Nuevas tarjetas

Estaba el otro día pensando cuándo fue la última vez que fui a una imprenta, y me salió el siguiente dato: 4 años.


De hecho recuerdo que fue precisamente para imprimir las que hasta esta semana eran mis tarjetas de visita. Que por aquel entonces “el horno no estaba para muchos bollos”, y me decidí por unas tarjetitas cuadradas y pequeñas con un papel de demasiado poco gramaje, a doble cara, y que para colmo salieron ligeramente descuadradas. Cumplían su cometido, por supuesto, pero la calidad era más bien baja, y eso rema justo en contra de lo que esperas obtener con una tarjeta de visita.

Es más, creo que en algún momento tenemos que pararnos a hablar del uso que tienen todavía las tarjetas de vista, estos remanentes de los negocios del siglo XX que se niegan a desaparecer. Un trozo de papel con tus datos de contacto que entregas a un potencial cliente/stakeholder… a sabiendas de que en la mayoría de los casos, y a lo sumo, éste le va a sacar una foto con su móvil para que automáticamente, y por el milagro del reconocimiento de texto en imágenes (bendito quien inventase el OCR), guarde nuestro contacto en su agenda.

Que yo soy el primero que tras hacerlo tiro la tarjeta a la basura. Ya ha cumplido su objetivo, y por algún cajón del despacho si mal no recuerdo únicamente tengo un máximo de cinco o seis que por alguna razón he decidido guardar (un formato que me llamó mucho la atención, un objeto que me sirve para acordarme de un momento importante de mi vida…).

En fin, que incluso para la autopublicación de mi libro “25+1 Relatos Distópicos”, como ya conté, consulté varias imprentas. Pero ninguna de forma presencial, ni tan siquiera vía telefónica. Todo, todito, todo, vía online.

Que en pleno siglo XXI me da exactamente la misma confianza que ese negocio tenga o no sede física. La va a tener, que una imprenta no parece a priori el negocio más cómodo para tener en una casa, pero el que atiendan desde el propio local o hayan preferido ahorrarse gastos y tener la nave perdida en medio del monte me da exactamente lo mismo.

Es más, si me apuras, el que no cuente con un apartado digital como mínimo cuidado ya hasta me resulta sospechoso.

Que hablamos de un negocio tradicional, sí. Pero ante todo, de un negocio que tiene los días contados si no ha empezado a hacer YA los deberes. Si no está en una fase de transformación digital media.


La experiencia de una imprenta digital

Todo esto viene a colación de que llevaba tiempo con ganas de renovar mis tarjetas de visita.

De las anteriores, que como te decía son malas tirando a peores, solo me quedaban unas cuantas decenas, y en esa fase de investigación que hice para ver dónde imprimía mi libro me quedé con la web de HelloPrint (ES), que había visto que tenía varios modelos distintos.

Justo antes de Semana Santa me animé y hice el pedido, que consistió en 250 (el mínimo posible) de las de mayor coste. Unas tarjetas de visita en plástico transparente que sencilla y llanamente me han encantado (las puedes ver en la imagen que encabeza este artículo).

Realicé yo mismo el diseño “inspirándome” (como dijo gentilmente el asistente con el que estuve hablando en parte del proceso) en el patrón que tienen de ejemplo, me creé la cuenta, lo subí y le di a finalizar.

Uno de los miedos que supongo la mayoría tenemos cuando hacemos algo así es saber exactamente cómo va a quedar el producto. La empresa ofrece para su descarga un patrón que te informa de los márgenes que tienes que dejar, y también hasta cuentan con un servicio extra por si prefieres que sean ellos quien te hagan el trabajo de diseño, pero aun así no lo es lo mismo verlo en digital en tu ordenador que lo que les pueda llegar a sus sistemas, y mucho menos el resultado en un material tan poco común como el plástico transparente.

Le pregunté, como decía, al asistente vía chat, que me revisó el diseño y me dijo que él lo veía perfecto. Además, todavía me faltaba un paso extra y era confirmarlo mediante una página de previsualización, donde en efecto todo parecía estar correctamente.

Le di a confirmar, realicé el pago, y se me informó de que tardarían cerca de dos semanas en llegarme a casa con el envío normal. Ten en cuenta, eso sí, que por el medio estaba Semana Santa. Al final, de hecho, tardaron en llegar algo menos. Quitando los de vacaciones, 4 días hábiles.


Y para casos de extrema necesidad también tiene un servicio de envío urgente de que 24/48 horas lo tienes en casa.

De esto va la transformación digital

Te cuento todo esto porque me parece el ejemplo perfecto de un negocio tradicional, con un producto sin lugar a duda muy offline, que ha sabido renovarse aprovechándose de las ventajas de la digitalización.

La reinvención de la imprenta, su conversión a digital, y el valor añadido que supone para el usuario este nuevo tipo de negocio: mayor personalización del producto, reducción de tiempo de espera, aumento de la eficiencia… 

Es justo esto a lo que tenemos que aspirar conseguir en nuestro negocio, sea del tipo que sea.

Que la transformación digital suele empezar por esa migración a servicios en la nube, sí. Pero más allá de ese primer paso, la transformación digital va de entender y saber sintetizar los procesos que hasta ahora hacíamos, encontrando la manera de transformarlos en algo más eficiente. De puertas para dentro, por supuesto, pero también en algo tan crítico como es la experiencia del usuario/cliente.

En todo momento he estado arropado por un chat de soporte con personas de carne y hueso, e informado de cómo iba mi pedido vía email. El truquillo de decir que va a tardar X días, y que luego te llegue antes es algo que Amazon ha hecho desde el principio, ya que es bien sabido que deja buen sabor de boca, lo que anima a repetir o recomendarte.

Y en este caso en particular, ese doble check que supone tener al experto al otro lado diciéndote cómo ve el diseño más la pantalla de previsualización que debes consultar para confirmar el pedido minimiza (eliminarlo es imposible) la mayor reticencia que tiene el cliente a la hora de contratar este tipo de productos. El saber cómo va a quedar su pedido.


Utilizando, de nuevo, las ventajas del entorno digital: inmediatez y capacidad de previsualizar el producto antes de imprimirlo.

Poco más se puede pedir, sinceramente.

P.D.: ¿Qué te parecen las tarjetas, por cierto? 😛