El Watch de Apple (ES) ya está a la venta desde el viernes en varios países de habla hispana. Y volverá a ser un éxito rotundo de ventas, como nos tienen acostumbrados los de Cupertino.
Pero no quería hablar otra vez de esto, sino de una particularidad que el Watch comparte con buena parte de la tecnología de esta nueva generación, y que adelanta un futuro bastante funesto para todos aquellos obcecados en el discurso tecnológico.
No es lo que esperaba
Y en efecto está pasando y pasará. El principal problema que encuentro con ese cada vez más habitual abandono de wearables pasados unos meses es que la impresión del usuario hacia ese producto es la incorrecta.
La mayoría de smartwatches del mercado, la mayoría de pulseras cuantificadoras del mercado, no son productos tecnológicos. O al menos no entran en el mismo saco en el que podríamos meter un portátil o un smartphone.
Estamos ante unos dispositivos cuyo objetivo es pasar inadvertidos, no ser el centro de interacción del usuario. Y para ello recurren a la tecnología, no al revés.
Como hemos visto en estos últimos meses, la forma de vender el reloj por parte de Apple no es igual a como estamos acostumbramos en tecnología. Es cómo se vende un producto de moda.
¿El mejor ejemplo? La pantalla del Watch se vende en milímetros de diámetro de la caja que la contiene, no en pixeles. El hardware es algo intrascendente, lo verdaderamente interesante es su funcionalidad, y no porque sea una funcionalidad activa, sino precisamente porque funciona a pesar de lo que haga su dueño.
Sí, entramos entonces en el mundo de la moda, y aquí la mayoría suspenden (Apple incluida, cuidado). La industria de la tecnología es una recién llegada a la industria de la moda, y cambiar una filosofía tan objetiva por otra tan subjetivada no es cuestión de un nuevo plan de marketing y unas cuantas contrataciones del sector.
Los consumidores de tecnología van con otro chip puesto que frisa frontalmente con este «nuevo» discurso. Causa recelo, llama la atención que algo que lleva Android u OS X, que lleva un sistema operativo dentro, no sea un nuevo gadget, sino un producto alejado del mundo que conocemos de la tecnología.
A lo que aspiran la mayoría de wearables es a ser intrascendentes, a mostrar la mayor cantidad de información valiosa a su poseedor ya no solo en un espacio más diminuto, sino también en el menor tiempo posible.
No estamos por tanto ante dispositivos tecnológicos que buscan acaparar la atención, sino justamente ante lo contrario, y eso causa recelo, y acaba, en muchos casos, por causar frustración.
Dos mundos que chocan
¡Y de qué manera! Para alguien como usted, para alguien como un servidor, algo que no ofrece mayor usabilidad, mayor utilidad, es innecesario.
El mundo de la tecnología es así. Se busca aportar funcionalidad, dar sentido a un desembolso económico mayor porque ese gadget te ofrecerá algo más, que además es cuantificable (más batería, más capacidad de ejecución, más…).
En el mundo de la moda, el pragmatismo no importa.
¿Qué diferencias tecnológicas ofrece el Watch Sport Edition de su hermano mayor, que justifique el aumento (en algunos casos brutal) de precio? Solo una cosa: que «luce mejor«.
Pero es el mismo «dispositivo tecnológico», con el mismo procesador, con la misma batería, con las mismas funcionalidades. No por tener un Sport Edition vamos a poder hacer menos cosas. Vamos a poder hacer exactamente las mismas, pero pagamos menos porque el Watch de Apple es moda, no tecnología.
El contexto, por tanto, cambia, y echa para atrás a la mayoría de los que llevamos años concibiendo la tecnología casi como un fin, y no como un medio.
No hablamos de hardware y software, hablamos de elementos que llevas puestos y que te definen. Que entran en contexto con tu vida diaria.
Hablo por tanto de «tecnología invisible«, de algo que hace algo sin que el «usuario» tenga que preocuparse. Pese al «usuario».
Ya no se trata de demostrar a quien está a nuestro alrededor que tenemos un producto tecnológico. El éxito de esta nueva aleada de productos, de hecho, depende estrictamente de que un tercero no sienta que existen, y de que su poseedor no necesite interaccionar con ellos.
Así, vemos como una buena idea (las Google Glasses) mal ejecutada (obcecados en hacer un producto tecnológico) se ha quedado en saco roto. No porque no ofrecieran funcionalidad e innovación al modo que interaccionamos con la tecnología, sino porque eran terriblemente invasivas.
Un tercero, supiera o no qué eran las Google Glass, se sentía amenazado al estar frente a nosotros. Esa cámara apuntándonos descaradamente echaba para atrás a cualquiera. Y quien las usaba, tenía que interaccionar con ellas para sacarles provecho. La información no viajaba en un proceso líquido, sino forzado (ese ojo que tenías que poner vizco para ver la pantallita, esos dedos que tenías que mover hacia la patilla).
Los smartphones actuales están a las puertas. Son imperfectos, pero en líneas generales, se adecúan a los principios de la tecnología invisible.
Mi interacción con el Moto360, después de varios meses de uso, se ha estabilizado. Apenas lo miro más que cuando de verdad quiero obtener algo de información.
Y hecho de menos que la forma que tiene de avisarme sea mediante vibración (el «pulso» del Watch, como pude probar en San Francisco, es mucho más adecuado que la típica vibración de un dispositivo tecnológico). Y pese a que Android Wear va poco a poco mejorando y volviéndose menos dependiente, aún sigue precisando la figura del smartphone (aunque no sea un gadget al uso). Y me alegro que la pantalla sea como la de un reloj y no como la de una calculadora, porque lo que busco en un smartwatch es que este, además de ser un reloj (parece una obviedad, pero un smartwatch sigue siendo y debería seguir siendo un reloj), se parezca a un reloj.
Y si usted no piensa como yo (afortunadamente, que sería muy aburrido que todos fuéramos iguales), siento decirle que la tendencia va hacia estos derroteros.
La magia llegará entonces con las apps pasivas. Software que está ahí, constantemente monitorizando y creando una gran base de datos para entendernos mejor a nosotros mismos o entender mejor situaciones, eventos o tareas rutinarias. De forma segura y privada, espero, pero sin precisar acción por parte del usuario.
Algo que funciona y punto, para que cuando esa persona quiera consultar la información de valor que de esa monitorización se puede sacar, no tenga que consumir datos en bruto, ni activarlo.
Tecnología invisible, constante. Un medio para llegar a un fin, que sigue siendo el mismo de siempre: facilitarnos la vida.
Solo que ahora la facilitarán sin imponer un cambio de hábitos y un aprendizaje anterior. Solo que ahora el discurso tecnológico irá paulatinamente, dejando paso a un discurso más natural, más humano.
Y en algunos casos, más como el de la moda. ¡Mecachis…!
Bienvenidos a la nueva era del «hombre cibernético», no te implantan nada en el cuerpo, sino que te convencen que los lleves, simplemente. Y tienes razón, recopilación de nuestros datos para ejercer un control más individualizado, donde creo que nos ponemos unas cadenas invisibles de forma voluntaria. Saludos
Y pasará en informática como ha pasado con muchas otras «tecnologías». Que si te parece que ahora son cosa de magia para el grueso de la sociedad, prepárate para cuando ni siquiera queramos saber cómo funcionan :).
Todo tiene lecturas positivas y negativas. Es según cómo se mire jeje. Gracias por el comentario Javi.