tiempo mas valioso

Escribo esto después de levantarme de la siesta.


Sí, soy de esos españoles que les gusta dormir un poquito al medio día. Qué tópico, ¿verdad? Me subo a la habitación, cierro todas las persianas, y me relajo durante una hora.

También es cierto que no es algo que necesite per sé. Si un día no puedo (o no quiero) dormir la siesta, no lo hago, y no noto que realmente esto me siente mal. Y viceversa. Quitando que a veces tengo migrañas y paradógicamente en mi caso se solucionan durmiendo, me suelo echar una siesta más que por cansancio porque me gusta la sensación de tener “una nueva mañana”.

Que para alguien que es más productivo recién levantado, tengo demostrado que hago más descansando un rato y poniéndome más tarde con el trabajo que volviéndome loco para quitarlo lo antes posible.

Pero no quería hablarte de dormir o no la siesta.

Quería hablarte de la importancia del tiempo. Un bien que me da hemos denostado muchísimo, no valorándolo como se merece, y anteponiendo otros criterios que también son importantes (pero, sinceramente, menos) como es el factor económico.

La importancia del tiempo

Y empiezo parafraseando un extracto de aquella pieza que publiqué en su día hablando, precisamente, de este tema.

El caso es que hace bastante leí algo que se me grabó a fuego en la retina. La noticia era algo así como:


«Unos investigadores lanzaron la pregunta ¿de qué te arrepientes en tu vida? a varias miles de personas de la tercera edad, y la respuesta que más se repitió fue la siguiente:

Haber dedicado tanto tiempo al trabajo.

Y no es para menos. Si contamos los estudios como trabajo (que a fin de cuentas lo son)pasamos de media una tercera parte de toda nuestra vida trabajando, otra durmiendo, y el resto, en teoría, disfrutando de la vida.

Una tercera parte (esta última) que no está repartida equitativamente a lo largo de nuestra vida, sino que se ocupa significativamente más al final de la misma, cuando ya nos hemos retirado.

De los tres a los… ¿18, 22? pasamos la mayor parte del tiempo que estamos despiertos «trabajando» (en clase o haciendo actividades extraescolares/deberes), y luego empezamos a trabajar, dedicándole de media unas 40 horas semanales… que pueden ascender tranquilamente a más de 55 si contamos transbordos y tiempo perdido en esos parones absurdos de dos horas para comer que hacen en la mayoría de trabajos.

Luego cuenta las horas extra, las labores administrativas, y por supuesto, las domésticas. Los números simplemente no salen.

Ahí quería llegar yo. A que los números simplemente no salen.


Si tenemos una esperanza de vida de, digamos, 85 años, tenemos que quitar ya de base las 2/3 partes, por lo que nos quedan 28,3 años de disfrute. Que siendo estrictos son bastantes menos (vamos a dejarlos siendo extremadamente positivos 25).

Ahora quítale el resto de labores no profesionales que tenemos que hacer cada día. Que si la limpieza, que si ir a comprar, que si la colada…

El tiempo que perdemos en viajes (no disfrutando del viaje, sino transportándonos de un lado a otro)…

Tranquilamente nos quedan menos de 15 años para disfrutar. Y encima la mayor parte de ese tiempo lo tendremos cuando seamos mayores, y por tanto, cuando presumiblemente tengamos menos capacidad física para disfrutarlo.

Te digo todo esto porque creo que es importante que cambiemos el chip lo antes posible, y demos importancia a lo que de verdad la tiene.

Un servidor ha ido diversificando ingresos (no tanto como me hubiera gustado, como bien sabes), y espero seguir haciéndolo. Pero aunque puedo coger más trabajo, sé que hay por ahí un techo de cristal autoimpuesto que viene dado por el tiempo que quiero dedicar a mi trabajo como consultor.

NO más de media jornada.


¿Que puede haber épocas que por lo que sea haya más trabajo? Pues vale, se acepta. Pero siempre y cuando sea algo TEMPORAL (un proyecto en particular, el lanzamiento de una nueva web…).

Como dejo claro en mi página de servicios, no cojo más de un proyecto nuevo al mes y 5 en paralelos.

