona. Y a nivel macro (de toda la plataforma), mejorar sensiblemente el debate, sin tanta toxicidad.
Que si alguien quiere seguir en el anonimato pueda seguir haciéndolo, a sabiendas que está expuesto a situaciones como las anteriormente mencionadas, y en donde la plataforma no se hará cargo (como ocurre ahora) de posibles abusos del servicio.
Y decía que es un tema complejo de afrontar ya que obliga a aquellos interesados en confiar en el buen uso que Twitter acabe dando a esa identidad digital contrastada con la identidad física, o si me apura, a los posibles usos futuros que Twitter o quien sabe quién podría dar a esa información.
Una estrategia que seguramente otorgue a Twitter ese empujón que necesita para ser más interesante a posibles compradores y/o stakeholders, habida cuenta de que su base de datos tendrá además un nexo de unión extra con nuestra identidad física.
Resulta fácil decirlo, pero entiendo que es un cambio muy profundo que sin lugar a duda causará rechazo en un porcentaje significativo de usuarios.
Y pese a todo, quizás sea lo más adecuado no solo para el negocio (que está claro que lo es), sino para que Twitter siga siendo el pulso informativo de la sociedad sin esa oleada de mala uva y trolleos que rara vez aportan algo al debate.