Ayer se celebró la jornada de huelga de los taxistas en Madrid (que por otra parte, no entiendo ya que Uber no opera en esta ciudad), secundada por Barcelona y compañía, en un intento absurdo por plantarle cara a la evolución lógica del mercado.
Aunque ya hablé estos días por redes sociales sobre el asunto, el caso es que prefería reposarlo con calma, empaparme de los diferentes puntos de vista, que correr a dejar por escrito en el blog lo que racionalmente me pedía el cuerpo.
El hecho es el siguiente: Un sector profesional se siente amenazado por la entrada de un nuevo competidor que juega en otra liga. Hasta aquí todo correcto. En un mercado bien estructurado, la regulación debe ser para todos igual.
Ahora bien, me sorprende que visto el percal, los taxistas se pongan del lado regulatorio en vez del liberal. Dicho de otro modo, que apuesten por mantener el statu quo que tienen hasta ahora (pago desorbitado de licencias para ejercer, al igual que herramientas como el taxímetro que deben ser compradas a X proveedores autorizados (aquí tampoco se permite la competencia)) que apostar por un modelo más flexible (igualmente legal) en el que no tendrían esa dependencia que tienen actualmente del Ayuntamiento, y lo que de seguro acabaría por constatarse en la cartera.
Tomada la decisión, y en un alarde de sabiduría, deciden hacer una huelga, que afecta directa y negativamente a sus clientes. Como señalaba Enrique Dans (ES), el resultado final es que lo que a priori se plantea como una queja colectiva a este nuevo tipo de servicio, acaba por trasformarse en una publicidad positiva al «enemigo», ya que mucha gente que seguramente desconocía Uber Pop (el servicio que opera en Barcelona, que Uber cuenta con varios modelos más) ahora ya lo conoce, y para colmo, es posible que en un arrebato de necesidad, lo haya usado por primera vez ayer, ante la imposibilidad de utilizar el taxi (por ahí leía esta mañana que se habían cuadruplicado el número de descargas de su app en España).
Julio Alonso (ES) señala en su artículo las similitudes con la historia de la abolición de la esclavitud en América, donde un statu quo que se entendía habitual (e injusto para cualquiera que no participase en él), se acaba por destituir, lo que lleva a ese lobby social a entablar una guerra para mantenerlo.
Desde entonces hasta ahora, hemos vivido ejemplos semejantes continuamente. Lo de la industria discográfica o audiovisual. También con esa absurda animadversión por el enlace de los medios tradicionales. Una industria cuyo modelo se queda obsoleto, que se encuentra por primera vez con una competencia real, mejor posiconada, y que ejerce su poder no para plantarle cara y adaptarse al nuevo entorno, sino para atacar a sus clientes.
La historia de los taxis o de los autobuses de hace unas semanas es más de lo mismo. El miedo a la evolución, a romper las cadenas que históricamente han estado presentes. Y aunque entiendo que la situación es complicada, y que parece injusto desde dentro, las formas de afrontar el cambio no son las correctas (frente a nueva competencia, siempre ha sido más útil mejorar el servicio que prestas, apuntillar en la mejora de los defectos del otro (que también los tiene), que atacar a tus clientes).
Preguntarse porqué esa nueva competencia acaba de levantar una ronda de financiación de 1200 millones de dólares (ES). Por qué funciona tan bien en tantos países. A qué público va dirigido, y cómo podemos nosotros ofrecer más valor, aunque sea por el factor histórico, por la localización. Quizás entonces el problema ya no sea tanto Uber, sino lo disparatado de la gestión por parte de los Ayuntamientos.
Edit a día 13 de Junio del 2014: Los últimos análisis señalan que en vez de cuadriplicarse el número de descargas de la aplicación Uber, ha aumentado un 850% la presencia en España (ES). Buena estrategia, taxistas…
Edit a día 18 de Junio del 2014: Xataka acaba de publicar un vídeo (ES) (casi una hora) de debate entre varios stakeholders del sector (tanto representación digital como dentro de la asociación tradicional de taxis). No deja de estar interesante para valorar los diferentes puntos de vista.
El problema está en que no se pone en competencia un transporte legal contra otro.
Se pone en competencia una empresa registrada contra una empresa que trabaja en economía submergida.
Que ocurriría si en cada profesión aparece una aplicación que ofrezca a los clientes un aficionado que por mitad de precio haga el trabajo de los profesionales?
Que ocurriría si cuando te tienen que operar, te ofrecen un medico que no acabó la carrera, pero que te hace la operación a mitad de precio y sin pagar impuestos?
Se ha atacado mucho a Uber con el tema de la economía sumergida. Toda transacción de este servicio pasa por Uber y queda registrada. Otra cosa es que el trabajador no lo declare, pero eso ya es problema del trabajador, no de cómo está montado el sistema.
Aún así, entiendo los principios del comentario. Es terriblemente injusto que unos estén fuertemente regulados y otros no. Ahí es donde sí hay que meter la mano. Uber debería estar regulado, pero no como está actualmente el sistema de Taxis, sino un punto intermedio, en el que Sí se pida por ejemplo antecedentes penales (en Uber no es necesario demostrar que no los tienes) y en la generación de seguros parciales (ya que un trabajador de Uber suele serlo a tiempo parcial).
¿Que ocurriría si cuando te tienen que operar, te ofrecen un medico que no acabó la carrera, pero que te hace la operación a mitad de precio y sin pagar impuestos? Simplemente, estaría cometiendo un delito. El profesional de la salud debe estar colegiado y tener probada una formación para poder ejercer sus conocimientos. Está jugando con las vidas de otros. Todos los días.
El caso no es equiparable. No hablamos de colegios profesionales, que para funcionar deben velar por los usuarios, no por los profesionales mismos, sino de un modelo industrial que es un «negociete» de la Administración para que «no le falte de nada»: impone una licencia desorbitada, sangra a los taxistas con la exigencia de ser autónomos (sangría de impuestos), impone con o contra su voluntad unas tarifas que son abusivas para el cliente y mínimas para el profesional… El juego es maldito: taxistas esclavizados 14-16 horas al día, mercado a la baja (porque NO hay pasta, es así de sencillo), usuarios que pagan «pastizales» de padre y muy señor mío, y SIEMPRE, SIEMPRE, SIEMPRE la Hacienda pública sale ganando.
¿Y los taxistas, en lugar de aliarse con los nuevos players y presionar para flexibilizar el mercado, van y se ponen en plan corporativo? Error, muchachos. Enorme y tremendo error.
Totalmente de acuerdo. Por supuesto, entiendo que es sea necesario regular este trabajo. Hay beneficio por parte del trabajador, que pasa a ser autónomo, y debe por tanto afrontar la regulación pertinente. Incluso, y previniendo otra situación semejante a la que se vive en algunos países de Sudamérica, imponer algunos requisitos extra para evitar casos como los de el Secuestro Exprés podría ser interesante. Pero una cosa es esa, y otra ese negocio turbio que engorda las arcas de los Ayuntamientos.
A nadie nos gusta que de la noche a la mañana nuestra posición de confort se haya desdibujado. Incluso si es para mejor. Resulta muy complicado afrontar positivamente el cambio. Pero hay que afrontarlo, porque el camino contrario es cerrarse en banda, y eso acabará por pasar factura (como está ocurriendo con algunos medios tradicionales, como está ocurriendo con el mundo audiovisual,…).