Poco a poco la sociedad va concienzándose

La cuestión es que miro alrededor y lo más habitual es que la gente trabaje de sol a sol, y si pueden trabajar más, pues mejor.

Que en el mundo en el que vivimos parece que el que más tiempo dedica al trabajo es una persona de éxito, cuando sinceramente creo que estamos equivocados.

Lo comentaba nuevamente de pasada hablando de la importancia de ser óptimo en nuestro desempeño profesional. Y me vuelvo a parafrasear, que para eso estoy en mi santa casa:

A mi sinceramente me da igual que un colaborador de la agencia tarde una semana o una hora en realizar el trabajo que le he pedido. Mientras me lo entregue como muy tarde el día y a la hora que pactamos, y esté bien hecho, el resto me da igual. Si lo hace en una hora, pues perfecto para él. Si ha tardado una semana, peor para el. Pero no por ello voy a pagarle más o menos, ya que lo que cobra está basado en el objetivo. 

Y aplica exactamente igual para mis clientes.

Debería darles exactamente igual que un servidor tarde cinco minutos en hacer una cosa, o una semana entera. Sencilla y llanamente porque me pagan por lo que sé, no por lo que tardo en hacerlo.

Decía en el subtítulo que hay acercamientos recientes a esta forma de pensar, por ejemplo, en aquella pugna que tuvo Amazon buscando una nueva ciudad para colocar sus nuevas instalaciones, y cómo frente a todo pronóstico (la mentalidad de que más dinero es siempre mejor), hubo varias ciudades que decidieron echar para atrás su candidatura.

¿Que por qué? Pues porque antepusieron la vida y comodidad de sus ciudadanos a esa posibilidad de que en efecto de pronto se generara un ecosistema de varias decenas de miles de nuevos puestos de trabajo.

Que se cerraron en banda a que su ciudad creciese exponencialmente tanto en atraer nuevo talento, como por supuesto mayor riqueza. A veces más no es mejor.

En los últimos meses, y quizás motivado por el golpe (sobre todo de humildad) que ha supuesto la pandemia a nivel mundial, vemos día tras día empresas que por un lado abrazan el teletrabajo como una opción más dentro de sus modelos de flexibilización y conciliación de la vida familiar (algo que hasta el año pasado casi parecía utópico), y también las medias jornadas, o incluso las jornadas de cuatro días semanales.

Sin ir más lejos en mi pueblo el supermercado (un negocio familiar) ha decidido estos días abrir solo por las mañanas, y dedicar las tardes a repartir a domicilio. Antes de la pandemia se turnaban durante todo el día los dos padres, el hijo y su mujer para hacer el reparto y estar en la tienda.

Como me contaban esta mañana, han ganado en calidad de vida y apenas han notado descenso de ventas.

Movimientos que además de remar a favor del trabajador, reman también a favor de la empresa. A fin de cuentas un trabajador más feliz es un trabajador más productivo.

Sin olvidarnos de la apuesta de países como España por dar ese primer paso hacia la renta básica universal (aunque lo que tengamos ahora no sea ni de lejos lo mismo). El que los estratos más pobres tengan una base económica mínima no solo no desincentiva el trabajo, sino que lo dignifica y genera un reparto más equitativo de la riqueza (esos pobres ahora tendrán sí o sí más poder adquisitivo, ergo comprarán más a los empresarios que se quejaban de que no hay dinero en la calle para consumir sus bienes y servicios).

Y está más que demostrado, como decía al principio de la pieza, que poder dedicar menos horas al trabajo, incluso en trabajos como el mío que me apasiona, repercute en una vida más completa y feliz.

Que quiero pensar que cuando llegue a la tercera edad y mire hacia atrás no me arrepienta de haber dedicado demasiado tiempo a este hobby/trabajo que tengo.

Piensa en ello, y en la medida de tus posibilidades (entiendo totalmente que hay trabajos que exigen sí o sí estar X horas al día al frente, y por supuesto también es necesario un mínimo de ingresos para disfrutar del resto de tiempo con los tuyos), busca la manera de anteponer el tiempo al dinero.

Más que nada porque de poco te va a servir ser el más rico del cementerio.

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