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vida digital

Uno de los mayores miedos que tiene el hombre del siglo XXI es vivir una vida fugaz, que no deje constancia de su paso a las generaciones venideras.

Y en parte esto no deja de ser una estrategia más de la evolución para asegurarse de que seguimos encontrándole sentido a eso de hacer crecer a la especie.

Pero trasladado al mundo digital, me parece interesante ver cómo la sociabilidad actual ha estado diseñada precisamente con el pretexto de cumplir su cometido a corto plazo, sin preocupaciones a priori tan banales, y cada vez más palpables, de lo que supone tener una presencia digital más allá de nuestra vida física.

Y quizás el mejor ejemplo lo tenemos en Facebook. Esa plataforma egocéntrica, basada en la premisa (muy acertada, no obstante) de que lo que más nos interesa es la intimidad del resto, podría estar a las puertas de una encrucijada, a sabiendas de que cada vez menos jóvenes la utilizan, y que los viejos (entre los que me incluyo) iremos poco a poco muriendo.

Que no me quiero ni imaginar cómo, cual Yahoo moribundo, dentro de unas décadas si todavía hay alguien por esos derroteros, entrar en nuestra cuenta suponga, de facto, aceptar que buena parte de las notificaciones que nos van a llegar ya pertenecen a perfiles de personas que no están con nosotros.


Que si su cumpleaños, que si recuerda cuándo fue la primera vez que os hicisteis amigos (en Facebook, claro, que para Zuckerberg la amistad solo empieza cuando le das match en su portal), que si toma vídeo ñoño de ese viaje o de aquella otra fiesta...

El caso, y es aquí donde quería llegar, es que la digitalización ha bajado drásticamente las barreras de entrada a la producción. Y que esto, como ya vimos, tiene un doble rasero con más lecturas de las esperables. Pero a grosso modo en efecto permite a cualquier persona, indistintamente de sus posibilidades sociales y profesionales, transformarse en una especie de medio de comunicación, ofreciendo información a una comunidad que puede ser tan limitada como el resto de conocidos en una red social como Facebook, o tan masiva como una audiencia mundial interesada en una serie de micronichos.

El problema viene cuando somos conscientes de que nuestra casa digital (la web) depende de una serie de facturas que hay que pagar (dominio, hosting…) y que por ende en el momento en que no estemos todo aquello desaparecerá. Y que las redes sociales, el último baluarte de ese «Internet gratuito», son un arma de doble filo, ya que como decíamos al principio, han sido diseñadas con fines cortoplacistas, sabedoras de que su ciclo de vida, a falta de madurar el ecosistema social digital, tiene los días contados.

Es así como llego al artículo de Yorokobu sobre cómo la muerte del periodista José Cervera no fue suficiente excusa como para que parase de publicar en Twitter (ES).

Por supuesto, realmente detrás de tamaña Odisea no está el propio difunto (esto me preocuparía aún más), sino amigos y familiares que han decidido honrar su recuerdo recuperando el muy dilatado rastro digital que dejó el susodicho, dándole una especie de segunda vida.

Todo muy a pinrel, ojo. Nada de inteligencias artificiales que analizan la forma de expresarse de Cervera y escupen lo que se les ocurre. Aquí un grupo de tres personas seleccionan los tweets que ya publicó en su día el difunto, revisan que todavía los enlaces y la información tengan vigencia, y lo programan.

Y en especial, me quedo con una pequeña frase que quizás pasaría desapercibida para muchos:


Tenía muchos seguidores y pensamos, ‘qué pena que esto se pierda’

Lo que me ha traído a la mente el recuerdo de aquel Avatar Político del que escribí en su día, y la idea de que lo mismo la premisa inicial que dio sentido a la figura legal de una empresa (una entidad no sujeta a la efimeridad biológica) quizás acabe trasladándose incluso a la identidad digital de una persona.

Que al final eso de marcas personales acabe por heredar los valores de una marca corporativa, asumiendo que en Internet estaremos en contacto con personas de carne y hueso, personas de carne y hueso encargadas de llevar cuentas corporativas… y personas de carne y hueso o algoritmos encargados de mantener el engadgement de personalidades ya fallecidas.

Todo esto, siempre y cuando esta sociabilidad digital siga teniendo vigencia de aquí a unos años. Que a la vista de cómo vamos, ya no lo tengo tan claro.

No me digas que el tema no es, cuanto menos, curioso :).

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Articulo exclusivo PabloYglesias