Lo bueno y lo malo
Por esta santa casa hemos hablado largo y tendido sobre el big data y la analítica basada en grandes volúmenes de datos. Una de las apuestas de facto de la industria, y que ha llevado a compañías de la talla de IBM a reinventarse.
Con los precios de fabricación de hardware cada vez más a la baja, y la capacidad actual del software, lo que en su día estaba destinado al sector empresarial (business inteligence) está llegando al consumidor final, bien sea por el interés que suscita la contextualización, bien sea de la mano de campañas más agresivas de publicidad, o de sectores tan poco predictivos como las apuestas deportivas.
El ánalisis de big data supone y cada vez más supondrá un cambio de paradigma en tanto en cuanto al modo de procesar la información. Gracias a las nuevas tecnologías, tenemos a tiro de piedra la posibilidad de compulsar grandes volúmenes de datos, sacando (no siempre acertadamente) deducciones de su interacción estadística.
Ejemplo de sus ventajas podría ser el estudio que la clínica Carilion (EN), en el estado de Virginia, está llevando a cabo para predecir si un paciente tiene riesgo de sufrir una insuficiencia cardíaca. Para ello, tienen en cuenta datos relacionados con el modo de vida del paciente, niveles de presión arterial, enfermedades anteriores, entorno, niveles de obesidad, y así un largo etcétera. Variables que por separado no tienen porqué tener una relación directa, pero que en su conjunto permiten generar una imagen más acertada del paciente, y predecir, según aseguran, con un 85% de acierto.
Ahora junte esto a esa nueva etapa de la electrónica de consumo: los wearables, capaces de estar continuamente recopilando información de nuestro estado y de nuestro entorno, y aplíquelo a lo anteriormente mencionado. El resultado es un sistema en tiempo real de predicción. Una pulsera que quizás le avise con unos segundos de antelación que está a punto de sufrir un infarto, y que pueda llamar por usted a la ambulancia, dándole la dirección exacta donde se encuentra, y enviándole los datos clínicos necesarios para agilizar en la medida de lo posible la emergencia.
Un panorama que se vería profundamente aumentado si toda esa información pudiera subirse a una red abierta, anónima, que permitiera al propio sistema aprender de sus fallos y optimizar más si cabe todo el proceso. Una plataforma que lamentablemente, y como comentaba en el artículo La dificultad de ofrecer datos abiertos en la era Post-Snowden, frisa de lleno con ese entorno nocivo que han generado agencias de inteligencia y compañías de servicios, robando y usando datos personales de forma opaca al usuario.
Y es que esta moneda tiene también otra cara. Esa que permite a un gobierno controlar el voto de un país. Esa que ofrece, no sin buena voluntad, anteponerse a futuros crímenes, como está haciendo la Policía de Memphis (EN), estudiando el historial de cada barrio y los factores socioeconómicos del mismo, para sacar patrones que aseguran han hecho disminuir hasta en un 30% la delincuencia. Big data aplicado al control de la sociedad, a la sociedad de control. Una imagen cuyo fondo es la mejora del estado de bienestar, pero que en la práctica puede conllevar el fin de la libertad del ciudadano. El rastreo exhaustivo de nuestra intimidad por el bien común. Un 1984 (Enlace de afiliado). Un Gran Hermano que todo lo ve, todo lo sabe.
¿Podemos tener lo bueno y no lo malo? Un servidor apunta a que sí. Solo es cuestión de controlar en la medida de lo posible la evolución de esta tecnología. Desde tiempos inmemoriales las herramientas han tenido dos usos, y por lo general, la propia sociedad acaba desechando aquel que es contraproducente en favor del que sí lo es. Porque la última palabra, pese a lo que parezca, la tenemos nosotros, y no los de arriba.