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Magia potagia
A estas alturas, no voy a volver a profundizar en el concepto que hay detrás de los Non Fungible Tokens, o NFTs.
Hace meses publicamos una pieza bastante completa intentando explicar qué da valor a un NFT, y casualmente, justo esta mañana, hemos publicado en CyberBrainers otra pieza hablando sobre su papel identificativo frente a la identificación biológica tradicional.
Pero, por si alguien está muy perdido, que al menos se quede con la idea de que un NFT es una especie de certificado digital que, valga la redundancia, certifica que tal producto (una imagen, un texto, una web, lo que te de la gana) pertenece a Pepito.
Haya sido Pepito su creador o no. Sea ese producto único, o como le pasa a casi todo lo que está hecho con 1s o 0s, totalmente clonable.
Fíjate que por certificar, ni siquiera certifica que ese producto sea el original. Podría tratarse de una copia del original. Y tampoco asegura que el dueño tenga los derechos de explotación del producto. Solo que es de su propiedad.
Ese en particular. Y bajo esas condiciones en particular.
Punto.
De nuevo, esto que a priori puede sonar a chino, tiene mucho sentido en según qué escenarios. Desde el arte y la cultura en general (no es lo mismo tener un póster en tu habitación de la Mona Lisa, que tener el cuadro supuestamente original de Da Vinci), pasando incluso como un sistema que certifique la identidad de un usuario en derroteros digitales, y sin el estigma y potenciales exclusiones sociales de la identificación basada en patrones biológicos, como es la actual.
La cuestión es que estamos ante un archivo que certifica que otra cosa es tuya.
Y aquí viene el problema.
Porque para certificarlo, esa otra cosa tiene que estar colgada de Internet. Tener una URL.
Y ya sabes lo que les pasa a las URLs con el paso del tiempo… ¿Verdad?
Pues que puede ocurrir que se pierdan.
Esto, que parece rizar mucho el rizo, ya ha pasado al menos en dos casos sonados. A saber:
- Tom Kuennen afirmó que un NFT que había comprado por 500 dólares a través del mercado OpenSea había desaparecido (EN) de su billetera, junto con el historial de compras. Es más, en esta plataforma, que se sepa, ya han desaparecido 42 NFTs, con un coste potencial de $100.000 (EN).
- El álbum NFT de 11 millones de dólares vendido por el popular DJ estadounidense 3LAU en marzo, a través de NiftyGateway, también desapareció (EN).
Basta con que el producto final cambie de dirección, o de servidor, o simplemente deje de estar accesible, para que se rompa esa cadena de custodia esperable (EN).
Tendrás un papelito digital que dice que esto es tuyo. Pero es que eso es… ¡nada!
Al no estar ya el archivo cuya propiedad tienes.
Por supuesto, hay cabezas pensantes mucho más interesadas que un servidor en buscar la manera de solucionar este problema, que claramente será el pan nuestro de cada día si el día de mañana los NFT los usamos para algo más que no sea el de especular con grandes fortunas.
Y quizás la que va tomando más forma sea la de apostar porque todo NFT vendido se asocie a un enlace del archivo propiedad que esté colgando de una red de intercambio de datos distribuida. Es decir, de un IPFS (InterPlanetary File System).
De esta manera, si quieres especular vender un NFT, la plataforma de compraventa debería obligar a que el archivo se cuelgue de una de estas redes, de manera que ya no dependerá de un servidor central, sino de una red de nodos que, en su suma, dan forma a ese servidor distribuido.
Pasamos así de la arquitectura web por antonomasia, en la que subimos todo el contenido a un servidor y quien quiera acceder a él, tiene que llamar a la puerta, a otra basada en la distribución, con la ventaja de que si alguno de esos nodos desparece con el tiempo, pues todavía habrá otros interesados en mantener la red, y por tanto el archivo seguirá estando accesible mediante la misma «dirección online».
De nuevo, algo que ya está también en circulación (EN), aunque de forma minoritaria, y que quizás en unos años haga transformar el paradigma de cliente-servidor que llevamos arrastrando desde el inicio de Internet.
No lo consiguió la piratería, quizás lo consigan los NFTs.
Todo por querer vender fotos de gatitos… ¡Manda cojones!
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