Por esta santa casa hemos hablado largo y tendido de la mayoría de gadgets ponibles que han ido saliendo al mercado, e incluso de aquellos que nunca llegarán a nuestras manos.
Es un tema que me apasiona y me preocupa por igual, ya que aunque un servidor podría considerarse early adopter, no acabo de encontrarle una gran utilidad a la mayoría de ellos. Esa balanza que está en nuestros días demasiado equilibrada.
Lo comentaba recientemente al respecto de mi experiencia con Google Glass, y atisbaba una luz en la inmensidad del océano con la presentación de Android Wear y en especial con el smartwatch de Motorola.
A grosso modo, entiendo que el mercado de wearables debe salvar tres principales inconvenientes para volverse realmente disruptivo y funcionar en el grueso de la sociedad.
Utilidad
Bien sea desde el punto de vista de lo que ese ponible nos ofrece, bien sea la forma de interaccionar con él. No vamos a llevar un gadget más, que para colmo habrá que cargarlo en mayor o menor medida, si las ventajas que nos ofrece no son como mínimo superiores a las que ya tenemos con el smartphone.
¿De verdad necesito una pulsera que me mida cuantos pasos doy a diario, cuando el móvil, con mayor o menor fortuna, puede hacerlo? ¿Es necesario externalizar la sensorización con la que ya contamos en nuestro día a día? Son preguntas cuya respuesta, al menos para un servidor, parece obvia.
Si apuesto por un nuevo gadget, espero que lo que me ofrezca sea verdaderamente útil para mi día a día, o para una actividad cuya importancia es relativamente alta. Que me solucione un problema sin causarme muchas molestias, vamos.
Si ofrece interoperatividad, espero que sea inmediata y natural. Hablamos de dispositivos wearables, que portaremos en nuestro cuerpo, y por tanto la comunicación con el entorno debería ser lo más humana posible. Entiendo que el smartphone, un dispositivo externo, ajeno a aquello que entendemos como ponible, requiera de un uso especializado (sujetarlo en el oído para llamar, utilizar un teclado táctil,…), pero no aceptaría lo mismo en un wearable.
Hablamos de ello hace relativamente poco, en el verdadero valor que debe ofrecer un smartwatch: el ser invisible. El resultar un añadido a algo que ya estaba allí. Un aprendizaje ya innecesario. El que se adapte a mí, y no yo a él.
Para ello, me ha gustado sobremanera la interacción que un grupo de investigación de la Universidad de Carniege Mellon adelantaban con su proyecto para smartwatch. Utilizar sus sensores para moverse entre las pantallas, como veréis en el vídeo embebido en esta entrada.
Rechazo
Un problema social, difícil de solucionar en un espacio de tiempo corto. Los wearables hoy en día producen rechazo en la sociedad. Bien sea por las connotaciones elitistas, bien sea por su capacidad de contextualización, se entienden como algo que está ahí y sobra.
En una conversación, consultar el teléfono, a no ser que sea de manera indiscriminada, tiende a estar aceptado. Si por el contrario consultamos el reloj, el smartwatch, la gente inconscientemente entiende que nos estamos aburriendo, que estamos pensando en otra cosa. Ya ni hablemos de gadgets con cámara o que permitan el lifelogging.
Al final es un problema de confianza. Una confianza que hoy en día está marchita, con los continuos asaltos a la privacidad del usuario, y que adelanta un posible futuro en el que la vigilancia se haga a través de los gadgets de cada uno, de forma totalmente descentralizada.
Según un estudio de la firma Toluna, el 72% de estadounidenses no comparía Google Glass precisamente por la preocupación de que puedan ser usados como herramienta de control. Saque usted sus propias deducciones.
Abandono
El tercer talón de aquiles del wearable. Endeavour Partners (EN) liberaba hace unos meses unos datos arrolladores: Un tercio de estadounidenses que han tenido algún dispositivo ponible lo han abandonado a los seis meses de uso. Las pulseras se han vendido como churros (1 de cada 10 ciudadanos), y pocas siguen usándolo después de este tiempo.
El abandono de wearables viene dado por los puntos anteriores, y por otra variable que me gustaría señalar. No hay diferenciación alguna. Tenemos en el mercado varios modelos diferentes de pulseras, y todas hacen exactamente lo mismo. De smartphones ya ni hablemos. No ofrecen, en resumidas cuentas, aquello que sea de por sí un valor a considerar, lo que se traduce en fracaso, y por tanto, abandono.
La entrada de mañana versará sobre uno de los sectores donde los wearables están entrando y que bien podría representar el activo de valor necesario para desbalancear a su favor la foto actual: la biotecnología.
Trackbacks / Pingbacks