El otro día lo estaba hablando con unos amigos.


El caso es que de hace unos años hasta ahora, tengo la impresión de que Navidad es la excusa perfecta que buscan la mayoría de familias (al menos a mi alrededor) para hacerse con ese producto o productos tecnológicos que estaban esperando comprar.

Que si un nuevo smartphone, que si una tablet, que si una videoconsola, que si renovar el portátil…

Es más, nosotros por casa vamos a hacer lo propio, y ya le tenemos el ojo puesto a una televisión de 65 pulgadas que da hasta miedo G.G. Por dimensiones nos entra en el salón (y si me apuras entraría de mayor tamaño, pero ya me parece pasarse jajaj), pero es que no había caído en el tamaño que tiene esta bestia hasta que el finde pasado, en una tienda de electrónica de consumo por la que pasamos para comparar precios, me encontré cara a cara con una de ellas.

¡Dios bendito!

Esto daría para otro artículo (es más, estoy casi seguro que acabará cayendo), pero es que con tamaña diagonal, y máxime si como nosotros por casa lo acampañas además con un sofá amplio y cómodo, cada vez le veo menos sentido a eso de ir al cine.

Y ojo que quien habla es alguien que precisamente es cliente habitual de las salas de entretenimiento. Al mes como mínimo un par de veces acabo yendo, pese a que me joda sentir que me están atracando, y pese a que esa bajada del IVA cultural que desde hace unos meses aplica también al cine y que fue tan demandada por la industria como razón principal del alto precio de una entrada, curiosamente todavía no se ha reflejado.

Que oye, quizás es que soy un malpensado. Cualquiera desde fuera podría pensar que el problema de la industria lo tiene la propia industria


Pero vamos al tema, que me disperso.

La tecnología como garante de prosperidad

Creo que no voy a sorprender a nadie cuando digo que la electrónica de consumo, y por generalizar, la tecnología, lidera ese hipotético ranking de bienes que el grueso de la sociedad más valora.

Y sobre todo en nuestra cultura, habida cuenta de que España es líder de penetración de smartphones de toda Europa, y que en algunos de los países menos pudientes de latinoamérica el tener un dispositivo móvil con conexión a red se antepone a servicios tan básicos como disponer de agua caliente.

En Cuba, de hecho, lo he llegado a ver, y por lo que me habéis comentado alguno no es algo estrictamente raro en países como Bolivia y Nicaragua.

¿La razón? Muy obvia.

Un retrete dentro de casa o el agua caliente es una commodity que algunos hemos considerado básica (un servidor siempre lo ha vivido, pero por ejemplo en la casa donde vivió mi madre de pequeña no tenían baño interior), pero no te va a sacar de pobre. Sin embargo, la posibilidad de estar conectados mediante un smartphone o un ordenador abre también a esa persona a un mundo de oportunidades. De prosperar económica y socialmente hablando, vaya.

Muchos de los venezolanos que tenemos por la Comunidad me contáis cómo gracias a los negocios digitales, eminentemente globales, estáis consiguiendo unos beneficios económicos que por la situación del país hoy en día son impensables con un «trabajo tradicional».


Ya ni hablemos de África o buena parte de los países en vías de desarrollo asiáticos, donde como ya he comentado en alguna otra ocasión, la moneda digital se ha estandarizado como forma de pago minorista debido a la falta de circulación de moneda física, y por ende, a la dificultad de poder hacer transacciones en efectivo.

La electrónica de consumo como commodity

Pero volvamos al caso español (y argentino, y chileno, y…), donde afortunadamente, y quitando un porcentaje que quiero pensar es minoritario, la mayor parte de la sociedad tenemos la inmensa suerte de que nuestras preocupaciones sean mucho más mundanas.

Para un chaval de la generación Z tener un smartphone y un contrato de datos es probablemente de los bienes que más impacto tiene en su día a día. Gracias a él, puede estar en contacto con sus amigos. Sociabilizar, con todo lo que ello supone, y ya de paso, consultar información de cara a preparar trabajos y hacer los deberes.

Para la mayoría de millenials y los que estábais antes de nosotros, sobra decir que estamos en la misma situación. Un servidor podría trabajar sin smartphone, pero claramente no sería tan competitivo como potencialmente puedo serlo con un dispositivo de estos. Y aunque nuestro trabajo no esté relacionado directamente con temas digitales, la libertad de comunicación que nos dan estos productos, y la hegemonía absoluta de su uso en derredor, los hacen críticos para ser «competentes» en todos los sentidos en la sociedad en la que vivimos.

Y bajo esta premisa, me da la sensación de que la tecnología se ha vuelto sino el principal, uno de los principales sectores en crecimiento de las compras navideñas.

Ahí la publicidad hace mucho, por supuesto. No hay más que ver cómo todos los canales mediáticos se llenan de artículos y vídeos sobre las ideas de regalos de tecnología para esta Navidad (ES) o los X regalos tecnológicos más recomendados por menos de tantos euros.

Para colmo con la irrupción del Black Friday y el Cyber Monday, otra de esas odas al consumismo que hemos interiorizado de los anglosajones, y esa paulatina homogenización de las rebajas (ahora, y debido a la inmediatez del entorno digital, cada día hay ofertas, cuando antes esto solo ocurría una o dos veces al año y con la idea de quitarse de enmedio stock de campañas estivales), lo cierto es que las Navidades no tienen por qué ser una mala época de compras.


Y es más, que aunque lo cómodo para algunos de nosotros sea comprar directamente en Amazon o marketplaces chinorris como Gearbest, lo cierto es que a poco que busquemos por ahí hay tiendas menos conocidas y quizás más especializadas que nos pueden dar sorpresas.

Mayoristas como Depau (ES), que cuentan con su propia tienda online, y lo típico de darse una vuelta por el barrio «como antaño» con idea de ver qué ofrecen los negocios locales puede saldarse con una sorpresa inesperada.

Muchos de estos negocios que no gozan de una buena presencia digital o que están empezando con esto de la digitalización a veces tienen acceso a stocks específicos que pueden ofrecer a un precio inferior al mercado. Y por esa misma falta de capacidad (y/o expertise) comunicativo, son oportunidades que se quedan a nivel local, disponibles para aquellos que lo mismo no se han digitalizado, y también para aquellos otros que han decidido probar suerte.

La segunda mano y los productos reacondicionados son otros de estos sectores que a veces obviamos, y que pueden ser la mar de interesantes.

En videojuegos, por hablar de un nicho que conozco relativamente bien, no es raro que algún compañero coleccionista me restriegue por la cara el cómo ha conseguido X título a precio de saldo en una tienda de segunda mano.

Tengo otros que viven prácticamente consultando Wallapop y compañía. Entre toda la vorágine de productos que se suben a estos markets, a veces hay alguna joyita en espera de ser descubierta y bien valorada por alguien con conocimiento.

En fin, que alternativas hay. Al final esto se traduce en si queremos destinar tiempo o preferimos pagar lo que vale en el mercado y punto.

Por nuestra parte, ya contaré en qué queda esta búsqueda de El Dorado que es nuestro nuevo televisor. Por ahora le tenemos echado el ojo a un Hisense que nos saldría casi 300 euros más barato que la mayoría de televisores con sus prestaciones.

¿Será éste el que al final decidamos coger? ¿Nos saldrá rana? Pues ya te lo contaré.

Pero ahora me interesa saber tu opinión.

¿Vas a pillarte algún producto tecnológico estas navidades, o eres más de comprarlo cuando te surge la oportunidad/necesidad?