virus relato

– Cariño, quédate en el coche y no abras la ventanilla.


– Señor –la voz enlatada que salía por el altavoz de mano del policía volvió a anegar el silencio de la noche–. Manténgase al lado del vehículo, y quítese la mascarilla sin hacer movimientos bruscos.

– No puedo hacerlo –en un hilo de voz, el padre respondió mientras se protegía de la luz de las linternas–. No es seguro.

– Señor –dijo el agente mientras se acercaba unos pasos hasta el coche estacionado y le hacía seña a la otra pareja de policías que acababan de llegar en moto–. Necesito poder identificarlo visualmente, y con esa mascarilla me es imposible.

Un Peugeot negro de incógnito estacionó al lado contrario de la comarcal, y de él salió un hombre de ceño fruncido y coronilla que, tras susurrar algo al agente que llevaba el micro, hizo ademán para que de su coche se bajara una mujer, que entre sollozos, le gritó:

– Roberto, por favor, entrégate. ¡Todo ha terminado!

– ¡María! Tú también… –el hombre sacó de su bolsillo una navaja, lo que hizo que los agentes desenfundaran las armas.

– Tranquilo Roberto –era el inspector quien hablaba–. Sabemos que quieres lo mejor para Sofía. Por favor, baja el arma.


– ¡Que nadie se acerque! ¡Todos estáis contagiados! –y volviéndose hacia el coche–. Amor, no abras la ventanilla, puede ser pel…

El muchacho no pudo acabar la frase. Un guardia civil que se había acercado por detrás se lanzó encima de él. Hubo un leve forcejeo ayudado por otro de los agentes, y entre los gritos de la mujer y el lloro de la niña pegada al cristal, tan pronto empezó, todo se terminó, con Roberto esposado contra la guantera del vehículo familiar.

El inspector se acercó entonces a la puerta del copiloto, donde la niña asustada había puesto el sistema de bloqueo.

– ¡Dejad a mi papi! ¡Lo estáis matando! ¡No os acerquéis!

Tardaron cerca de veinte minutos en conseguir sacar a Sofía del vehículo, incluso teniendo de su parte a la madre. Y solo accedió tras colocarse una de aquellas mascarillas militares que le ocultaban toda la cara.

Una hora más para preparar el parte y que la grúa se llevase el vehículo, y cuarenta y cinco minutos por la A6 de vuelta al cuartel.

– Es el séptimo caso de esta semana –gruñó Ramón, con el mismo ceño fruncido de siempre, al agente que le acompañaba en el vehículo–. Y solo estamos a jueves. Ya verás tú el finde…


– Este había sido militar, ¿verdad? –el agente revisaba de forma descuidada el informe–. ¿Otro caso de estrés postraumático?

El inspector negó con la cabeza:

– Que va. Ojalá fuese así. Ya no recuerdo el último TEPT que tuvimos. El problema ahora son las noticias falsas, ¿Sabes? A principios de mes se viralizó por esas aplicaciones del móvil que usáis los jóvenes varias supuestas noticias de un nuevo coronavirus que controla a la gente. ¿Te lo puedes creer? Al parecer, más de la mitad de la población ya lo ha contraído, pero no son conscientes de ello.

El agente arqueó las cejas, sorprendido.

– Pues bien, el bicho entra por las partículas esas de agua que hay flotando por el aire, anida o lo que demonios hagan los virus, y poco a poco te come el tarro.

– ¿Eso es lo que le ha pasado a este hombre?

– ¡Que va! No lo has entendido… ¡Si ese virus no existe! La cosa es que han empezado a surgir grupos que aseguran que el virus viene de fuera de la Tierra. Alienígenas, ovnis, y toda esa historia tan del siglo pasado. Que es un arma que están usando los de arriba para invadir nuestro planeta. Y que, por tanto, lo mejor que podemos hacer es coger a nuestros seres queridos, asegurarnos que no están ya infectados, y llevárnoslos lo más lejos posible de los núcleos urbanos. Este pobre hombre quería esconderse en un antiguo caserón familiar que tenían por Soria…


– ¿En serio? ¿Pero de verdad alguien se cree estos bulos?

– ¡Pues ya ves! El séptimo esta semana. El martes a Jose y «El Mulo» no les quedó otra que dispararle a un obrero de Fuenlabrada que había raptado a las hijas que tuvo con su ex, y que amenazaba con quitarles la vida y luego suicidarse si no le dejaban continuar con su plan.

– ¡Ostia, ahora que lo dices creo que vi algo en el Reminder ese!

– Pues eso. Como si no tuviéramos suficiente con los problemas del día a día, como para ahora preocuparnos por conspiraciones de marcianitos verdes. ¿Y sabes lo peor de todo?

– ¿El qué?, inspector.

– Pues lo que has visto con la niña esa. ¿Qué futuro crees que van a tener estos pequeños después de vivir una situación como la que han vivido? Me pongo en la piel de ellos y me dan hasta escalofríos, de verdad… Imagínate que de pequeño tu padre te despierta en medio de la noche, y te dice que tenéis que iros de casa porque tu madre está enferma de un bicho que la está controlando mentalmente. Y media hora más tarde estás en sentado en el asiento de copiloto llorando, sin tan siquiera una maleta o tu juguete preferido, rumbo vete tú a saber dónde, con la cara de tu padre oculta tras una mascarilla de esas que parecen sacadas de una película de terror, y temiendo que en cualquier momento algo que es invisible, que no entiendes, y que está en el aire, puede entrar en ti, o en tu padre, y cambiarte por otro. Y pasas así uno o dos días, oyendo una y otra vez el runrún de tu padre con que el bicho está en el aire y que la sociedad como tal ha desaparecido, con el miedo continuo, hasta que unos agentes, que tu propio padre te dice que también están infectados, lo detienen delante tuya y te fuerzan a volver con tu madre. Esa que ya no es tu madre. ¿Cómo se te queda el cuerpo?

– Bufff…

– Pues sí. La de sesiones que van a necesitar estos pequeños para, con suerte, poder llevar una vida más o menos normal de adultos. Todo porque un cabrón, que seguramente vive aún en casa de sus padres, se gana la vida creando conspiraciones absurdas desde una página web. Este es el regalo que nuestra generación os va a dejar. Un montón de mierda accesible desde cualquier lado, y curada por herramientas creadas no para dar prioridad a la verdad, sino a aquello que llama más atención.

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