Controles.

Dos noticias a considerar del día de ayer. Por un lado, la compra de Nest, empresa de fabricación de termostatos (básicamente) dirigida por Toni Fadell (EN), el que fue el principal responsable del diseño y creación del iPod de Apple, por parte de Google (Mariano habla de los aspectos económicos (ES) de la absorción). Y por otro, y aunque con mucha menos repercusión mediática, el lobby de las tecnológicas vuelve a saltar a los tribunales, con la objeción, por parte de los tribunales de Washington (EN), a que las reglas anti-discriminación presentadas por la FCC tengan que ser respaldadas por las empresas.


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Dos movimientos, aparentemente sin interés común, que nos dirigen una vez más hacia esa llamada sociedad de control. Por Versvs (ES) se daban algunos tips que adelantaban el hecho, inalienable, de que conforme pase el tiempo, el usuario irá perdiendo paulatinamente el control de lo que pasa a su alrededor, y que las compañías irán ganando poder y control amparadas en una legislación que ellas mismas se encargan de definir.

Imaginemos por un momento ese termostato que la mayoría tenemos en casa. Un dispositivo sencillo, pegado a la pared, que cumple únicamente una función. Y la cumple muy bien. Ni conexión a internet, ni gráficas de consumo, ni contextualización. Simplemente un regulador por horas de temperatura.

Ahora llega el Internet of Things y de la noche a la mañana, ese termostato que vivía tranquilamente sus días ajeno a las reuniones de Rajoy con Obama y al inquietante interés de la sociedad por las fotos de gatos recibe una actualización que lo smarteriza. Pasamos por tanto de un terminal tonto, desconectado, a algo sin duda mucho más inteligente: analítica basada en el conocimiento del resto de clientes, contextualización automática de las acciones del usuario,…

Datos que nos permiten gestionar con mayor precisión la temperatura de nuestra casa, adaptándola esta vez de manera automática a nuestras necesidades. Olvidarnos del termostato, porque el termostato se encarga de todo. El termostato pasa a tener el control de la situación.

Un dispositivo que está recogiendo datos de nuestro entorno más cercano. Ya no hablamos del smartphone y sus sensores. Ya no hablamos de la capacidad de una compañía como Google de saber dónde vivimos por el simple hecho de deducir la posición en la que pasamos las noches, y de triangulizar las conexiones a WIFIS cercanas. Estamos hablando de conocer absolutamente todo sobre nosotros (temperatura del hogar, horario, actividad dentro de los locales,…). De entrar en nuestra casa, y tener ojos. Un basto potencial de conocimiento que facilita nuestra vida (delega cuestiones básicas a la tecnología) de manera aún más trasparente.

Y esto puede llevar a una situación como la que Orwell definía en su libro. La delegación del control por parte de la sociedad hasta tal punto que acabemos supreditados a ese control. Un control que encuentra ahora la herramienta (la sensorización) y la mano (el orden judicial) para modificar paulatinamente el entorno a su interés. Un control que pasito a pasito está insertando el germen de la despreocupación y la delegación en la sociedad.


Leyes anti-discriminación que son negadas en juicios públicos, amparándose en que hablamos del tercer entorno, y no de la vida real. La potestad de una empresa de aceptar privilegios (sea en ancho de banda, sea en visibilidad) frente a otros. La ruptura de la neutralidad de la red. Una red que gestiona nuestros datos. La misma red en la que fluye toda la información.

Aquí ya no hablamos de Google, o de Apple, o de la NSA. Aquí hablamos de cómo se está perdiendo el control de la situación, algo que no tendría que ser malo siempre y cuando la sociedad tuviera conciencia de que está ocurriendo. Y lamentablemente, no es así.